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La alegría de enseñar en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana

Del número de julio de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en Le Héraut de la Science Chrétienne de Julio de 2017.


Cuando pienso en las lecciones fundamentales de las Escuelas Dominicales de la Ciencia Cristiana, en particular los Diez Mandamientos, el Sermón del Monte y el Padre Nuestro con su interpretación espiritual dada en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, me doy cuenta de que la Escuela Dominical es uno de los lugares más queridos de la tierra. 

Asistí a la Escuela Dominical hasta los veinte años. Las enseñanzas que recibí me bendijeron de innumerables maneras y me ayudaron a demostrar inteligencia, sabiduría y valor moral cuando estaba en la escuela y en la universidad. Después de graduarme de la Escuela Dominical, me hice miembro de una iglesia filial de la Primera Iglesia de Cristo, Científico. Fue entonces cuando me invitaron a servir como maestro de la Escuela Dominical. ¡Y estuve muy feliz de aceptar esta tarea! Aunque no era difícil para mí, se trataba de una experiencia nueva. En realidad, esta asignación iba a ser algo diferente: La clase se llevaba a cabo afuera de la iglesia, en un centro académico para niños menos favorecidos, de siete a diecinueve años. El jefe del centro quería que la educación espiritual de estos niños fuera proporcionada por Científicos Cristianos.

Al principio, yo era el único maestro de la Escuela Dominical allí, pero luego otros dos miembros de mi iglesia filial se me unieron. Su llegada permitió normalizar las cosas y dividimos el grupo grande en tres clases diferentes según la edad. Yo terminé enseñando a los alumnos de quince a diecinueve años.

Antes de ir por primera vez, oré específicamente por mis futuros alumnos para afirmar su identidad como hijos espirituales de Dios y no como supuestos niños desfavorecidos o niños de la calle. Ya el primer día, el ambiente fue muy amable y lleno de alegría. A lo largo de las semanas que siguieron, estos alumnos compartieron curaciones obtenidas por medio de la oración en la Ciencia Cristiana. Había espontaneidad y entendimiento en lo que compartían.

Quisiera mencionar el caso de un joven de dieciocho años que tuvo que enfrentar la creencia de que podía fracasar en los exámenes estatales necesarios para ir a la universidad. Estudió la definición del hombre como se explica en Ciencia y Salud (véase pág. 475). Durante el período de preparación para los exámenes, mantuvimos presente el hecho espiritual de que el hombre es “la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas;…”. Por lo tanto, el hombre expresa la inteligencia divina. También afirmamos que no hay fracaso para la Mente divina. Después del examen, obtuvo su diploma estatal y pudo seguir sus estudios universitarios.

A finales de 2011, el centro cerró. Entonces me dieron una clase de adolescentes entre dieciséis y dieciocho años en la Escuela Dominical de mi iglesia filial. Al principio, me veía como un maestro joven, no mucho mayor que sus alumnos, personalmente responsable de mantener la disciplina en la clase y responder a todo tipo de preguntas. Pero un pensamiento de Ciencia y la Salud me ayudó a entender que la enseñanza de la Escuela Dominical no tiene nada que ver con la edad o la experiencia. La Sra. Eddy escribe: “Nada es nuevo para el Espíritu. Nada puede ser novedoso para la Mente eterna, la autora de todas las cosas, la que desde toda la eternidad conoce Sus propias ideas” (págs. 518-519). Lo que parecía un desafío se convirtió en una verdadera aventura espiritual gracias a la cual he comprendido que la inteligencia y el entendimiento espiritual necesarios para enseñar las verdades espirituales a los niños, tienen su origen en Dios, y que el hombre refleja esta inteligencia. Es esta manera de ver las cosas, comenzando con Dios, la que desarrolla los talentos que necesitamos para enseñar en la Escuela Dominical.

Siento mucha alegría al ver a mis alumnos aplicarse a comprender cómo la Ciencia Cristiana puede responder eficazmente a los problemas que surgen en el trabajo de la escuela o de la universidad, así como en las relaciones entre chicos y chicas. Una vez mis alumnos y yo tuvimos una conversación formidable centrada en el sinónimo de Dios como Amor. Esto nos llevó a darnos cuenta de que, puesto que Dios es Amor, nosotros sólo podemos tener interacciones llenas de amor con los demás. Podemos apreciar la individualidad de cada uno sabiendo que todos somos las ideas espirituales completas de Dios, y tenemos la capacidad de expresar amor, belleza, felicidad, gracia, integridad.

Una vez, la tarea para cada alumno consistió en encontrar medios para expresar amor en la familia, en el barrio o en la escuela durante la semana. El domingo siguiente, cada uno compartió el resultado de su trabajo, y todos vimos que expresar amor puede ser difícil, pero siempre posible.

Un alumno nos contó su experiencia y habló sobre el poder del perdón. Tenía una relación difícil con sus padres, y era para él una verdadera lucha interior. Él se puso a orar sin parar, partiendo de lo que Dios sabe sobre el hombre y no en función de las circunstancias materiales. Lentamente, pero con certeza, empezó a ver que sus padres eran los reflejos magníficos de Dios, el bien. Finalmente tomó la firme decisión de perdonar a sus padres y olvidar lo que parecía haber sido una ofensa. Actualmente, este alumno tiene una relación mucho mejor con sus padres.

También he tenido alumnos que no asistían regularmente a la Escuela Dominical, y otros que tenían dificultades para demostrar la Ciencia Cristiana por sí mismos. En estos casos, me aferro a esta idea sacada de un himno:

Divina voluntad,
impulsas mi obrar;
de Dios, la gloria y el poder,
que alientan mi labor.

(Benjamin Beddome, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 354, © CSBD).

Uno de mis alumnos siempre llegaba menos de 15 minutos antes del final de la Escuela Dominical. Me explicó que no podía llegar a levantarse temprano. A petición suya lo apoyé con la oración. Ahora, ambos llegamos a la iglesia casi al mismo tiempo, y arreglamos las sillas y los himnos antes de que comience la Escuela Dominical.

Mary Baker Eddy escribe: “Los móviles gobiernan los actos, y la Mente gobierna al hombre. Si al niño se le explican los móviles correctos de acción, y se le en-seña a amarlos, estos móviles lo guiarán correctamente:...” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 51).

Enseñar en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana es para mí una fuente de enorme alegría y gran enriquecimiento espiritual.

Publicado originalmente en Le Héraut de la Science Chrétienne de Julio de 2017.

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