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Original Web

Restauración completa de la salud

Del número de agosto de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 10 de junio de 2024 como original para la Web.


El verano pasado, me desperté una mañana con apremiantes síntomas de enfermedad. Un día antes, un miembro de la familia que había visitado recientemente mi casa durante una semana anunció que había dado positivo en la prueba de Covid-19. En ese momento, todos en mi casa estaban lidiando con la enfermedad, al igual que un miembro de la familia que vive en otra parte de nuestra ciudad. 

Permanecí en la cama, pero pude y quise orar, y recurrí a la Ciencia divina, el agente sanador que había conocido toda mi vida y a través del cual sabía que Dios, la fuente de todo, era completamente bueno. Recuerdo que me sentí muy distante de Dios mientras oraba esa mañana. Pero, por haber tenido muchas curaciones como estudiante de la Ciencia Cristiana durante toda mi vida, estaba segura de que Él es el único poder y presencia reales, y que la niebla de la enfermedad debe disiparse cuando ya no se acepta como una realidad. 

También sabía que Dios es Espíritu, la única sustancia, y que mi verdadero cuerpo no es material sino espiritual y refleja la sustancia del Espíritu, su integridad y perfección; por lo tanto, no puede estar enfermo. Esta convicción se basaba en la declaración de la Biblia: “Un cuerpo, y un Espíritu” (Efesios 4:4). En los últimos años, este versículo ha sido un trampolín para mi crecimiento espiritual, permitiéndome reconocer más claramente que mi verdadera identidad es espiritual y jamás existió en la materia, porque ningún elemento material existe en el reino de los cielos, donde “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28, LBLA). 

Oraba para ver esto no solo para mí, sino también para los miembros de mi familia. Reconocí la necesidad de abordar específicamente varias imposiciones sobre el pensamiento asociadas con la enfermedad. Desafié la noción de que las personas de cierta edad son más vulnerables a ella (contrarrestando con: “No tengo edad y vivo en la Vida eterna, en Dios, ahora mismo”). Refuté la sugestión de que ciertas enfermedades pueden ser transferidas de una persona a otra con esta explicación del libro de texto de la Ciencia Cristiana: “... en la Ciencia no hay transferencia de sugestiones malévolas de un mortal a otro, pues hay una sola Mente, y esta Mente siempre presente y omnipotente es reflejada por el hombre y gobierna el universo entero” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 496).

El momento decisivo llegó una noche en la que me desperté sintiendo que estaba perdiendo la vida. Salí volando de la cama, aterrorizada, y comencé a caminar alrededor de la casa, declarando con vehemencia en voz alta que Dios era mi vida. Continué protestando: “¡Dios es Vida, y no tengo una vida personal que perder!”. 

El versículo bíblico “No tendrás temor de pavor repentino” (Proverbios 3:25) me vino fuertemente al pensamiento, y me fortaleció y calmó. Volví a meterme en la cama y, al ver la falsedad de la sugestión de la enfermedad, me reí de ella. Eso rompió el control hipnótico que los síntomas tenían sobre mi pensamiento, y se disiparon como la niebla ante la luz del sol. Esto sucedió dos veces más, en las noches siguientes, pero con menos intensidad. En ambas ocasiones, los síntomas desaparecieron rápidamente mientras oraba, y después de la última instancia nunca regresaron. 

Luego de despertarme en la noche la primera vez, me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Juntos afirmamos y nos regocijamos de que sólo el bien, Dios, era mi sustancia y que este hecho nunca podría cambiar. La inspiración espiritual y la tierna guía del practicista fueron fundamentales para ayudarme a ver que, en lugar de lidiar con la enfermedad como una creencia en el pensamiento, había estado buscando signos de progreso en el cuerpo, algo que a menudo había hecho hasta cierto punto cuando trataba de sanar en el pasado. Había estado trabajando para eliminar esta debilidad en mi práctica de curación. 

A medida que mi confianza pasó de la evidencia material a la espiritual como prueba de progreso, mi fuerza, agilidad y apetito normal regresaron. La curación se produjo suave pero firmemente, y mi alegría regresó a medida que mantuve con diligencia en mi pensamiento la verdad de mi perfección presente como reflejo de Dios, en lugar de la imagen ilusoria de un cuerpo enfermo. Verdaderamente, este fue un despertar espiritual al hecho de que jamás he sido otra cosa que la hija amada de Dios, para siempre íntegra y completa. 

Quiero expresar mi profundo y humilde agradecimiento a Dios, dador de todo el bien. Las palabras no son suficientes, ¡solo un corazón lleno de gratitud y amor!

Audys Dodge Losche
Carson City, Nevada, EE.UU.

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