Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Sanar en un ambiente de temor

Del número de mayo de 2016 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Enero de 2016.


Cuando Cristo Jesús fue a la casa de Jairo para resucitar a su hija de entre los muertos (véase Marcos 5:22-24, 35-43), primero les pidió a todos que salieran de la casa, con excepción de los padres y sus discípulos escogidos. Pedro, siguiendo el ejemplo de Jesús, hizo lo mismo cuando resucitó a Dorcas de la muerte (véase Hechos 9:36-41). 

¿Por qué sintieron que esto era necesario? Los relatos bíblicos indican que había mucha gente lamentándose y llorando en esas casas, sin embargo, Jesús y Pedro sanaron personas incluso en medio de multitudes ruidosas.

Lo cierto es que no tenía nada que ver con las multitudes ruidosas, sino con los pensamientos de las personas que estaban alrededor. En esas dos situaciones, el hecho de que el pensamiento estuviera tan centrado en la muerte, era contrario a la expectativa de que se produjera una curación. Era necesario echar fuera ese pensamiento a fin de hacer lugar en la consciencia humana para el Cristo, el poder resucitador de la Vida divina, que Jesús encarnó y al que Pedro recurrió para restaurar la vida.

¿Por qué fue necesario hacer esto si Dios, la Vida, es omnipotente? En la realidad divina —la única realidad— el hombre y la mujer de la creación de Dios son espirituales, inmortales y eternamente sanos e indestructibles. Por lo tanto, la curación y la resurrección sólo tienen lugar, y sólo necesitan tener lugar, en el pensamiento humano, a fin de manifestarse en la experiencia humana. Las creencias individuales y colectivas de pecado y muerte, que son una parte de la consciencia humana y mortal, gobiernan la experiencia humana hasta que esta consciencia es elevada por el Cristo, que abre el pensamiento a la energía divina y al poder de la Vida, trayendo curación a la humanidad.

Las enseñanzas de Mary Baker Eddy siguen el ejemplo de Jesús, y ella comprendió la necesidad de dejar afuera de la atmósfera mental que rodea el pensamiento del paciente, aquello que puede ser adverso a la curación. Ella escribe: “En la práctica médica se objetaría si un médico administra un medicamento para contrarrestar los efectos de un remedio recetado por otro médico. Es igualmente importante en la práctica metafísica que las mentes que rodean a tu paciente no actúen en contra de tu influencia expresando continuamente opiniones que pudieran alarmar o desalentar, ya sea dando consejos antagónicos o por medio de pensamientos inexpresados que reposen sobre tu paciente. Si bien es cierto que la Mente divina puede eliminar cualquier obstáculo, no obstante, necesitas el oído de quien te escucha” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 424).

Podemos encontrarnos, nosotros mismos o un paciente que nos ha pedido que oremos por él o ella, rodeados de personas bien intencionadas pero temerosas, que expresan diversas preocupaciones y dudas. ¿Cómo quitamos la influencia del temor de nuestro pensamiento y del pensamiento de nuestro paciente con amabilidad y eficacia, a fin de abrir el camino para que el Cristo produzca la curación?

Una experiencia que tuvo nuestra familia ilustra cómo puede suceder esto. Cuando nuestra hija menor estaba dando a luz a su hijo, la doctora se preocupó de que el parto no estaba avanzando bien porque algo estaba obstruyendo el nacimiento del bebé. Nuestro yerno y varios familiares estaban con nuestra hija en la sala de partos del hospital, y a pedido de ella, nosotros estábamos apoyándola con la oración.

La verdad espiritual de que sólo lo que Dios conoce acerca de Sus hijos gobierna a Sus hijos, me vino al pensamiento. Ciencia y Salud explica que la manera de anular la aparente influencia del pensamiento humano es comprender que Dios —la Mente única siempre presente— es supremo. Justo después del pasaje citado anteriormente, leemos: “Es más fácil hacerte oír mentalmente mientras otros están pensando en tus pacientes o conversando con ellos, si comprendes la Ciencia Cristiana, la unidad y la totalidad del Amor divino; pero es conveniente estar a solas con Dios y los enfermos cuando tratas la enfermedad”.

¿Qué sabía Dios acerca de este bebé? Él lo conocía como Su hijo espiritual y perfecto, formado y rodeado por el Amor divino. Esta profunda realidad espiritual era la única realidad, y gobernaba todos los aspectos de la existencia de la criatura. Por ser la imagen y semejanza de Dios, el niño podía reflejar y expresar sólo lo que la Vida divina estaba impartiendo, incluso armonía y perfección. Nada podía obstruir esto. No había factores o condiciones afuera, o además, de lo que Dios, la Mente, había establecido y estaba manteniendo como la identidad del niño. Esto también era cierto para la madre del bebé.

A medida que pasaban las horas, la doctora estaba más preocupada y escéptica de que el bebé pudiera nacer de forma natural. Ella anunció que si el niño no nacía en una hora, tendría que operar, y luego dejó a mi hija al cuidado de las enfermeras por un rato. Pero nuestra hija recuerda que a medida que continuamos orando, ella se sintió muy tranquila y todo el temor de-sapareció. La oración había “dejado afuera” los pensamientos de temor expresados por la doctora. En menos de una hora, hubo un enorme progreso en el parto, un cambio radical con respecto a la situación anterior; y una enfermera se apresuró a llamar a la doctora, quien se sorprendió y llegó justo a tiempo para ayudar con el nacimiento del bebé. El nacimiento fue muy armonioso, y todos recibieron con alegría a este niño precioso en nuestra familia. Él ahora acaba de comenzar el jardín de infantes y es un niño muy brillante y activo.

Revisemos nuevamente ese pasaje de Ciencia y Salud citado anteriormente; tenemos que entender claramente “la unidad y la totalidad del Amor divino”. Eso no significa que el Amor divino está presente pero se le oponen muchas mentes, sino que no importa que otra presencia o pensamiento esté a nuestro alrededor, puesto que la Mente única e infinita, el Amor, es la única consciencia verdadera del hombre, y no se la puede amedrentar.

Ver la naturaleza impersonal del pensamiento adverso nos ayuda a quitar correctamente su influencia de nuestro propio pensamiento. No necesitamos asumir que nos asedian y que estamos batallando con muchas mentes temerosas, porque los pensamientos temerosos o antagonistas no le pertenecen a nadie. Todos somos, en realidad, el reflejo o expresión, de la Mente divina única y suprema. El miedo y la duda pueden pretender tener identidad —que provienen de alguien— con el fin de ganar influencia y autoridad, pero nunca son personales. No son nada más que falsas sugestiones que desfilan como si fueran el pensamiento de alguien, ya sea nuestro o de otra persona. Debemos comprender claramente que no forman parte de la verdadera consciencia gobernada por el Amor, la única consciencia, que uno puede tener. 

Fíjate detenidamente cómo aborda Mary Baker Eddy esta necesidad en Ciencia y Salud: “No dejes que ni el temor ni la duda ensombrezcan tu claro sentido y calma confianza de que el reconocimiento de la vida armoniosa —como la Vida es eternamente— puede destruir cualquier sentido doloroso o cualquier creencia acerca de aquello que no es la Vida”(pág. 495). “Claro sentido y calma confianza” son nuestros a través de la comprensión de la Vida y el Amor divinos, y nos permiten entender que el miedo y la duda, que no tienen cabida en Dios, no pueden pertenecer a nadie, son simplemente sugestiones mentales agresivas, por más que sean expresadas o pensadas. La manera de disolver el miedo y la duda es ver su falsedad y darse cuenta de que no forman parte de la Mente que todos reflejamos. Todos nosotros, incluidos los padres, realmente reflejamos y expresamos la confianza y la paz de la maternidad y la paternidad de Dios, nuestro verdadero Padre; y, por lo tanto, tenemos la capacidad de sentir ese claro sentido y tranquila confianza que el Amor está constantemente impartiendo a su creación, o sea, a todos.

La presencia activa del Cristo, que Jesús ejemplificó a través de la curación, es universal y suprema en todo momento. Los intentos del miedo y la duda de influir en nosotros, pueden y darán paso a esta influencia que proviene del Cristo, a medida que la comprendamos y reconozcamos. No es necesario discutir con otros para que dejen sus temores. Cuando en silencio cedemos al Cristo en nuestro propio pensamiento, y escuchamos la inspiración divina, esta acalla nuestro temor y reemplaza nuestra duda con confianza. Al reconocer la supremacía del Cristo en nuestra propia consciencia y en la de los demás, el camino a la curación se abre, los pensamientos adversos se disuelven, y somos capaces de regocijarnos juntos en la totalidad de Dios.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / mayo de 2016

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.