Cuando tenía 17 años, comencé a sentirme sola, decepcionada y abandonada por todos. Pensaba que mi felicidad dependía de otras personas, del amor que ellas me pudieran dar, amor condicionado a que fuera tan perfecto, que yo no me sintiera decepcionada. Esto hizo que tratara de llenar ese vacío mediante mi profesión de cantante.
Más adelante, me casé y cuando pensaba en la posibilidad de tener hijos me atacaba un temor muy grande. Me parecía que no sería feliz, y que más que una alegría sería una carga de mucha responsabilidad, y me quitaría la libertad para cumplir con mis deseos personales y profesionales.
Después de conocer la Ciencia Cristiana, comencé a tener una percepción diferente de la vida, de los demás, y empecé a ver que Dios está muy cercano, que está siempre presente, que es amoroso, perfecto; aprendí que era mi verdadero Padre-Madre, la fuente de mi felicidad y la de todos. Entonces las cosas fueron tomando un curso mejor en mi vida.
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