Me había torcido la rodilla y se me inflamó mucho la pierna. No podía doblar la rodilla, así que me costaba mucho moverme. Esto ocurrió en la época en que me desempeñaba como presidente de una organización y, como tal, tenía la responsabilidad de representar a la organización públicamente. También cantaba en dos coros, y nos estábamos preparando para un recital nacional de canto, lo cual requería más tiempo para practicar.
Tenía la certeza de que el problema físico era en realidad algo mental, y que la curación se produciría al cambiar en el pensamiento los conceptos materiales con las verdades espirituales. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me apoyara con la oración. Por experiencia propia, sabía que el tratamiento de un practicista ayuda a apaciguar cualquier agitación mental. Durante las conversaciones diarias que teníamos, declarábamos con firmeza los hechos espirituales del existir: que hay una sola realidad, la realidad de Dios, la cual es espiritual, inviolable, perfecta, inmutable, y refleja eternamente la totalidad, omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia de Dios. La inspiración divina que recibíamos también desenmascaró y puso al descubierto las falsas pretensiones de que hay vida en la materia; las pretensiones de que uno puede estar lesionado, de que no puede funcionar y es incapaz de cumplir con sus responsabilidades.
Yo afirmaba que los sentidos materiales no pueden comunicarse; no pueden decir nada acerca de nosotros o amenazar que hay algún poder sobre la Verdad, Dios, o el hombre de Dios. La mente mortal, la mentalidad que se opone a la supremacía de Dios, no puede definirme ni caracterizarme porque no tiene conocimiento alguno del hombre espiritual. Es un engaño, una ilusión. Percibí que es necesario dejar de lado la creencia de que el cuerpo físico es verdadera sustancia, a fin de poner toda la confianza en Dios, y reconocer Su reflejo espiritual, el hombre.
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