Durante una práctica de acrobacia me torcí el tobillo al caer accidentalmente con mi pie sobre el borde de la colchoneta de gimnasia. Esto me había ocurrido varias veces antes. Sentí un dolor fuerte en la pierna, y de inmediato me preocupé y también me enojé conmigo mismo. Me vinieron pensamientos agresivos, tales como, “¿Por qué no tienes más cuidado?” “¡Es tu culpa!” y “De nuevo no vas a poder practicar por varias semanas”.
Nadie lo había notado. Tratando de atraer la atención lo menos posible a la situación para poder orar por ella, me fui al baño. Empecé a calmar mi temor y a rechazar los pensamientos erróneos. Me vino a la mente una pregunta que hace Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Pero ¿por qué quedarnos horrorizados ante la nada?” (pág. 563).
Cuando llegué al baño, me senté y oré con ese discernimiento espiritual. Declaré que la sustancia es espiritual. El hombre es una idea espiritual, y las ideas espirituales no pueden sufrir lesiones, ni tampoco pueden ser destruidas. Las ideas dependen de su fuente, la Mente divina, Dios, y mientras la Mente no cambie, la idea tampoco cambia. Por lo tanto, es científico decir: “Nada ocurrió”, porque la Mente nunca cambió.
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