Mi amigo John había recibido un regalo muy especial: ¡un gatito! Tenía un pelaje blanco como la nieve con la cara, las orejas, las patas y la cola grises. John lo llamó Julius. Eran buenos compañeros. Pronto, Julius pasó de ser un gatito a un hermoso gato.
Un día, John se enteró de que Julius ya no podía vivir con él. El dueño de su apartamento dijo: “¡No se permiten mascotas!”.
John estaba triste. Pero sabía que era correcto seguir las reglas, así que comenzó a buscar un nuevo hogar para Julius.
Había una granja donde no vivía nadie, y John pensó que Julius estaría a salvo allí hasta que pudiera encontrarle una nueva familia. Llevamos a Julius a la granja y pusimos su cama y su caja de arena en el ático, donde estaba cálido. También le dejamos mucha comida y agua.
Pero un par de días después, cuando volvimos a ver cómo se encontraba, ya no estaba. Lo llamamos por su nombre. Buscamos por todas partes. Julius no aparecía por ningún lado. Entonces nos dimos cuenta de que había una ventana abierta en la cocina.
—Tal vez Julius salió —dijo John—.
Así que buscamos afuera. Pero Julius no estaba.
Nos sentamos debajo de un árbol un poco alejado de la casa y comencé a orar. Había aprendido en la Ciencia Cristiana que Dios es el Padre-Madre amoroso de todos nosotros. Y puesto que Dios es infinito, está en todas partes. Yo sabía que eso quería decir que Julius no podía estar perdido. No podía estar fuera del cuidado amoroso de Dios. Sabía que Julius estaba a salvo y que Dios nos ayudaría a encontrarlo. Así que me quedé muy callada y escuché la guía de Dios. Entonces, oí un maullido.
—¿Oíste eso? Le pregunté a John.
No lo había escuchado, pero en ese momento hubo otro maullido. No estábamos muy cerca de la casa, pero sabía lo que había oído y estaba segura de que era Julius.
Dentro de la casa, encontré a Julius escondido en un rincón del ático. Había estado allí todo el tiempo. Lo levanté y lo llevé afuera con John, quien quedó muy feliz de ver a su amigo.
—¿Cómo oíste maullar a Julius? —me preguntó John—. Estábamos tan lejos, y el maullido de Julius es tan suave.
Me di cuenta de por qué era difícil de creer. Pero encontré la respuesta a la pregunta de John en el libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Dice: “La voz inaudible de la Verdad es, para la mente humana, como cuando ‘ruge un león’. Se oye en el desierto y en los lugares tenebrosos del temor” (pág. 559). Esto significa que siempre podemos escuchar a Dios, pase lo que pase. Y supe que era Dios quien me había ayudado a saber lo que necesitaba saber y a escuchar lo que necesitaba oír para encontrar a Julius.
Unos días después, John encontró un hogar para Julius con una familia que lo amaba. Incluso tenían otros gatos y perros con los que Julius podía jugar.
¿No es bueno saber que, al igual que Julius, nunca podemos estar fuera del amor de Dios? Él siempre cuida de nosotros y nos mantiene a salvo.
