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El amor del Cristo trae curación

Del número de mayo de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


Doy gracias a Dios por la inspiración que siento de compartir una curación y un problema resueltos como resultado del genuino amor por nuestro prójimo.

La curación ocurrió en Soyo (provincia de Zaire, Angola) en 1998. Me habían transferido a ese pequeño pueblo desde Luanda, donde había trabajado como maestro en el Ministerio de Educación. En Luanda, había enseñado en la Escuela Dominical de un grupo informal de la Ciencia Cristiana en Hoji ya Henda, que ahora es Segunda Iglesia de Cristo, Científico, Luanda.

Una noche, me desperté con dolor en el pecho y apenas podía respirar. Tampoco podía orar. En ese momento, recordé las amables palabras que me habían dicho mis alumnos de la Escuela Dominical en mi despedida de Luanda. Me dijeron que Dios nos bendice y cuida de nosotros. Me sentí totalmente envuelto por la ternura, el amor y la pureza expresada por esos niños, y también conmovido por las verdades espirituales de sus palabras. En muy poco tiempo todos los síntomas desaparecieron, y volví a dormirme en paz. Nunca más volví a tener síntomas similares.

La segunda experiencia ocurrió cuando estuve en Sudáfrica en septiembre del año pasado. Me estaba quedando en el hotel de una universidad donde iba a hacer unos análisis de laboratorio, y una mañana noté que faltaba mi pasaporte. Lo busqué en mi cuarto y no lo encontré. No tenía idea de cómo había desaparecido.

De inmediato volví mi pensamiento a Dios, y refuté las sugestiones mentales agresivas, tales como que las demoras serían enormes (me encontraba a cinco horas del consulado de Angola, y no sé comunicarme bien en inglés, y tenía que presentar mi pasaporte en todos lados, hasta para cambiar dinero); que unos jóvenes que había conocido en el restaurante el día anterior, y que habían sido muy atentos conmigo, podían haberme robado el pasaporte; y otras sugestiones agresivas por el estilo. Después de orar, y cuando mi pensamiento se había tranquilizado, informé al personal de la recepción de lo ocurrido. La noticia no tardó en propagarse entre los otros huéspedes del hotel. No obstante, yo me sentía tranquilo porque, como escribe Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El pensamiento calmo y exaltado, o la comprensión espiritual, está en paz” (pág. 506).

Cuando otros huéspedes me preguntaban por la situación, afectuosamente les respondía que todo problema tiene una solución. También les decía que nada podía quitarme la paz.

¿Qué me había dado tanta confianza, paz y certeza? Era una oración basada en la comprensión espiritual, como aprendemos en la Ciencia Cristiana. Procuré amar genuinamente al pueblo sudafricano. Realmente sentí que todos allí eran hijos de Dios, mis hermanos y hermanas. Discerní que sería imposible que alguno de ellos realmente pudiera robar mi pasaporte o cualquier otra cosa, porque Dios nos creó a todos a Su semejanza, y, por lo tanto, todos expresamos la naturaleza del Principio divino, la Verdad y el Amor. Este pensamiento negaba toda posibilidad de que pudiera alimentar resentimiento hacia la persona que había cometido ese acto. Me embargaba una verdadera sensación de bondad. Mi corazón desbordaba de amor. Estos pensamientos, que me ayudaron a obtener esa paz, están basados en dos historias de la Biblia que me vinieron a la mente en esa ocasión.

El primero era del profeta Eliseo, que orando a Dios fue protegido del ataque del ejército sirio, y en lugar de capturarlos los guió a Samaria (véase 2º Reyes 6:8–23). Allí el rey de Israel le preguntó a Eliseo si debía matarlos. Pero el profeta le dijo al rey que les diera algo de comer y beber, y los mandara de regreso a Siria, y así fue. “Y nunca más vinieron bandas armadas de Siria a la tierra de Israel”. Eliseo probablemente vio la verdadera inocencia de aquellos soldados cautivos, como hijos de Dios. Entonces tomé la decisión de no buscar venganza contra la persona que había tomado mi pasaporte, sino que reaccionaría con gratitud y amor cuando me devolvieran el documento.

La segunda historia de la Biblia relata cuando el profeta Elías destruye a los profetas de Baal, y hace que el pueblo se dé cuenta de que “¡El Señor es el Dios!” (véase 1º Reyes 18:17–40). Al comienzo de esta historia, Elías le preguntó al pueblo: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?” Tuve la convicción de que el Dios en quien yo confiaba, el único Dios, el Amor divino, es supremo y Su poder destruye los llamados dioses de la creencia mortal, que afirman que los hijos de Dios pueden ser ladrones y criminales. Dios creó a todos Sus hijos a imagen del Amor: puros, completos, honrados. El mismo Amor que me abraza a mí, abraza a todos. El mismo Amor que me sostiene a mí, sostiene a todos. Por lo tanto, un hijo de Dios no puede robar o hacer daño a otro hijo de Dios. Yo estaba totalmente seguro de que el Amor vencería el error.

Con esos pensamientos, me dormí profundamente. A la mañana siguiente, llamé a una querida practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que me ayudara mediante la oración. Al término del día, tan pronto regresé al hotel de la universidad, la señora de la recepción vino sonriente con mi pasaporte en sus manos, diciéndome que la mujer de la limpieza lo había encontrado debajo de mi cama. Yo no cuestioné la historia de “debajo de mi cama”, aunque sabía que me había fijado allí. Simplemente Le agradecí a Dios de todo corazón.

Una semana después, me mudé a una residencia patrocinada por la universidad, donde viví hasta fines de noviembre. Durante este período, tuve la oportunidad de visitar el hotel y a su personal. Impulsado por el amor que sentía por todos ellos, sin excepción, interactué afectuosamente con cada uno de ellos, como queridos hermanos y hermanas.

¡Qué bueno es saber que Dios es Amor y que la “parte vital, el corazón y alma de la Ciencia Cristiana, es el Amor”! (Ciencia y Salud, pág. 113). Es maravilloso saber y probar esta verdad sublime en nuestra vida diaria.

Francisco Afonso, Uige

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