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Sana de indisposición

Del número de abril de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


Me encanta colaborar en la Iglesia de Cristo, Científico, de la cual soy miembro, y hace un año, cuando estaba en la comisión directiva de esta iglesia, tuve una experiencia que me llevó a reflexionar sobre la verdad espiritual de que somos uno con Dios.

Acababa de llegar a la Sala de Lectura, y me sorprendió mucho la forma tan inapropiada en que una persona, que había brindado ciertos servicios a la iglesia, y los que la acompañaban, empezaron a hablarme acerca de una situación en particular que la comisión estaba manejando. En ese momento, yo no podía orar, pero cuando se fueron, reconocí que el Amor divino, el único poder que estaba verdaderamente en acción, siempre había estado y siempre estaría presente; que cualquier desacuerdo personal no es verdad en la realidad divina, porque, por ser la imagen y semejanza del Amor, todos los hijos de Dios solo pueden reflejar la naturaleza del Amor y expresar respeto, bondad, mansedumbre y confianza en Dios, el bien.

Después de regresar a casa, pasé toda la tarde marcando pasajes para continuar estudiando las citas distribuidas en las charlas de mesa redonda sobre la práctica pública de la Ciencia Cristiana, a las que había asistido hacía poco. Casi había terminado esa tarea, cuando me di cuenta de que no me sentía bien; tenía como una opresión en el pecho, y me dolía la cabeza. Mientras tanto, recibí un mensaje de una amiga que es también estudiante de la Ciencia Cristiana. Ella se había enterado de lo ocurrido en la iglesia aquel domingo por la mañana. En su mensaje, ella me recomendó leer el Himno 169 del Himnario de la Ciencia Cristiana.

Leí este himno cuidadosamente, prestando especial atención al primer y segundo versos, que dicen:

Luz de bondad, la oscuridad destruye,
       ¡Guíame Tú!
De mi hogar yo lejos hoy me encuentro,
       ¡Guíame Tú!
Yo sé que guardas siempre mi andar;
       no pido más que luz benigna hoy.

Nunca pedí que fueses mi camino,
       ni a Ti oré;
yo quise hallar el brillo de este mundo.
       ¡Guíame hoy!
Orgullo fue lo que me dominó,
       quiero olvidar los años del ayer.
              (John Henry Newman, traducción español © CSBD)

La palabra “orgullo” me impactó, y pensé: “¡No!” El orgullo no era una realidad que podía obstaculizar mi deseo de dejar totalmente de lado el ego humano y comprender que “Dios es al mismo tiempo el centro y la circunferencia del ser” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 203–204). Entendí claramente que Dios es “el centro y la circunferencia” de mi ser, y eso no deja lugar en mi consciencia para que se exprese el ego humano de alguna forma. Le contesté a mi amiga agradeciéndole por el mensaje que me había enviado.

Me dormí, pero me desperté varias veces durante la noche, pues, la condición empeoró. Por la mañana, la molestia continuó, pero empecé a leer la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana de esa semana, titulada “La irrealidad”.

La “luz de bondad” me guió en medio de “la oscuridad”, cuando leí en la Lectura Alternada, este pasaje de la Biblia: “La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles” (Hebreos 12:26, 27).

En ese momento, sentí que el orgullo, o ego humano, era eliminado de mi pensamiento, trayendo a luz en mi consciencia la dignidad del hombre —el reflejo de Dios— como innato, inconmovible, incapaz de ser humillado, escondido o rechazado. Dios, el Principio divino, el Amor, conoce a todos Sus hijos, incluida yo, como honorables, afectuosos, veraces y rectos. Mientras reconocía la verdad acerca de la dignidad del hombre, que es espiritual, sentí que toda esa opresión sofocante había desaparecido de mi pecho, y muy pronto me di cuenta de que ya no tenía dolor de cabeza.

En esa ocasión, también leí la declaración acerca de Cristo Jesús en Ciencia y Salud: “Él había de comprobar que el Cristo no está sujeto a condiciones materiales, sino que está por encima del alcance de la ira humana y puede, mediante la Verdad, la Vida y el Amor, triunfar sobre el pecado, la enfermedad, la muerte y la tumba” (pág. 49).

Una cita incluida en la lista de pasajes para el estudio que mencioné antes, también fue muy útil. El título marginal de este pasaje es “Perspectivas correctas de la humanidad”, y dice: “Suprimamos la riqueza, la fama y las organizaciones sociales, que no pesan ni una pizca en la balanza de Dios, y obtenemos unas perspectivas más claras del Principio. Disolvamos las camarillas, nivelemos la riqueza con la honestidad, dejemos que el mérito sea juzgado de acuerdo con la sabiduría y obtenemos mejores perspectivas de la humanidad” (Ciencia y Salud, pág. 239). 

Al orar por lo ocurrido en la Sala de Lectura, percibí claramente que solo hay un Dios, una sola Mente, el Amor divino. En Dios no hay separación o divisiones de ningún tipo, tal como clases sociales o camarillas, nacionalidades y razas. En esa circunstancia específica, comprendí que no había separación entre los miembros de la comisión directiva de una iglesia y otras personas, incluso otros miembros y la gente que ayuda con el mantenimiento de la iglesia. Todos somos el reflejo de Dios, y reflejamos las mismas cualidades divinas. Esta verdad espiritual niega la posibilidad de que haya algún malentendido entre las ideas —los hijos— de Dios. Al orar por este problema, se produjo la curación, y ya no hubo más discordia entre la gente envuelta en el incidente y yo.

Con esta experiencia, entendí claramente que al amar a Dios por encima de todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, nos mantenemos continua y eternamente firmes y constantes en Dios, que “no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:27, 28); siempre somos uno con Dios.

Angélica Guagliardo, Alvorada, RS

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