A veces, es posible que nos sintamos personalmente responsables de nuestros problemas, o personalmente responsables de resolverlos. Si por cualquier razón nos sentimos abrumados por un sentido de culpa, o un falso sentido de responsabilidad, nuestras oraciones mismas pueden ser aflictivas.
En una ocasión, estuve luchando con una dolorosa dificultad que no me permitía caminar bien. Temía haberla provocado inadvertidamente yo mismo por falta de sabiduría, y el temor de que era responsable de ello, pesaba contra las oraciones que estaba haciendo para ver su irrealidad y sanar.
Le pedí ayuda a otra persona, y mediante sus oraciones fui liberado de ese falso sentido de responsabilidad. Percibí más claramente que no era un mortal que sufría debido a un error, sino que era y siempre había sido el reflejo, o imagen, amado de Dios. Aun entonces estaba gobernado por la sabiduría y la bondad de Dios y, por lo tanto, era armonioso y libre en todo sentido. Esta nueva vislumbre de mi libertad espiritual bajo el cuidado de Dios, me permitió continuar orando por mi cuenta con una mayor expectativa. La curación completa se produjo muy rápidamente.
Lo que aprendí de esta experiencia es que nunca deberíamos permitir que la culpa o el falso sentido de responsabilidad límite nuestra expectativa acerca del amor que Dios tiene por nosotros. Cualquiera sea la razón de nuestro sufrimiento, siempre podemos volvernos llenos de esperanza a Dios en busca de curación, y confiar en que Su verdad, cuando sea comprendida, nos sanará.
Dios no es una persona que anda con el ceño fruncido si cometemos un error, o retiene Su amor cuando más lo necesitamos. Dios es el Principio, el Amor, divino e inalterable. El Amor divino conoce y mantiene nuestra bondad y armonía espiritual, como la expresión espiritual del Amor. Cuando en oración recurrimos a la verdad, sentimos cómo esta verdad de nuestro ser borra los temores respecto a lo que podemos habernos hecho a nosotros mismos. La oración en la que ponemos nuestra confianza en Dios, llena nuestro pensamiento del reconocimiento de que estamos seguros y llenos de armonía en Dios. Dado que Dios nos gobierna, no hay ninguna otra causa gobernando. Somos la idea de Dios. Le pertenecemos a Dios. La Mente divina única gobierna a su propia imagen, o manifestación, el hombre.
El Salmista acudió a Dios con la expectativa de sanar. Meditativo declaró: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Salmos 42:11). El punto de vista material que tenía el Salmista de las cosas —al sentirse “abatido” y “turbado”— fue invertido mediante la renovación de su comprensión espiritual, lo cual le permitió percibir el amor de Dios y le dio esperanza en Dios como la fuente de su salud.
El hecho de poder volverse a Dios lleno de esperanza, se aplica incluso ante pecados tremendos. En un salmo que se le atribuye a David, después de ser reprendido por hacer algo profunda y terriblemente equivocado, leemos cómo oró: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente” (Salmos 51:10-12). Su oración era humilde, honesta y él sabía que tenía una gran necesidad de ser corregido. No obstante, él recurrió expectante al amor de Dios, en busca de redención y curación.
Esta era la misión de Cristo Jesús, mostrarnos el poder sanador y salvador incondicional de Dios, mostrarnos que no podemos desviarnos más allá del gobierno y la habilidad de Dios para sanarnos. La misión de Jesús fue una misión de amor, no condenatoria. Él reprendió el pecado y redimió al que pecaba. Mostró que, cualesquiera sean nuestras luchas, podemos volvernos a la realidad de nuestra perfección en Dios y encontrar Su inalterable amor, justo al alcance de la mano, para regenerar y restaurar.
Si creemos que nosotros mismos hemos arruinado la posibilidad de sanarnos, es sumamente alentador mantener claro en el pensamiento la verdad que se encuentra en esta declaración de Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana: “La salud no es una condición de la materia, sino de la Mente; ni pueden los sentidos materiales dar testimonio confiable sobre el tema de la salud. La Ciencia de la curación-Mente muestra que es imposible que algo que no sea la Mente pueda dar testimonio verídico o exhibir el estado verdadero del hombre. Por lo tanto, el Principio divino de la Ciencia, revirtiendo el testimonio de los sentidos físicos, revela que el hombre existe armoniosamente en la Verdad, que es la única base de la salud; y así la Ciencia niega toda enfermedad, sana a los enfermos, derroca la falsa evidencia y refuta la lógica materialista” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 120).
Comprender que solo la Mente podía testificar respecto a lo que era verdad acerca de mí, fue lo que me alentó tanto durante mi curación. Me sentí profundamente amado, sabiendo que Dios mantenía mi estado verdadero como Su expresión armoniosa, y que no había ninguna otra causa o poder que pudiera trastornar lo que el Amor divino sabía acerca de mí. Al comprender que esto era verdad, los errores del pensamiento que se habían estado exteriorizando en forma de dolor e incapacidad, desaparecieron.
Si hemos obrado mal, por error o de otra forma, o nos hemos entregado a acciones o pensamientos poco amables, deshonestos o inmorales, entonces es sumamente necesario corregirlos, de manera que su vana influencia en nuestro pensamiento y experiencia pueda ser eliminada. Pero no aceptemos la falsa noción de que no merecemos sanar. A través de la oración humilde y honesta, somos alimentados por el Amor divino con la comprensión de que ya existimos “armoniosamente en la Verdad”, por lo tanto, somos enteramente puros y buenos. Ninguna lógica materialista puede alterar este hecho eterno o impedir que seamos sanados.
Incluso ahora mismo Dios se está regocijando con nosotros porque somos Su imagen amada, la evidencia misma de Su propia bondad. Y por siempre se regocijará. Percibir aunque sea una vislumbre de esta verdad nos capacita para sentir el amor del Padre y experimentar la curación que es prueba de ese amor.
David C. Kennedy
    