Al principio, Moisés rehusó aceptar la demanda divina de liberar a los israelitas de la esclavitud. Preguntó: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éxodo 3:11). Poco después, Dios se reveló a sí mismo como “YO SOY EL QUE SOY”. El sentido que Moisés tenía de sí mismo como un ego finito, o un mortal inadecuado, había sido desafiado. Si bien, todavía luchaba con su misión, es innegable que había alboreado en su pensamiento la verdad de que el infinito Yo soy era el único Ego verdadero, o Mente, del hombre, la imagen espiritual de Dios.
A través de la lente de la Ciencia Cristiana, la Biblia puede leerse como un registro tanto de la realidad de un Yo soy supremo —que produce solo el bien— como de la falsedad de muchos dioses, muchos egos finitos, propensos al temor, la vulnerabilidad y la maldad. El Antiguo Testamento se refiere a un supuesto y falso yo soy, o ego mortal, como Lucifer: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana! … Porque decías en tu corazón: Ascenderé al cielo; exaltaré mi trono por encima de las estrellas de Dios, … seré como el Altísimo” (Isaías 14:12-14. KJV).
Exaltarse a sí mismo por encima del divino Yo soy toma muchas formas. Los casos de egocentrismo desenfrenado han resultado en tiranía y derramamiento de sangre, como lo demuestra la historia humana de los dictadores. Abordar a fondo las diversas formas de egocentrismo es primordial para traer curación al mundo.
Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, afirma en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Los mortales son egotistas. Se creen trabajadores independientes, autores personales y hasta creadores privilegiados de algo que la Deidad no quiso o no pudo crear. Las creaciones de la mente mortal son materiales. Sólo el hombre espiritual, inmortal, representa la verdad de la creación” (pág. 263).
Tiranía de todo tipo —en el hogar, en la oficina, en la escuela, en el gobierno— ha sido perpetuada por aquellos que han sucumbido a una forma egocéntrica de pensar y actuar como la de Lucifer. Traen miseria a través de la voluntad propia. No han adquirido una comprensión correcta de Dios como la única Mente y fuerza motriz, expresada para siempre en sabiduría y benevolencia a través del hombre de Su creación.
El profeta Oseas, al declarar la palabra de Dios, reveló al pueblo lo que es el fundamento de todos los conflictos que el mundo ha conocido: “No hay fidelidad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. … Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento” (Oseas 4:1, 6, LBLA). Es crucial ver que toda confrontación, ya sea entre naciones, en el hogar, en el trabajo o entre amigos, es esencialmente un problema teológico. Es el resultado de la ignorancia de la verdadera naturaleza de Dios, del Principio y del Amor divinos. Cuando se establezca un punto de vista correcto de Dios en nuestros corazones y mentes, no quedará ningún elemento mental con el cual encender las llamas del odio personal, nacional o internacional.
Debido a que pocos de nosotros estaremos en una posición política como para dar forma a los acontecimientos internacionales, quizá sintamos que no podemos contribuir mucho a la paz mundial. Pero un relato bíblico prueba que esta noción es errónea: “Había una pequeña ciudad con pocos hombres en ella. Llegó un gran rey, la cercó y construyó contra ella grandes baluartes; pero en ella se hallaba un hombre pobre y sabio; y él con su sabiduría libró la ciudad; sin embargo, nadie se acordó de aquel hombre pobre” (Eclesiastés 9:14, 15, LBLA).
El reino del Cristo se establece en la tierra a medida que aumentan las características propias del Cristo en cada uno de nosotros.
¿Qué libró a la ciudad de la embestida de la mente carnal, descrita como “un gran rey” cuya intención era gobernar como un dios? El relato bíblico dice que fue la sabiduría (o comprensión) expresada por un solo hombre. ¿Qué hizo sabio a este individuo? Seguramente tuvo que haber sido su lealtad a Dios, la fuente de toda sabiduría. La omnipotencia y omnipresencia de Dios deben de haber sido entronizadas en su consciencia en un grado notable. La sabiduría que expresaba el hombre le permitió ejercer dominio sobre la mentalidad de la guerra, salvándose no sólo a sí mismo sino a los demás.
Todos podemos contribuir a la paz mundial y a las oraciones de las personas de buena voluntad en todas partes cuando dejamos que las verdades de la omnipotencia y omnipresencia de la Mente divina gobiernen nuestros pensamientos, como lo hizo el “hombre pobre y sabio”. La inteligencia que emana de Dios está disponible para todos, incluso para aquellos envueltos en un conflicto. Esto se debe a que las verdades del ser espiritual trabajan de manera imparcial, universal y continua para el bien común.
¿Cuáles son algunas de estas verdades que se describen en la Biblia?
Veamos el ejemplo de Jacob. Después de haber recibido la bendición de su hermano mayor, huyó por temor a las represalias, solo para regresar años después. En su camino de regreso, una noche estaba solo y “luchó con él un varón hasta que rayaba el alba” (Génesis 32:24). Este “hombre” era un mensaje angelical de Dios. La lucha de Jacob fue una lucha mental. Describía el despertamiento de una consciencia a la presencia de Dios, del bien, mientras luchaba con la supuesta existencia del mal, con el sentido material de una vida asolada por el miedo, el sensualismo y el engaño.
Una de las contribuciones más útiles que cada uno de nosotros puede hacer es a través de nuestras relaciones individuales con los demás.
Cuando la naturaleza misma de Jacob fue transformada —cuando un concepto mortal del yo se rindió lo suficiente a la verdad de que toda la creación participa del único Ego— vio a su hermano bajo una luz nueva y espiritual, como si “hubiera visto el rostro de Dios” (Génesis 33:10). El resultado fue el establecimiento de una pacífica relación entre los dos hermanos.
Una de las contribuciones más útiles que cada uno de nosotros puede hacer es a través de nuestras relaciones individuales con los demás, mediante la cual nuestra humanidad coincide con la verdad de la naturaleza espiritual del hombre, y expresamos un amor desinteresado, imparcial y universal.
Cuando nos enfrentamos a la deshumanización de la humanidad, de la que somos testigos en las guerras de todo el mundo, la Biblia nos ofrece medios seguros para oponernos y vencer esta crueldad. Se nos dice: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4, 5).
Antes de que el joven David derrotara a Goliat, primero tuvo que elegir sus armas. Confiaba solo en lo que había demostrado como pastor con su honda, es decir, el poder de Dios. Metió la mano en su bolsa y tomó una piedra lisa, que podría ser el símbolo de una verdad espiritual específica, y la arrojó directamente al blanco, golpeando la frente de Goliat. Es decir, apuntó a la supuesta mente mortal egocéntrica y la derribó.
La cuestión de armar y desarmar a las naciones y a los individuos es principalmente mental. ¿Estamos armando el pensamiento con el orgullo del poder, con la arrogancia, la codicia, el temor, la sensualidad, la superioridad? Entonces necesitamos saber que estas no son las cualidades mentales que detendrán la agresividad de la mente mortal y traerán prosperidad y estabilidad. Lo que desarma el pensamiento de sus falsedades son las cualidades cristianas de pureza, amor, altruismo, inocencia, integridad. El Cristo es la verdadera idea de Dios que expresa el bien. Así como la salud solo puede establecerse sobre la base de una forma de pensar sana, santa y divina, la paz solo puede establecerse sobre la base de una forma de pensar pacífica y ordenada que se origina en la Mente divina. Ciencia y Salud enseña: “El pensamiento calmo y exaltado, o la comprensión espiritual, está en paz” (pág. 506).
Lo opuesto al egocentrismo agresivo es la humildad, la inmersión de la personalidad material en la individualidad espiritual. El más humilde de todos los individuos fue Cristo Jesús, nuestro Mostrador del Camino. Debido a que sabía que su Padre era el único Ego, o Yo soy, podía decir: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30), y, “El Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10).
Jesús actuó de acuerdo con su Padre, la Mente divina que todo lo sabe. El maestro cristiano nos dio la forma más elevada de razonamiento, porque razonó a partir de un solo hecho: el de la existencia espiritual del hombre como hijo de Dios, que posee todas las cualidades divinas. El Mostrador del Camino tuvo éxito al enfrentar el mal porque estaba acompañado por los ángeles, los pensamientos puros de la Mente. Este aislamiento en el bien lo protegió del egoísmo malicioso. Cuando sus enemigos lo buscaron en Getsemaní, él dijo: “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” (Mateo 26:53).
Esta hueste celestial de ángeles fue un verdadero ejército de salvación, una presencia guiadora y protectora a lo largo de la vida de Jesús. Con estos guías espirituales siempre a mano, dirigió sus esfuerzos hacia la destrucción de la consciencia mortal irreal en la que nacen las guerras y las luchas y que carece de valores morales y espirituales. La suya era una guerra mental, que se basaba en un método espiritual para destruir el error y revelar la paz y el amor divinos siempre presentes. Su objetivo no podía ser alcanzado con la ayuda de legiones de soldados y mercenarios romanos. Sólo los mensajes angelicales de la verdad de Dios pueden establecer “en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2:14).
El carácter propio del Cristo que se desarrolla en cada uno de nosotros —tan plena y supremamente ejemplificado en la vida de Jesús— nos da el equilibrio que todos necesitamos para no dar poder o prestigio a nada que no sea el bien. No importa la afiliación política que uno tenga o en qué país viva, el Cristo omnipresente, la Verdad, está fermentando la consciencia humana, y la misericordia debe disolver en última instancia la obstinación y la división empedernidas.
El reino del Cristo se establece en la tierra a medida que aumentan las características propias del Cristo en cada uno de nosotros. Isaías predijo la venida del Príncipe de Paz con esta promesa: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” (Isaías 9:7). En la misma línea profética, la Sra. Eddy asegura un mundo anhelante de esperanza: “La personificación de la idea espiritual tuvo una historia breve en la vida terrenal de nuestro Maestro; pero ‘su reino no tendrá fin’, pues el Cristo, la idea de Dios, regirá finalmente todas las naciones y todos los pueblos —imperativa, absoluta, definitivamente— con la Ciencia divina” (Ciencia y Salud, pág. 565).
Es solo a través del Cristo, el poder de Dios para la salvación, y la Ciencia o comprensión del Cristo que uno puede enfrentar con éxito el desafío del egocentrismo y ver el progreso de la humanidad. Nuestras armas infalibles e individuales son la humildad, el conocimiento de uno mismo, el autocontrol y el amor, que podemos expresar hábilmente porque estamos gobernados por el Principio divino, el Amor. La Mente divina es suprema, y ninguna mente mortal egoísta puede anular este hecho inmutable.
La perspicacia espiritual del Revelador le permitió ver “un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado” (Apocalipsis 4:2). A pesar de la insistencia de la mente carnal en perpetuarse, sólo Dios reina y es Todo. Dios, la Mente divina, está para siempre entronizada en la consciencia de cada individuo —cada uno, ciertamente, un hijo de Dios— y la Mente gobierna su creación con paz y armonía por toda la eternidad.
