¿Cuál es la naturaleza de nuestro verdadero ser espiritual, la que está siempre a nuestro alcance para discernir y demostrar?
Siempre que me detengo a pensar en esto, en lo que realmente somos, no puedo menos que maravillarme. (¡Y esta no es una forma nueva de pensar para mí!) Mi asombro debe ser similar a la admiración y extraordinario sentir del Salmista cuando hizo esa misma pregunta básica y recibió su respuesta:
“¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos;... Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmos 8:1, 3–6).
Piensa en esto: Estamos hechos (en otras palabras, creados) para tener dominio sobre las obras de las manos de Dios. Esta es nuestra verdadera naturaleza y propósito: manifestar la existencia y la presencia del Dios Todopoderoso. Como la imagen y semejanza de Dios, no somos Dios, así como nuestro reflejo en el espejo no es quien somos; pero como reflejo de Dios somos una evidencia del control y autoridad supremos que Dios tiene sobre Su propia creación.
Este sentido científico de nuestra relación con Dios es muy diferente del sentido materialista de las cosas que nos tienta a diario a todos. Pero al seguir el ejemplo de Cristo Jesús en la comprensión de nuestra naturaleza espiritual, podemos empezar a percibir el poder y la autoridad que cada uno de nosotros tiene en la Verdad.
Valoré y atesoré la soberanía divina y el poder omnipotente que respalda el tratamiento de la Ciencia Cristiana que yo ya había dado durante la noche.
Hace unos años mi mamá enfermó gravemente. Mi papá me llamó una noche para que orara por ella. Así lo hice, pero por la mañana temprano ella había entrado en coma. Por algunas horas, ella no manifestó ningún indicio de vida. Mi padre no estaba dispuesto a admitir, ni siquiera para sí mismo, que ella había fallecido, así que llamó a su trabajo y dijo simplemente que ese día no iría a trabajar porque su esposa estaba inconsciente.
Aunque yo sabía muy bien que, por ser reflejos de Dios, todos nosotros manifestamos la naturaleza infinita de Dios, imaginaba que esto significaba que cada uno de nosotros manifiesta individualmente una pequeña parte de la naturaleza de Dios, mientras que la combinación de todos nosotros refleja la naturaleza completa de Dios. En otras palabras, pensaba que cada uno de nosotros individualmente expresaba cierto aspecto de la autoridad de Dios, pero que se requería de todos nosotros colectivamente para expresar la plena autoridad de Dios.
Pero aquella mañana, este concepto equivocado que tenía respecto de la realidad de Dios, sería corregido. Al declarar mentalmente la verdad de la Vida eterna en relación a mi mamá, tuve una revelación muy superior a las que había tenido hasta ese entonces.
De pronto comprendí que un reflejo refleja la naturaleza total de su original, no solo parte de ella. Por lo tanto, yo, por ser el reflejo individual único de Dios, reflejaba no meramente una porción de la autoridad divina para razonar científicamente acerca de que la vida es espiritual, por ejemplo, sino que reflejaba toda la autoridad de Dios, de la manera individual en que Dios me guiaba a hacerlo. Y la autoridad suprema de Dios ciertamente me daba, por reflejo, el poder de negar la existencia de la enfermedad y la muerte y vencerlas.
Maravillada como nunca antes, valoré y atesoré la soberanía divina y el poder supremo que respalda el tratamiento de la Ciencia Cristiana que yo ya había dado durante la noche, y esperé, sin reserva alguna, un efecto sanador. Incluso dije en voz alta: “¡Claro, Padre, por ser Tu imagen y semejanza, yo difiero de Ti tanto como el efecto difiere de su causa”.
Un poco más tarde, mi papá llamó a su jefe para decirle que iría a trabajar después de todo. El jefe asombrado preguntó: “¿Y qué pasó con tu esposa?”
Mi papá, hombre de pocas palabras, simplemente respondió: “Ella está bien. Está en la cocina preparando el desayuno”. ¡Y así era! Ella estaba completamente bien; no hubo ningún período de recuperación.
La supremacía de Dios no se expresa de forma limitada o impredecible en determinados individuos. Cada uno de nosotros representa la plenitud del ser de Dios de una manera individual. Y cuando conocemos una verdad espiritual, sabemos que es verdad para toda la creación de Dios, y que tiene el respaldo de toda la autoridad de Dios. Si bien Dios necesita que todos nosotros Lo expresemos plenamente, cada uno de nosotros refleja Su poder infinito.
Simplemente considera el siguiente pasaje tomado de la respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “El hombre es la idea, la imagen, del Amor; no es el físico. Es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas; el término genérico para todo lo que refleja la imagen y semejanza de Dios; la consciente identidad del ser como se encuentra en la Ciencia, en la cual el hombre es el reflejo de Dios, o la Mente, y por tanto, es eterno; lo que no tiene mente separada de Dios; lo que no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad; lo que no posee ninguna vida, inteligencia ni poder creativo propios, sino que refleja espiritualmente todo lo que pertenece a su Hacedor” (pág. 475).
Y en otro de sus escritos, la Sra. Eddy agrega: “Cada uno de los pequeños del Cristo refleja al Uno infinito, y por lo tanto es verdadera la declaración del profeta, de que ‘uno solo del lado de Dios es mayoría’ ” (Pulpit and Press, pág. 4).
De modo que, cuando oramos por nosotros mismos o por otros, podemos comprender que cada uno de nosotros refleja, de una manera única, no meramente una pequeña parte, sino realmente toda la autoridad de Dios. Esta comprensión nos permite percibir la autoridad divina indiscutida que realmente manifestamos en nuestra verdadera naturaleza espiritual, una autoridad que podemos demostrar en la curación.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Abril de 2017.
