Fue la época más oscura de mi vida. Recientemente me había mudado a una nueva ciudad para comenzar una nueva carrera, pero tenía serias dudas sobre si la ciudad o la carrera eran realmente adecuadas para mí. Estaba muy endeudado, no tenía un lugar fijo donde vivir y ni siquiera podía pagar un automóvil. Además, mi matrimonio estaba profundamente en problemas. Mi esposa se había quedado mientras se resolvían varias cosas. (Por lo demás, ¡todo estaba bien!)
A veces, me preguntaba cómo me había metido en tal lío. Luego reflexionaba sobre ciertas decisiones que había tomado y veía la respuesta con demasiada claridad: yo mismo me había metido en líos. La culpa, la duda, la condena propia, la confusión, la ansiedad y la desesperación me embargaban en oleadas.
Había sido Científico Cristiano toda mi vida, pero me había alejado los últimos dos años. Ahora, sentía que la mejor (y quizá la única) manera de salir de esta confusión era renovar mi compromiso con la religión que siempre había amado. Apartaba tiempo cada mañana para orar y comencé a estudiar con regularidad la Lección-Sermón de la Biblia del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Había una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana a pocas cuadras de mi oficina, y pasaba cada hora de almuerzo allí, poniéndome al día con las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana que me había perdido. Estas actividades se convirtieron en mi sustento. Las esperaba como alguien perdido en el desierto anhelaría un trago de agua.
Mi enfoque era lograr la paz en lugar de la agitación interna que parecía continua y casi abrumadora. Encontré muchos versículos bíblicos hermosos sobre la paz, pero tres específicamente sobre Dios llegaron a tener un significado especial para mí: “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien” (Job 22:21); “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Salmos 119:165); y “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3).
Para mí, estos versículos se construyeron uno sobre el otro de una manera encantadora y lógica, proporcionando tres pasos ascendentes en el camino hacia adelante. Primero, conocer a Dios trae algo de paz; luego, aprender a amar a Dios y Su ley trae gran paz; finalmente, mantener el pensamiento en Dios —”permanecer en” Él sin distracciones ni dudas— trae la paz perfecta.
Eso sonaba bien, pero era más fácil decirlo que hacerlo. Familiarizarme (o volver a conocer) a Dios fue algo natural mientras estudiaba, y cuanto más exploraba la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, más amaba lo que estaba aprendiendo sobre Dios y la ley divina. Sin embargo, el tercer paso —mantener mi mente “en” Dios— fue más difícil. Tuve momentos de inspiración, así como muchos momentos de duda y desánimo.
Pero continué haciéndolo. Incluso copié los tres versículos de la Biblia con los que había estado orando en una tarjeta que llevaba en mi bolsillo. Varias veces al día, echaba un vistazo a la tarjeta y dejaba que las verdades que contenía me liberaran de la duda y la preocupación. Durante un período de semanas, una expectativa del bien comenzó a reemplazar la ansiedad y la condena propia.
Comencé a vislumbrar el hecho de que Dios, el Amor mismo, siempre cuida del individuo de la creación de Dios, por lo tanto, no podía estar confundido o perdido ni sufrir por los errores una vez que eran vistos y corregidos. Las preocupaciones sobre la ubicación, la carrera, las finanzas y el matrimonio comenzaron a desvanecerse cuando me di cuenta de que cualidades como la confianza, el aplomo y la preciosa paz que buscaba eran para siempre parte de mi verdadera identidad, derivada no de las circunstancias humanas sino directamente de Dios.
Durante este tiempo, la evidencia del cuidado de Dios comenzó a manifestarse. A través de la generosidad de un amigo, encontré un lugar agradable y asequible para vivir. Hice grandes avances en mi trabajo y comencé a pensar que este cambio de carrera podría funcionar después de todo. Mi situación financiera se estabilizó, e incluso tuve acceso a un automóvil por una tarifa nominal. Por supuesto, recibí con mucha gratitud estos adelantos, pero aún mejor fue el progreso que sentí que estaba haciendo hacia la “paz perfecta” que menciona el tercer pasaje bíblico que había escrito en esa tarjeta.
No obstante, mi matrimonio seguía teniendo problemas. Ahora me preguntaba si mi esposa realmente tenía la intención de venir conmigo como habíamos planeado originalmente. Esperaba que ella lo hiciera y que tal vez solo necesitáramos trabajar un poco más duro en nuestro matrimonio.
Entonces, mientras oraba una noche tarde, tuve un momento de profunda claridad espiritual. Sentí una oleada de gratitud por el crecimiento espiritual que había experimentado y por las formas en que se satisfacían mis necesidades. Me sentí envuelto en el amor de Dios, y supe sin lugar a dudas que Dios, el Amor, estaba cuidando de mí. De repente me encontré deseando con todo mi corazón que mi esposa pudiera sentir lo mismo. Oré profunda y sinceramente para que ella también sintiera que estaba rodeada del amor de Dios, que sus necesidades serían satisfechas y que sería guiada a hacer lo mejor para ella.
En ese momento, creo que experimenté algo que al menos se acercaba a la paz perfecta, perfecta porque incluía un elemento que antes había faltado, a saber, el amor desinteresado. La paz genuina tenía que aplicarse no solo a mí sino a todos, incluida mi esposa. Liberé mentalmente toda voluntad humana acerca de la situación y caí en un sueño reparador.
Unos días después, mi esposa me llamó y me dijo que había decidido no venir conmigo; ella quería el divorcio. Al principio me sorprendió, pero pronto me di cuenta de que mis oraciones me habían preparado para recibir este mensaje sin perder mi paz. Me sentí seguro de que Dios continuaría bendiciéndonos a ambos.
Y así probó ser. Nuestro divorcio fue amistoso, y nos mantuvimos en términos amigables. Finalmente, ambos tuvimos nuevas relaciones, que de hecho nos trajeron alegría a cada uno de nosotros y a los demás.
Desde entonces, he tenido muchos desafíos, cada uno de los cuales requirió una comprensión más profunda de Dios como la fuente de todo el bien, incluida la paz. Y he llegado a ver que cada desafío es una oportunidad para participar del nuevo nacimiento del que habló Jesús (véase Juan 3:3-8) y que la Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, describe de esta manera: “El nuevo nacimiento no es obra de un momento. Empieza con momentos y continúa con los años; momentos de sumisión a Dios, de confianza como la de un niño y de gozosa adopción del bien; momentos de abnegación, consagración, esperanza celestial y amor espiritual” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 15).
A medida que nos familiarizamos con Dios, aprendemos a amarlo a Él y a Su ley, luego persistimos en mantener nuestras mentes en Él, nuestros “momentos de sumisión” pueden convertirse en días y años, y nuestras vidas comienzan a cumplir esta bendición del apóstol Pablo: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7, LBLA).
