Mucha gente, al escuchar acerca de las obras sanadoras de Jesús, empezó a seguirlo. Pero tan pronto se enteraron de que eso significaba “tomar la cruz”, desaparecieron (véase Marcos 10:17–22, por ejemplo).
El cristiano solo en las buenas no existe, como todo dedicado seguidor de Cristo Jesús aprende desde un principio. Él dijo que el discipulado cristiano no solo incluye tomar nuestra cruz a diario, sino beber de su copa. Estas dos tareas pueden parecer tremendas, pero yo he aprendido esto: Una vez que uno ha sentido al Cristo —la presencia, el poder y la actividad de la Verdad y el Amor divinos que animaban a Jesús y lo capacitaban para sanar— obedecer los mandatos de Jesús ya no es solo algo factible, sino natural. Sentimos el genuino deseo de crecer espiritualmente. Y es Dios quien inspira, fortalece, apoya y recompensa este crecimiento.
Por cada cruz hay una corona, una recompensa espiritual. Pocos han percibido esto tan claramente como Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, quien, durante una época de gran tribulación, escribió: “La cruz yo beso, al conocer un mundo ideal” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 397). Ella no solo tomó la cruz del odio y la envidia al seguir el ejemplo de Jesús de amar y perdonar a sus enemigos, sino que la “besó”. Cuando acabé de leer una biografía de su vida, y sabiendo las extremas dificultades que había enfrentado en el momento que escribió estas palabras, recuerdo que pensé: “¿Cómo pudo decir eso y hacerlo con sinceridad?”. Entonces comprendí que se debía a que ella amaba las lecciones espirituales que las numerosas cruces que había tenido que enfrentar le enseñaron, y reconocía las victorias que le habían dado. Ellas le hicieron tomar consciencia de un mundo mejor y más luminoso.
Tengo que admitir que, al principio, la idea de tomar la cruz y beber de la copa de Jesús me pareció intimidante. Pero yo sabía esto: Las vislumbres de Cristo, la Verdad (tan puras, tan firmes), que yo había percibido en mis primeros estudios de la Ciencia Cristiana, y las curaciones que siguieron, habían implantado en mí el deseo sincero de hacer lo que fuera necesario para ser una discípula consagrada. De modo que me esforcé por aprender lo que significa tomar (e incluso besar) la cruz y beber de la copa de Jesús hoy.
Cristo Jesús reconocía que el Cristo, su identidad espiritual como el Hijo de Dios, no podía sufrir.
Primero, averigüé todo sobre seguir los mandatos de Jesús en la Biblia y en los escritos de Mary Baker Eddy, y no pude dejar de notar con cuánta frecuencia estaba presente la alegría. Por ejemplo, al preparar a sus discípulos para su partida (antes de su crucifixión, resurrección y ascensión), Jesús dijo: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:10, 11). Además, a pesar de las persecuciones que los apóstoles sufrieron al tomar su cruz, estaban siempre regocijándose (véase Hechos 5:40, 41). Aun después de haber sido golpeados, lo primero que hicieron fue regocijarse por ser “dignos de padecer afrenta” por causa del nombre de Cristo Jesús.
Yo no había asociado la alegría con llevar la cruz, de manera que esto me reconfortó y fortaleció. Las palabras de Jesús me recordaron la alegría que sentimos al saber que tenemos dominio sobre todo mal, como lo demostró su resurrección. Es obvio que él no nos prometió un jardín de rosas si lo seguíamos. De hecho, dijo: “En el mundo tendréis aflicción”. Pero también agregó: “Pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Para mí, esto quiere decir: “Y también les he dado todo lo que necesitan para hacerlo”. Él ya les había asegurado a sus discípulos: “Todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:15).
Al detenerme a apreciar y reflexionar sobre todo lo que Cristo Jesús me había mostrado de Dios —Su bondad, omnipresencia y omnipotencia, Su unicidad y totalidad— comprendí que ciertamente eso es también lo que nos prepara y nos da poder a cada uno de nosotros para no ser “vencido de lo malo, sino [vencer] con el bien el mal” (Romanos 12:21). No pude evitar pensar en sus apóstoles, quienes después de la iluminación espiritual que recibieron del Espíritu Santo (la cual Jesús había prometido que recibirían) el Día de Pentecostés, nunca se volvieron atrás ni perdieron su alegría, a pesar de las numerosas tribulaciones y persecuciones que enfrentaron. Siempre fueron adelante, creciendo en su discipulado y sanando a muchos a lo largo del camino.
Me resultó sumamente útil en mi investigación esta declaración que hace Mary Baker Eddy: “Si echas tu barca sobre las siempre agitadas pero saludables aguas de la verdad, encontrarás tempestades. De tu bien se hablará mal. Esto es la cruz. Tómala y llévala, pues por medio de ella ganas y te ciñes la corona” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 254). Esto me aseguró que es factible y provechoso tomar la cruz, y me recordó que al sostenerla, debía mantener la vista en la corona (la victoria sobre el mal) que viene al hacerlo.
Al leer todas esas referencias, empecé a comprender que tomar la cruz y beber de la copa de Jesús entraña mucho, incluso lo siguiente:
- La disposición y el deseo (hasta el anhelo) de enfrentar los desafíos, en lugar de tratar de escapar de ellos o evitarlos.
- El valor de mantenerse firme en el fragor de la batalla, sin vacilar —ni sentirse abrumado ni molesto por los desafíos— sino enfrentando con firmeza todo aquello que alega la materialidad, permaneciendo tranquilo y firme en la supremacía y soberanía de Dios.
- Dedicarse cada día a ver más claramente la irrealidad del mal y la materialidad, así como la realidad del bien y la espiritualidad. Esta es la comprensión que imparte el Amor, o Espíritu, y nuestro sentido espiritual comprende.
Las dificultades ponen a prueba nuestra fe en Dios. Pero al tomar nuestra cruz, empezamos a percibir que nuestra fe en Dios es realmente Su lealtad hacia nosotros (y todos Sus hijos) reflejada de nuevo en Él, y sentimos Su lealtad hacia nosotros al caminar paso a paso con Él, y enfrentar los desafíos como negaciones de Su bondad o Su omnipotencia.
Tomemos, por ejemplo, la enfermedad. Puesto que Dios es la causa única (como nos asegura el mismísimo primer libro de la Biblia), y todo lo que Él crea es bueno, aceptar la enfermedad como si fuera verdadera es como decir: “Dios aquí cometió un error”, culpándolo a Él de algo que no pudo o no quiso hacer (una negación de Su bondad); o bien, es decir: “Entonces debe haber otra causa, otro poder, otra mente” (una negación de Su omnipotencia). No obstante, al aferrarnos a la verdad espiritual de que Dios, el bien, es la única causa, comprendemos que la materialidad (la mentira de vida en la materia) es tan solo una sugestión, no un hecho; es una tentación, no una condición; es un error, no la verdad. La Sra. Eddy escribió, citando al Apóstol Santiago: “ ‘Bienaventurado el varón que soporta [vence] la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, [se haya comprobado que es fiel], recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman’ (Santiago 1:12)” (Ciencia y Salud, pág. 267).
Ciertamente, Jesús debe de haber mantenido su pensamiento en la corona mientras estaba en la cruz.
Sabiendo que la copa, así como la cruz, indica los problemas y las persecuciones que hay que superar, siempre que reflexionaba sobre la exhortación de Jesús a sus discípulos, “Bebed de ella todos” (Mateo 26:27), pensaba que eran pesares lo que debían beber. Imagínense la alegría que sentí cuando leí que “el trago que nuestro Maestro bebió y encomendó a sus seguidores” era “la inspiración del Amor” (Ciencia y Salud, pág. 35). No son pesares de ninguna manera.
Pensé en sus persecuciones, y en cómo, en el medio mismo de la tortura y la agonía, Jesús estaba viendo que lo que llenaba su copa (dura y dolorosa experiencia) era la presencia y el poder del Amor, Dios; entonces lo que estaba bebiendo (recibiendo) era la inspiración de ese Amor. Y eso fue lo que produjo su victoria. Hasta en la cruz, estuvo lleno de la “consciente realidad y realeza de su ser” (Mary Baker Eddy, No y Sí, pág. 36). Él reconocía que el Cristo, su identidad espiritual como el Hijo de Dios, no podía sufrir. Manteniendo su pensamiento en la corona, confiando en la Verdad para salir victorioso, sabiendo que la voluntad de Dios tiene que ser tan buena como Dios, ganó la corona. Recuerden que él había orado: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Ciertamente, la crucifixión no era la voluntad de Dios; pero la resurrección (la victoria) sin duda lo fue, y allí mantuvo Jesús su pensamiento.
Poco después de mi investigación sobre la copa, la cruz y la corona, que para mí había sido tan esclarecedora, fui nuevamente trasladada en mi trabajo, lo que incluyó desafíos en mi carrera, así como en lo físico, lo financiero y lo emocional. Recuerdo que me decía a mí misma: “Ahora estoy tan bien preparada que voy a superar esto sin ningún esfuerzo”. Bueno, realmente no fue tan fácil. Tuve que trabajar intensamente. Después de la mudanza, cada miembro de nuestra familia tuvo problemas para encontrar un sentido de lugar, propósito y paz en nuestra nueva aventura.
Recuerdo que pensé: “Esto es tan difícil”. Sin embargo, yo sabía que la oración debía ser alegre y animada. Se trataba de aprender otra faceta más de lo que entraña “tomar la copa de Cristo” o “tomar la cruz”; es decir, esforzarse y la alegría de hacerlo. Esta lección de Dios empezó cuando recordé algo que había escrito Mary Baker Eddy (y que nunca me había gustado): “La canción de la Ciencia Cristiana es: ‘Trabajad — trabajad — trabajad — velad y orad’ ” (Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1900, pág. 2).
Al principio, ese “trabajo en tres partes” hacía que los desafíos parecieran peores. Pero me di cuenta de que lo que necesitaba hacer era disfrutar de esta sagrada y edificante labor de Dios. En mi diccionario, la palabra canción significa “un himno cantado con alegría o gratitud”. Empecé a entender que esforzarse por lograr algo es muy diferente a trabajar intensamente. Esforzarse consiste simplemente en tener y mantener todo pensamiento del lado de Dios, en regocijarse y estar alerta, vivo y consciente de Su eterna presencia y amoroso control, sin tener en cuenta lo que los sentidos físicos estén describiendo. No solamente es una cuestión de hacerlo con cada pensamiento; es hacerlo en cada momento que estamos despiertos, y hacerlo llenos de alegría. A medida que consciente y constantemente permitía que los pensamientos de Dios fueran mis pensamientos, mi trabajo se iba haciendo animado y lleno de expectativa. Poco después, todos encontramos nuestro espacio en el nuevo lugar, y todos nos sentimos felices, satisfechos y bien.
A lo largo de los años, he visto muchos desafíos (y habrá muchos más). Pero al estar más dispuesta a enfrentar el desafío en lugar de tratar de escapar de él; al querer aprender su lección de Amor; al aferrarme a lo que sí sé de Dios y, como Jacob en la Biblia, no dejarlo ir hasta que me bendiga; al mantener mi pensamiento en lo grandioso que es mi Dios, en lugar de pensar en lo difícil que es mi problema, continúo creciendo espiritualmente. Estoy descubriendo que todas las lecciones de Dios siguen expandiéndose; Sus bendiciones se extienden y tocan cada aspecto de nuestras vidas. Finalmente, yo también puedo decir, y con toda sinceridad: “La cruz yo beso, al conocer un mundo ideal”.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Febrero de 2017.
