Si usted y yo nos paráramos a la orilla del mar, podríamos sentir el frío del agua salada sobre nuestros pies descalzos. O bien, observar cómo las suaves olas desmoronan los restos de un castillo de arena cercano. En un día claro, podríamos ver quizás unos veinte kilómetros de un azul ondulado extendiéndose hasta confundirse con el horizonte. Y quizás pensemos que hemos obtenido una buena percepción del mar.
Pero ¡cuán pequeña es esta escena para representar la verdadera inmensidad del océano! Miles y miles de millas náuticas se extienden ante nosotros, conectando las costas de cada continente. Inmensas profundidades yacen bajo la superficie. Y la incesante actividad de poderosas corrientes marinas afecta el clima de todo el planeta.
Es fácil perder de vista tamaña magnitud, pues la mente humana tiende a pensar en pequeña escala... y a conformarse con eso.
¿Estamos acaso conscientes de que esta tendencia mental hacia la pequeñez debilita sutilmente nuestra capacidad para practicar la Ciencia Cristiana con eficacia? Si no la enfrentamos, esta pretensión reduciría nuestras expectativas y minimizaría nuestra comprensión del poder de la Ciencia Cristiana. ¿Cómo? Quizás diciendo que comenzó en 1866. Que se limita a un grupo en particular. Que una iglesia filial es apenas uno de los muchos lugares de culto de la ciudad. Que es apenas una opción entre tantas para el cuidado de la salud. Que quizás funcione para algunos, pero no para otros.
Afirmaciones inexactas y degradantes como estas requieren corrección para restablecer nuestra capacidad de asombro ante el poder ilimitado de la Ciencia Cristiana y su incomparable capacidad para traer curación y redención a todo problema humano. Consideremos, por ejemplo, los siguientes hechos:
- Mary Baker Eddy descubrió esta Ciencia hace 150 años, pero estaba admirada de su existencia eterna. En una nota marginal de su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, ella escribe: “La Ciencia Cristiana, tan antigua como Dios” (pág. 146). No es un derivado del cristianismo. Es la esencia del cristianismo, con Cristo Jesús como el practicista por excelencia de las leyes eternas de Dios que abarcan todo el universo.
- Debido a que Dios —el Principio divino de esta Ciencia— “es universal; no está confinado a ningún punto determinado, no está definido por dogma alguno, ni es propiedad de ninguna secta” (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883−1896, pág. 150), la Ciencia Cristiana nos pertenece a todos. Mary Baker Eddy escribe: “Las dos palabras más grandes en el vocabulario del pensamiento son ‘Cristiano’ y ‘Ciencia’ ” (No y Sí, pág. 10). De hecho, no es posible concebir algo más grande o más inclusivo.
- En base al éxito de su propia práctica y la de sus estudiantes, Mary Baker Eddy probó que la Ciencia Cristiana es capaz de responder a toda la gama de necesidades de atención a la salud. Ella afirma: “Existen varios métodos de tratar la enfermedad, que no están incluidos en los sistemas comúnmente aceptados; mas hay sólo uno que debiera ser presentado al mundo entero, y ese es la Ciencia Cristiana que Jesús predicó y practicó y nos dejó como su precioso legado” (Ciencia y Salud, pág. 344).
- Y la iglesia mundial de Cristo, Científico, tiene el compromiso de hacer justamente eso: presentar esta Ciencia a la humanidad. Nadie queda al margen de estas leyes espirituales.
Es importante reconocer que así como una simple ola que disuelve un castillo de arena pertenece a algo muchísimo más grande que está sustentado por un inmenso poder, cada expresión de la Ciencia Cristiana en la experiencia humana revela algo de la omnipotencia —el todo poder— de Dios. Y no hay nada pequeño en eso.
Pensemos en cómo los tratamientos para el cuidado de la salud de hoy en día permanecen encerrados dentro de los confines de la materia, la mente humana, o ambos. Por el contrario, el tratamiento por medio de la Ciencia Cristiana recurre a la naturaleza infinita de Dios para establecer en la consciencia humana la expresión plena de salud, fortaleza, actividad y vivacidad. La totalidad de Dios, el bien, es el fundamento de este tratamiento. Los hechos espirituales y la lógica divina, iluminados por la oración, no dejan lugar para ninguna desviación respecto a todo lo que es bueno. De esta forma se alinean el pensamiento y la acción con la imagen y semejanza divina que constituye nuestra verdadera identidad, una identidad que jamás es tocada por la forma tan pequeña de pensar en la enfermedad, las lesiones o el deterioro. La curación es la consecuencia natural.
En apoyo a esta forma única de tratamiento, la enfermería de la Ciencia Cristiana trasciende aun el cuidado humano más compasivo para quienes buscan sanarse. Liberada del modelo que simplemente procura reparar un mecanismo material, la enfermería de la Ciencia Cristiana mantiene la perfección de Dios y la perfección del hombre —de todos nosotros— como el modelo mental en el pensamiento. La naturaleza espiritual del paciente es atesorada y reconocida mientras los enfermeros de la Ciencia Cristiana atienden las necesidades humanas y están continuamente a la expectativa de la curación.
Hay numerosas charlas públicas que pueden escucharse en persona o por Internet. Pero únicamente una conferencia de la Ciencia Cristiana presenta al público las verdades universales de la Vida eterna, enfrenta la estrechez mental de las opiniones que condenan este sistema espiritual de curación, y da a conocer al público a la extraordinaria mujer que lo descubrió. Y para continuar alimentando el pensamiento de las personas que son inspiradas por estas conferencias, los robustos recursos espirituales de una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana son distintos a cualquier otra cosa que se ofrezca en la comunidad.
La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana provee a las Salas de Lectura y a los suscriptores Lecciones Bíblicas de la Ciencia Cristiana semanales, así como publicaciones periódicas que contienen nuevos ejemplos de la continua pertinencia y eficacia de este descubrimiento espiritual. Dejar constancia, mantener guardia y proclamar al mundo son las funciones específicas del Christian Science Journal, el Sentinel y El Heraldo (véase Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 353).
Pero fue en el último regalo que Mary Baker Eddy dio a la humanidad —un diario cuyo objeto es “no hacer daño a nadie, sino bendecir a toda la humanidad” (Miscelánea, pág. 353)— donde hubo gran resistencia a asociar el término Ciencia Cristiana con su nombre, incluso de parte de los miembros de la iglesia encargados de comenzarlo. No obstante, ella no cedió. La única forma de “monitorear” eficazmente las tendencias del pensamiento en el mundo y para el mundo es a través de la lente de esta Ciencia universal. Por lo tanto, entre todos los medios de noticias, The Christian Science Monitor está singular y poderosamente equipado para exponer todo aquello que esté estorbando el progreso de la humanidad, y para inspirar con ejemplos concretos de éxito en algunos de los más arduos y crónicos problemas de la condición humana.
“El poder de la Ciencia Cristiana y del Amor divino es omnipotente”, escribió esta pionera espiritual. “Es de veras adecuado para liberar de la sujeción de la enfermedad, del pecado y de la muerte y destruirlos” (Ciencia y Salud, pág. 412). ¡Qué gran recordatorio del efecto ilimitado de la Ciencia Cristiana sobre todas las cosas con las que se relaciona! Todo lo que tiene un alcance infinito nos impulsa continuamente a pensar más en grande, a vivir más expansivamente, y a compartir esta Ciencia ampliamente con la alegría y la confianza natural de que lo bendice todo.
Robin Hoagland
*Ciencia y Salud, pág. 330.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Julio de 2016
