Fue la época más oscura de mi vida. Recientemente me había mudado a una nueva ciudad para comenzar una nueva carrera, pero tenía serias dudas sobre si la ciudad o la carrera eran realmente adecuadas para mí. Estaba muy endeudado, no tenía un lugar fijo donde vivir y ni siquiera podía pagar un automóvil. Además, mi matrimonio estaba profundamente en problemas. Mi esposa se había quedado mientras se resolvían varias cosas. (Por lo demás, ¡todo estaba bien!)
A veces, me preguntaba cómo me había metido en tal lío. Luego reflexionaba sobre ciertas decisiones que había tomado y veía la respuesta con demasiada claridad: yo mismo me había metido en líos. La culpa, la duda, la condena propia, la confusión, la ansiedad y la desesperación me embargaban en oleadas.
Había sido Científico Cristiano toda mi vida, pero me había alejado los últimos dos años. Ahora, sentía que la mejor (y quizá la única) manera de salir de esta confusión era renovar mi compromiso con la religión que siempre había amado. Apartaba tiempo cada mañana para orar y comencé a estudiar con regularidad la Lección-Sermón de la Biblia del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Había una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana a pocas cuadras de mi oficina, y pasaba cada hora de almuerzo allí, poniéndome al día con las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana que me había perdido. Estas actividades se convirtieron en mi sustento. Las esperaba como alguien perdido en el desierto anhelaría un trago de agua.
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