¿Cómo es posible que un suceso que relata la Biblia y que ocurrió hace casi tres mil años, pueda ayudarme a resolver un problema en mi propia vida? Yo lo descubrí a comienzos de mi experiencia de trabajo. Hacía casi un año que estaba en un puesto en el que no me sentía muy feliz. Fue entonces que se abrió uno en otro departamento con un nivel de salario más elevado y muy atractivo, y un gerente que yo conocía, muy discretamente me había alentado a solicitar el puesto. Parecía una solución fácil.
Yo me había criado en la Ciencia Cristiana, pero no me había comprometido totalmente con esta forma de vida, hasta después de la universidad. Para cuando surgió este desafío, yo ya había recurrido en oración a Dios en varias situaciones difíciles, y había encontrado las respuestas que necesitaba. También me conocía lo suficiente a mí misma como para darme cuenta de que tal vez mis móviles en querer un cambio de trabajo no eran los correctos. ¿Estaba simplemente tratando de escapar?
Sabía que la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, devota estudiante de las Escrituras, a veces buscaba la guía de Dios abriendo la Biblia con el sincero deseo de conocer Su voluntad, y leyendo luego el versículo o versículos que más se destacaban. Afirmando que la guía de Dios nunca es casual, tomé la Biblia, que se abrió en una historia del capítulo 22 de Primero de Reyes que relata un suceso en las vidas de Josafat, rey de Judá, y Acab, rey de Israel.
Acab quería ir a la guerra contra Siria para recuperar la ciudad de Ramot de Galaad, y le pidió a Josafat que se uniera a él. Josafat declaró su lealtad a Acab, pero le recomendó: “Yo te ruego que consultes hoy la palabra del Señor”. De modo que Acab reunió debidamente a unos cuatrocientos profetas que servían en su corte, y les preguntó si debía ir a la guerra contra Ramot de Galaad. Ellos le dijeron: “Sube, porque el Señor la entregará en mano del rey”. Esto era, por supuesto, lo que Acab quería escuchar.
No obstante, Josafat no estaba convencido. Le preguntó a Acab: “¿Hay aún aquí algún profeta del Señor, por el cual consultemos?” La historia continúa: “El rey de Israel respondió a Josafat: Aún hay un varón por el cual podríamos consultar al Señor, Micaías hijo de Imla; mas yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal”. Josafat persistió, así que Micaías fue llamado para profetizar ante los dos reyes. Cuando llegó, Micaías al principio repitió a los reyes lo que los otros profetas habían dicho, probablemente para evitar el desagrado de Acab. Pero cuando lo presionaron para que hablara más francamente, Micaías le dijo a Acab: “Yo vi a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor; y el Señor dijo: Estos no tienen señor; vuélvase cada uno a su casa en paz”.
A Acab no le agradó escuchar esta profecía y mandó que pusieran a Micaías en prisión y que no lo liberaran hasta que Acab regresara “en paz”, victorioso de la batalla. Micaías respondió: “Si llegas a volver en paz, el Señor no ha hablado por mí”. Los dos reyes fueron a la guerra contra Siria, y Josafat escapó por poco de ser herido. Pero, como había profetizado Micaías, Acab, el rey de Israel, aunque había tomado la precaución de disfrazarse, fue muerto en la batalla.
Al principio, yo no lograba imaginar qué tenía que ver este suceso bíblico con mi situación. Pero después de orar para entender el mensaje, se me ocurrió que tal vez, como Acab, yo estaba escuchando a mi propio coro de falsos profetas, o inclinaciones personales, en lugar de al único Dios. Cristo Jesús advierte: “Si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:23, 24). Y Juan aconseja: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1º Juan 4:1).
Acab, influido por sus propios deseos, decidió seguir el consejo de los profetas de su corte, en lugar de prestar atención a la opinión contraria de Micaías. Después de todo, ¡cómo era posible que cuatrocientos profetas estuvieran equivocados! ¿Es que a mí también me estaban engañando? ¿Cómo podía saber la diferencia entre lo falso y lo verdadero?
En el Glosario de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy define la palabra profeta como “un vidente espiritual; la desaparición del sentido material ante la consciencia de las realidades de la Verdad espiritual” (pág. 593). ¿Qué me estaba diciendo el verdadero profeta, el “vidente espiritual”? ¿Estaba yo acaso dispuesta a escuchar “la consciencia de las realidades de la Verdad espiritual”? La Sra. Eddy escribe: “Los efectos de la Ciencia Cristiana se ven menos de lo que se sienten. Es la ‘voz callada y suave’ de la Verdad expresándose. O bien nos estamos alejando de esta expresión, o la estamos escuchando y elevándonos” (Ciencia y Salud, pág. 323).
El deseo creciente de discernir y de ser obediente a la voluntad de Dios, llevó a que se pusiera al descubierto en mi propio pensamiento la fuerte predilección que tenía de ignorar a Dios y de seguir mis propias inclinaciones. Tuve una verdadera batalla con la voluntad humana, que argumentaba insistentemente en que cambiar de trabajo era la mejor opción. No obstante, la voz suave del Amor divino era tan reconfortante, estaba tan de acuerdo con la Verdad, era tan clara como un cristal, que finalmente estuve dispuesta a ceder totalmente y a escuchar. Mi Padre-Madre Dios estaba guiando mi intuición espiritual, la cual me estaba guiando tiernamente a dejar de lado la voluntad humana y a quedarme donde estaba. Esta indicación tuvo un impacto tal en mí, que no tuve ninguna duda de que era la respuesta correcta.
Permanecí en ese trabajo seis años más y aprendí muchas lecciones espirituales. Además, adquirí experiencia en otras áreas que fueron herramientas sumamente útiles en puestos que tuve después. De hecho, mi siguiente empleo incluyó un trabajo muy demandante que me encantaba hacer, y que me brindó oportunidades para desarrollar aún más, muchas de las lecciones que había aprendido.
Esta experiencia no fue una cuestión de vida o muerte, como la de Acab, pero fue fundamental para mi desarrollo espiritual. Aprendí a estar alerta contra los falsos profetas, o las sugestiones agresivas; esos pensamientos persistentes que vienen disfrazados de la voluntad de Dios, pero que no son en realidad nada más que deseos humanos descarriados, que no han sido cuestionados ni examinados. La desobediencia ignorante y obstinada tiene sus consecuencias, pero Dios, el bien, está siempre presente y ofrece tantas oportunidades como sean necesarias para que aprendamos a reconocer y a seguir la “voz callada y suave”.
Gran humildad se requiere de nosotros para reconocer que hay una sola y única Mente y que, por ser ideas perfectas de la Mente, no tenemos inteligencia, voluntad o sabiduría propias. En la historia relatada, Acab no aprendió esa lección, ni siquiera con la ayuda de Josafat, pero nosotros sí podemos. Nuestras oraciones sinceras, junto con las ideas que se encuentran en la Biblia y en los escritos de Mary Baker Eddy, proporcionan todo lo que necesitamos para la travesía. Tomar consciencia de que nuestro Padre-Madre Dios realmente nos capacita para reconocer Su voz, y para ser guiados espiritualmente a fin de saber qué es lo mejor para nosotros, es un paso grande en la dirección correcta.
Esta declaración de la Sra. Eddy da confianza: “… Dios es nuestra ayuda. Él nos compadece. Él tiene misericordia de nosotros y dirige todas las actividades de nuestra vida” (La unidad del bien, págs. 3–4).
Al aprender a diferenciar entre la voz agresiva de las sugestiones falsas y obstinadas y la voz callada del Amor divino, y escoger correctamente, hallamos que el plan que Dios tiene para nosotros es siempre y únicamente, bueno.
    