Un miércoles por la noche, hace dos veranos atrás, iba caminando por una hierba alta, cuando de pronto sentí un dolor muy agudo en la punta de un dedo del pie. Inmediatamente, empecé a declarar en voz alta las verdades de la bondad y la totalidad de Dios. Estaba segura de que me acababa de morder una víbora cobriza. En los últimos meses, habíamos visto un número inusual de ellas.
El dolor era insoportable, y se me estaba hinchando el pie rápidamente. Cuando llegué a casa, apenas podía caminar. Como no quería mirar el pie, me metí en la cama y me cubrí con la sábana. Tratando de mantener la calma, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, y estuve muy agradecida de escuchar sus firmes y amorosas declaraciones de la verdad. Entre ellas, la que realmente se quedó conmigo fue que en el reino de Dios no hay criaturas nocivas o venenosas. Y agregó: “Ese es el único reino que existe”.
Todavía tenía que calmar el pánico que inquietaba mi pensamiento, pero me di cuenta de que era casi la hora de la reunión de testimonios de la Ciencia Cristiana de los miércoles que escucho por teléfono. Marqué y escuché con profunda gratitud las citas leídas de la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, sobre el tema de la omnipotencia siempre presente de Dios. Toda la reunión, incluso los testimonios de curación, realmente me ayudaron a profundizar mi comprensión de que el Amor divino es Todo. Más tarde la practicista me envió por correo electrónico una idea que fue útil: “El Amor es el antídoto para el veneno, y tú eres la expresión misma del Amor”.
No estaba muy cómoda como para irme a dormir, así que continué orando. Reconocí que en realidad nunca había dado un paso que no estuviera dirigido por mi Padre-Madre divino. Afirmé que Dios es el Principio, el único legislador que existe, y que la única actividad es la Mente divina conociendo, viendo y manteniendo su propia y totalmente armoniosa bondad en todas partes. En las primeras horas de la mañana, mantuve todos mis pensamientos firmemente en el Amor, amando a todos en los que podía pensar, y viendo que todos en ese momento vivían en el reino del Amor, donde no hay ni veneno ni mal ni elemento dañino o destructivo alguno.
Los siguientes dos días continué orando con la practicista, y hubo mejoría, pero estar de pie me resultaba todavía muy incómodo. En un momento dado, le conté que me venía el pensamiento persistente de que quizás la mordedura de serpiente podría haber sido tratada con la medicina más rápidamente y con menos sufrimiento. Ella respondió que realmente estábamos tratando de reconocer y apreciar la presencia y el poder del Cristo sanador, y que se estaba produciendo mucho más que una restau-ración física.
Sentí que eso era cierto. En mi práctica de la Ciencia Cristiana he encontrado que la curación es mucho más que un “arreglo” corporal. En mi experiencia, ya sea rápida o lenta, la curación siempre ha estado acompañada de una hermosa revelación del Cristo, la Verdad, que me ha demostrado que la bondad y el amor de Dios están presentes y son poderosos, y que mi identidad espiritual eterna como la amada hija de Dios, está siempre segura e intacta.
El sábado por la mañana, me desperté pensando en la inocencia: mi inocencia y la inocencia de todas las criaturas de Dios. Entonces tuve la maravillosa percepción de que el daño no tiene fuente alguna, ¡punto! Esta verdad inundó mi pensamiento y me sentí muy aliviada y bendecida. Hubo mucho progreso, tanto física como mentalmente.
La lección bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana de esa semana era “Amor”. Yo ya había encontrado inspiración en esta cita de Ciencia y Salud: “La profundidad, la anchura, la altura, el poder, la majestad y la gloria del Amor infinito llenan todo el espacio. ¡Eso basta!” (pág. 520). Pero me vino la idea de pensar más profundamente sobre cada palabra que contiene, buscando definiciones en el diccionario. Pasé la tarde afirmando que todo en esa declaración era verdad, allí mismo y por siempre.
El domingo por la mañana manejé con gratitud hasta la iglesia y participé en todas mis tareas habituales; y esa misma noche mi esposo y yo fuimos a bailar. Aunque al principio mi baile fue un poco vacilante, al final de la noche estaba bailando con toda libertad. Desde entonces, me he movido libremente, y estoy muy agradecida por lo que aprendí, y por las formas en que he sido capaz de practicar lo que aprendí.
Laura Hausladen
Bourbon, Missouri, EUA
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Mayo de 2017.
