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¡Nada ocurrió!

Del número de mayo de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán


Durante una práctica de acrobacia me torcí el tobillo al caer accidentalmente con mi pie sobre el borde de la colchoneta de gimnasia. Esto me había ocurrido varias veces antes. Sentí un dolor fuerte en la pierna, y de inmediato me preocupé y también me enojé conmigo mismo. Me vinieron pensamientos agresivos, tales como, “¿Por qué no tienes más cuidado?” “¡Es tu culpa!” y “De nuevo no vas a poder practicar por varias semanas”.

Nadie lo había notado. Tratando de atraer la atención lo menos posible a la situación para poder orar por ella, me fui al baño. Empecé a calmar mi temor y a rechazar los pensamientos erróneos. Me vino a la mente una pregunta que hace Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Pero ¿por qué quedarnos horrorizados ante la nada?” (pág. 563).

Cuando llegué al baño, me senté y oré con ese discernimiento espiritual. Declaré que la sustancia es espiritual. El hombre es una idea espiritual, y las ideas espirituales no pueden sufrir lesiones, ni tampoco pueden ser destruidas. Las ideas dependen de su fuente, la Mente divina, Dios, y mientras la Mente no cambie, la idea tampoco cambia. Por lo tanto, es científico decir: “Nada ocurrió”, porque la Mente nunca cambió.

Así mismo, pensé que el Principio divino, que es también un nombre para Dios, incluye un orden armonioso, y nada ni nadie puede apartarse jamás de este orden o salirse de la línea. Esto era precisamente lo que el error estaba afirmando, que yo me había salido de la línea, doblándome el tobillo en una dirección en la que no tenía por qué doblarse. Me di cuenta de que el error estaba realmente sugiriendo que el Principio divino no tenía todo bajo control. Esto era obviamente una mentira, puesto que el Principio es infinito, y no hay lugar ni momento en que el Principio no esté presente o en control.

No obstante, me seguía viniendo el pensamiento de que no podría practicar por lo menos por cuatro semanas (ya que eso había ocurrido anteriormente con este tipo de lesión), e incluso que después de eso no podría poner todo el peso sobre ese pie. Pero entonces recordé una clara percepción espiritual que había tenido durante la instrucción de clase Primaria en Ciencia Cristiana: La verdad es que solo hay un “ahora”; el tiempo es simplemente una medida de condición finita, la cual no tiene existencia alguna. De pronto, la creencia de que la curación era un proceso que envolvía tiempo me pareció pueril, y me causó gracia. En broma me pregunté: “¿Cuántos ‘ahoras’ caben en cuatro semanas?”

El último obstáculo para que se produjera la curación era la creencia de que el accidente había sido culpa mía, y que me merecía no poder practicar acrobacia por un tiempo, aunque me gustara tanto. Declaré que la única fuente del movimiento es la Mente (véase Ciencia y Salud, pág. 283), que la armonía se expresa en cada uno de mis movimientos, y que esta armonía no puede ser interrumpida. No hay nada malo en practicar acrobacia. Por el contrario, mi propósito es expresar a Dios en todo lo que hago. Por lo tanto, razoné, yo no soy culpable de nada.

Cuando me puse de pie, me di cuenta de que el dolor se había evaporado por completo. Doblé y giré mi pie en todas direcciones, y todo estaba bien. Después de unos diez minutos, regresé al gimnasio. Me vino el pensamiento de que tal vez debía comenzar de a poco, en lugar de practicar de inmediato. Sin embargo, detecté la pretensión del error de insistir sutilmente con el temor de que a pesar de todo, sí había ocurrido un accidente. Mentalmente, declaré con firmeza que en realidad nada peligroso había ocurrido. Me puse a practicar, sin problema alguno, el remate con vuelta de campana, movimiento que de acuerdo con la opinión humana pone mucha tensión en el tobillo. Los siguientes dos o tres días, siempre que trataban de venirme pensamientos de temor, los rechazaba afirmando con convicción que nada inarmónico podía ocurrir en el reino de Dios.

La curación fue completa, y no he tenido ningún otro problema con el tobillo. Estoy muy agradecido por la Ciencia Cristiana. Solo puedo imaginarme los numerosos desafíos que Mary Baker Eddy tuvo que superar para traernos esta maravillosa Ciencia.

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