Siempre me ha gustado viajar para conocer otros países y regiones. A la gente que viaja, a menudo, le fascinan las maravillas de la naturaleza y los hermosos paisajes, pero para mí lo más importante siempre han sido las conexiones e interacciones con otras personas. De manera que, por lo general, regreso de mis viajes renovada por las nuevas experiencias, y enriquecida por los nuevos contactos que he hecho.
Siempre me ha conmovido mucho el cuidado que otros brindan y lo dispuestos que están a ayudar. El amor que me manifiestan siempre parece totalmente natural, y me recuerda que la gentileza y la bondad son “el fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22). Son manifestaciones de Dios en la experiencia humana, donde sentimos Su presencia.
Afirmar esto mentalmente es esencial en mi preparación espiritual para cualquier viaje que hago. Otro componente de este trabajo es mitigar todas las preocupaciones y pensamientos de temor con la oración. Se necesita valor, valor para enfrentar lo desconocido e inesperado, pero cada vez afirmo que dondequiera que esté, siempre estoy en la casa de Dios, la consciencia del Amor divino. De modo que para mi protección, puedo confiar en la absoluta omnipresencia del amor de Dios por el hombre, y en la integridad de Sus leyes. Sé que como Dios es infinito, Su amor está continuamente conmigo dondequiera que voy, y Sus leyes son una protección siempre presente.
El libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, habla acerca de lo que eso significa y cómo lo experimentamos. Este libro es muy querido para mí, y lo estudio a diario. Tener confianza en la permanente protección espiritual de Dios y estar consciente de Su guía, me confortan y liberan. Siempre me siento abrazada y protegida por mi comprensión del poder sanador de Dios, el bien, y Su amor por el hombre, que es Su reflejo espiritual. Es como si estuviera envuelta con un abrigo grueso que nada nocivo o amenazador puede penetrar. Esta confianza es mi protección constante donde quiera que voy.
Una experiencia que recuerdo con profunda gratitud, muestra cómo he experimentado esta protección. Había estado explorando, junto con otros viajeros, la región del Amazonas en Ecuador, y realizado una rápida ascensión, a una altitud de 3000 metros, seguida de una caminata. Tan pronto regresé al hotel, estando sola en mi cuarto, sufrí un agudo shock circulatorio. En esta situación totalmente inesperada, solo podía apoyarme en lo que sabía por la Ciencia Cristiana. Me aferré a sus verdades con todo mi corazón.
Yo estaba en un estado de pánico tal, que ni siquiera podía sacar mis ejemplares de la Biblia y Ciencia y Salud, que siempre tengo conmigo cuando viajo. Pero el himno Nº 135 del Himnario de la Ciencia Cristiana me vino a la mente, y me la pasé repitiendo el primer verso, que me sabía de memoria:
No sé de alguna vida
     que no descanse en Ti;
yo, a la Tuya unida,
     la vida recibí.
Ajena me es la muerte,
     ya que yo vivo en Ti;
Tu vida eterna y fuerte
     nos libra de morir.
(Carl J. P. Spitta y Richard Massie, traducción español © CSBD).
Continué repitiendo las dos últimas líneas hasta que el ataque pasó, y recuperé mi tranquilidad. Percibí, más y más claramente, que estoy rodeada por Dios y Su poder sanador, por el poder del Cristo que nos libera de la enfermedad.
Este triunfo fue particularmente significativo porque al día siguiente teníamos planeado hacer senderismo en el Monte Chimborazo que tiene 6300 metros de altura, donde es posible ascender al estilo alpino hasta 5000 metros. A la mañana siguiente, me sentía tan feliz anticipando esta actividad especial, y me sentía aún tan elevada, que no dudé en hacer el ascenso. Durante el trayecto en vehículo hasta donde comenzaba el sendero, tuve tiempo para prepararme mentalmente. Saqué unas notas de mi bolsillo, y mis ojos cayeron en este pasaje de Lucas: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (10:19).
Las palabras “y nada os dañará” me ayudaron particularmente a entender que la mente mortal no tiene poder para prevalecer sobre las verdades espirituales, o para producir inquietud o preocupación, en mí o en cualquier otro miembro del grupo. La creencia errónea que intenta apartar al hombre de Dios, no tiene chance contra la bondad de Dios, que siempre protege al hombre. Fui consciente de que el “enemigo” es realmente una sugestión falsa —un intento del mal impersonal de entrar en nuestra consciencia y socavar nuestro pensamiento naturalmente santo; un intento de poner en duda nuestra confianza en la protección amorosa de Dios; un intento de causar temor y que nos sintamos separados de Dios, el origen espiritual del hombre. Pero el mal no tiene poder. Dios, el bien, es el único poder y gobierna el universo del Espíritu. Ciencia y Salud dice: “La humanidad tiene que aprender que el mal no es poder. Su así llamado despotismo no es sino una fase de la nada” (pág. 102). Y su nada puede probarse a través de una perseverante fidelidad.
La ascensión transcurrió sin que se repitiera la queja de la noche anterior, y nunca he vuelto a tener el problema. La vista desde la montaña era espectacular, llena de grandiosidad e increíblemente inspiradora. Me sentía especialmente agradecida por la fortaleza y confianza espiritual que me habían embargado, como si estuvieran simbolizadas por el poder y la inmutabilidad de las rocas que me rodeaban.
Tener poder sobre toda fuerza del enemigo significa tener dominio sobre todo pensamiento que intentaría atemorizarnos, debilitarnos o preocuparnos, y de ese modo disuadirnos de confiar en Dios. Mediante esta autoridad estamos totalmente protegidos.
En esta instancia y en muchas otras, he podido experimentar esta promesa de la Sra. Eddy: “No tenemos nada que temer cuando el Amor está al timón del pensamiento, sino todo para gozarlo, en la tierra y en el cielo” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 113).
Margret Ullrich, Berlín
    