Me encanta colaborar en la Iglesia de Cristo, Científico, de la cual soy miembro, y hace un año, cuando estaba en la comisión directiva de esta iglesia, tuve una experiencia que me llevó a reflexionar sobre la verdad espiritual de que somos uno con Dios.
Acababa de llegar a la Sala de Lectura, y me sorprendió mucho la forma tan inapropiada en que una persona, que había brindado ciertos servicios a la iglesia, y los que la acompañaban, empezaron a hablarme acerca de una situación en particular que la comisión estaba manejando. En ese momento, yo no podía orar, pero cuando se fueron, reconocí que el Amor divino, el único poder que estaba verdaderamente en acción, siempre había estado y siempre estaría presente; que cualquier desacuerdo personal no es verdad en la realidad divina, porque, por ser la imagen y semejanza del Amor, todos los hijos de Dios solo pueden reflejar la naturaleza del Amor y expresar respeto, bondad, mansedumbre y confianza en Dios, el bien.
Después de regresar a casa, pasé toda la tarde marcando pasajes para continuar estudiando las citas distribuidas en las charlas de mesa redonda sobre la práctica pública de la Ciencia Cristiana, a las que había asistido hacía poco. Casi había terminado esa tarea, cuando me di cuenta de que no me sentía bien; tenía como una opresión en el pecho, y me dolía la cabeza. Mientras tanto, recibí un mensaje de una amiga que es también estudiante de la Ciencia Cristiana. Ella se había enterado de lo ocurrido en la iglesia aquel domingo por la mañana. En su mensaje, ella me recomendó leer el Himno 169 del Himnario de la Ciencia Cristiana.
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