Hace unos meses, un domingo por la tarde, mi esposo y yo estábamos en la pequeña rampa para botes de nuestra ciudad. Acabábamos de echar al agua nuestra lancha pesquera, y estábamos listos para disfrutar del lago en los últimos días del verano. Pero cuando mi esposo trató de poner en marcha el motor, nada ocurrió. La batería estaba muerta.
Por varias razones, parecía que solo un largo proceso o cancelar la salida solucionaría ese problema. ¡Pero, un momentito! Aquella tarde, yo había compartido algunas ideas con alguien acerca de nuestra relación con Dios —nuestro creador— y la de unos con otros. Al acordarme de eso, me quedé callada por unos momentos para regocijarme al saber que nosotros ya incluíamos las bendiciones de la Mente única, Dios, que gobierna a todas sus ideas espirituales, es decir, a todos nosotros.
En ese momento, un hombre que no conocíamos se acercó a nosotros. Resultó que él tenía cables pasa-corriente y una batería extra, que nos ofreció para que pudiéramos hacer arrancar la lancha. A los pocos minutos, nuestra lancha arrancó y emprendimos la marcha. Más tarde, cuando regresamos, otro señor se ofreció a ayudarnos a atracar. A cambio, nosotros notamos que otro navegante estaba teniendo problemas con su motor. Mi esposo se dio cuenta de cuál era el problema y lo ayudó a arreglarlo.
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