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Mensaje del CUERPO DE CONFERENCIANTES DE LA CIENCIA CRISTIANA

Cómo promover la Ciencia Cristiana: Usa tu “talento”

Del número de agosto de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 17 de julio de 2024 como original para la Web.


Recientemente, una amiga me contó que había comenzado a ofrecerse a orar por las personas de su comunidad cuando mencionaban que tenían algún problema. Podía ser cualquier cosa: un problema de espalda, cuestiones de viaje, lo que fuera. Para ella, esta no era una respuesta sin sentido a cada paso, sino que era el acto de escuchar activamente y estar dispuesta a seguir la dirección de Dios. Pasaba sus días anhelando conocer mejor a Dios, hacer Su voluntad y abandonar cualquier punto de vista que no estuviera completamente arraigado en Dios. A veces sentía que tenía más éxito en esto que en otras ocasiones. Y, al igual que para todos nosotros, cuanto más conmovida y animada se sentía por lo que obtenía de la bondad de Dios cada día, más tenía para compartir con la gente.

Fue a partir de esta base —no de la base de que ella sentía que sabía todo acerca de la curación en la Ciencia Cristiana, o que había resuelto todos sus propios problemas— que se ofreció a orar por el sastre que se quejó de una dolencia mientras le hacía el dobladillo del vestido, y por otros padres en el entrenamiento de fútbol que expresaron sus problemas mientras pasaban el rato al costado de la cancha.

Una vez, después de que ella se ofreciera a orar por uno de los padres, otro que la escuchó se acercó y dijo: “Deberías aceptar su oferta. ¡Sabe orar!”. La mujer no recordaba haberse ofrecido a orar con la persona que hizo el comentario. Pero, al parecer, se había corrido la voz.

Cuando estamos dispuestos a usar lo que tenemos —por más modesto que pueda parecer— y damos nuestro consentimiento a Dios para ser guiados en “cómo” hacerlo, se presentan oportunidades que encajan perfectamente con lo que podemos ofrecer. Eso puede significar tener el valor de compartir ideas profundas en un momento dado, u ofrecer un poco de consuelo en otro, o incluso simplemente orar en silencio. Siempre y cuando sea guiado por Dios, el efecto es bueno.

Jesús dejó en claro que estar dispuestos a usar lo que sea que tengamos para ofrecer —sin importar cuán pequeño pueda parecer— logrará mucho más de lo que creemos. Esto es sumamente alentador en una época en la que muchos se preocupan por el declive de los seguidores del cristianismo en el mundo, incluida la participación en la Iglesia de Cristo, Científico. No obstante, Jesús enseñó y demostró que hay una manera primordial de extender el cristianismo genuino. Dijo que consistía en dejar que nuestra luz brille (véase Mateo 5:14-16) y usar el único talento que se nos ha dado. E indicó que no podemos esconder nuestra luz, ni dejar de usar nuestro talento; de otro modo, el bien que tenemos se perderá.

En una de sus parábolas, Jesús habló de un hombre que confió el cuidado de su dinero (en cantidades denominadas talentos) a tres de sus siervos (véase Mateo 25:14-29). Uno recibió un talento, otro, dos, y otro, cinco. Quienes recibieron dos y cinco talentos los invirtieron y finalmente duplicaron su cantidad. La persona con un talento lo enterró por temor. Después de un tiempo, el hombre regresó y les preguntó qué habían hecho con el dinero. Elogió a las personas que habían dado uso a sus talentos y aumentaron la cantidad a través de sus esfuerzos. Pero en cuanto al que había enterrado el talento, se lo quitó. Esto me recuerda a la frase que dice: “El que no usa, desaprovecha”.

¿Sabes cuánto vale un talento? Siempre me lo había imaginado como una moneda, tal vez una moneda valiosa que valiera algo así como 100 dólares, o incluso 1.000 dólares. Lo que descubrí es que muchos eruditos creen que un talento valía 6.000 denarios, y un denario es lo que el trabajador promedio ganaba en un día. La semana laboral judía debe de haber sido de seis días a la semana, lo que significa que ganarían seis denarios a la semana, por lo tanto, les tomaría 1.000 semanas —cerca de 20 años— ganar un talento (véase James Hastings, Frederick C. Grant, y H. H. Rowley, Dictionary of the Bible, pág. 673).

El público que escuchaba a Jesús seguramente conocía el valor de un talento, así como habrían sabido cuán grande llegaría a ser un árbol a partir de un grano de mostaza cuando él comparó una semilla tan pequeña, con su capacidad de crecer y bendecir a otros, con el reino de los cielos (véase Mateo 13:31, 32). Pero tal vez el sorprendente valor de un talento hoy en día pueda ayudarnos a recordar que lo que tenemos para ofrecer a través de nuestra comprensión de la Ciencia Cristiana vale mucho más de lo que a veces podríamos pensar.

La idea de que lo perdemos si no lo usamos no es una amenaza. Es una explicación que muestra cómo el miedo y la incomprensión tratarían de disminuir nuestra utilidad. También es un recordatorio del gran hecho espiritual de que esta disminución jamás puede suceder mientras usemos lo que tenemos. ¡Jesús dijo que el reino de Dios está dentro de ti! Ya está ahí. No somos ni más ni menos que la expresión de todo lo que Dios es. No tenemos identidad ni existencia separadas de Dios. Y la Ciencia Cristiana nos ayuda a comprender esto, a verlo y a experimentarlo más. Usar nuestro talento significa tomar todo lo que sabemos y estamos descubriendo de la bondad de Dios, y permitir que guíe nuestros pensamientos y acciones, incluyendo cómo interactuamos con los demás.

No siempre es fácil. No es agradable cuando nuestros esfuerzos por bendecir a los demás se encuentran con escepticismo, miradas de desaprobación o rechazo total. Jesús dijo que los que lo siguieran serían perseguidos debido a la forma en que dejaban que su luz brillara ante los demás. Sin embargo, compartir con los demás sin miedo y llenos de amor significa estar más interesado en lo que Dios está indicando que en estar humanamente cómodo, o ser siempre aceptado. Muy a menudo eso significa destacarse.

La misma mujer que mencioné anteriormente también me contó sobre una ocasión en que otro padre la ridiculizó por decir que su familia iba a la iglesia y que esta actividad tenía prioridad los domingos. Una vez, incluso trató de persuadir al hijo de ella, diciéndole que se divertiría mucho más si fuera a un partido de fútbol que había sido programado para el domingo por la mañana que si fuera a la iglesia. Ella oró por esto y se insistió en sus esfuerzos por percibir a este hombre desde la perspectiva de lo que estaba aprendiendo espiritualmente cada día: que todos somos naturalmente receptivos al bien porque así es como Dios nos hace a todos.

En un momento dado, el hombre pareció cambiar de opinión. Mencionó que valoraba la educación espiritual que el hijo de ella estaba recibiendo y habló sobre su propia experiencia religiosa. Y expresó su deseo de encontrar una Escuela Dominical para que su hijo asistiera. (De hecho, en diferentes momentos, los padres que conoció en la escuela, los Scouts, el fútbol y otras actividades sugirieron que les gustaría que sus hijos visitaran la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana con la familia de ella.)

Ahora piensa en esto: ¿Quién es más propenso a aceptar una invitación a un servicio religioso de la Ciencia Cristiana o a la próxima conferencia de la Ciencia Cristiana en tu comunidad? ¿La persona que conoce a alguien como la mujer descrita anteriormente y ve un atisbo de cómo se vive la Ciencia Cristiana día a día? ¿O la persona que recibe la mejor publicidad, o se le habla de una conferencia a darse en un lugar nuevo y de lo más novedoso, pero que tal vez nunca ha sido testigo de nada sobre la práctica de la Ciencia Cristiana? Supongo que tu conclusión es la misma que la mía. Es la persona que ve a un Científico Cristiano que usa con regularidad su talento.

Estar dispuesto a sobresalir, a ser visto como diferente, no tiene que ver con la voluntad humana o una osadía forzada. Se trata de mansedumbre, es decir, escuchar a Dios y lo que Él indica. El ego humano dice “puedo” o “no puedo”, basado en una percepción de las capacidades generadas por sí mismo. Pero ambos están equivocados. La mansedumbre comienza con el concepto de: “No lo que yo soy, Dios, sino lo que Tú eres”. Razonar de esta manera nos permite ser verdaderamente valientes porque se basa en la Verdad y el Amor puros y universales, es decir, lo que es verdad para todos. Cuando construimos sobre la Verdad y nos dejamos inspirar por Dios, sentimos una sensación natural de rectitud, claridad y fortalecimiento.

¡Hay un profundo sentido de alegría y renovación en el uso de nuestro talento! Cuando nuestros corazones bien dispuestos sienten el desbordamiento del amor de Dios derramándose en diversas áreas de nuestra vida cotidiana, que tal vez antes se sentían desprovistas de ese amor, percibimos más claramente que el reino de los cielos realmente está cerca, y que “todas [las cosas] son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

Todo el mundo está incluido en el reino de Dios. No importa quiénes sean. Tal vez parezcan distantes o incluso indiferentes a la bondad divina. Todos verán la bondad divina por sí mismos en algún momento. Podemos ser testigos de que eso sucede mucho más cuando estamos de acuerdo con ello, lo buscamos y dejamos que Dios nos dirija para saber cómo podemos ser parte y demostrarlo.

Una forma específica en que Jesús habló acerca de dejar que nuestra luz brille se menciona en Juan (véase 13:34, 35). “Que os améis unos a otros”, dijo a sus discípulos. Por supuesto, debemos ser lo más amorosos posible con todos, pero este fue un mandato muy específico. Él se refería a amar la comunidad de iglesia que está frente a nosotros.

Este amor propio del Cristo es más que simplemente bondad o cortesía humana superficial. Amarnos unos a otros a la manera semejante del Cristo incluye la disposición de adorar la creación de Dios tanto como amamos al creador. Incluye reconocer que Dios creó todo lo que fue creado y que, por lo tanto, toda vida real e inteligencia son expresiones de Su bondad. Requiere que, así como no tenemos otros dioses, debemos ver a nuestro prójimo como si no tuviera otro poder o identidad que la que se derivara del único creador.

El valor de usar este talento particular de amar a los miembros de nuestra iglesia, en un momento en que las divisiones están muy extendidas en las comunidades de todo el mundo, es inmenso. Los beneficios de invertir nuestro talento de esta manera particular son innegables, como Jesús señaló claramente al indicar que la comunidad notaría que nos amamos unos a otros: les informaría quiénes son los verdaderos seguidores de Cristo.

Es más, hay seguidores de Cristo hoy en día de la misma manera que los había hace dos mil años. De modo que muchas personas anhelan saber eso, incluso si no reconocen ese anhelo, aun si piensan que han rechazado la espiritualidad o la religión. La gente anhela esperanza, estabilidad, fortaleza, plenitud, la capacidad de demostrar el poder de la bondad, un sentido más grande de la vida.

Ya sea a través de nuestra práctica de curación en la comunidad o de nuestro profundo amor cristiano por los demás, usar nuestro talento es dejar que nuestra luz brille de una manera que se destaque como ninguna otra cosa en medio del materialismo y la oscuridad. Tú y tu talento —la luz divina que reflejas— son muy importantes.

¡Gracias por todo lo que estás haciendo y por todas las formas en que dejas brillar tu luz! A los miembros del Cuerpo de Conferenciantes les encanta ser testigos de tu luz.

Tom McElroy
Gerente del Cuerpo de Conferenciantes de la Ciencia Cristiana

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