Cuando Cristo Jesús fue a la casa de Jairo para resucitar a su hija de entre los muertos (véase Marcos 5:22-24, 35-43), primero les pidió a todos que salieran de la casa, con excepción de los padres y sus discípulos escogidos. Pedro, siguiendo el ejemplo de Jesús, hizo lo mismo cuando resucitó a Dorcas de la muerte (véase Hechos 9:36-41).
¿Por qué sintieron que esto era necesario? Los relatos bíblicos indican que había mucha gente lamentándose y llorando en esas casas, sin embargo, Jesús y Pedro sanaron personas incluso en medio de multitudes ruidosas.
Lo cierto es que no tenía nada que ver con las multitudes ruidosas, sino con los pensamientos de las personas que estaban alrededor. En esas dos situaciones, el hecho de que el pensamiento estuviera tan centrado en la muerte, era contrario a la expectativa de que se produjera una curación. Era necesario echar fuera ese pensamiento a fin de hacer lugar en la consciencia humana para el Cristo, el poder resucitador de la Vida divina, que Jesús encarnó y al que Pedro recurrió para restaurar la vida.
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