Me desperté una mañana y pensé: “¡Hoy es el día en que nos mudamos a casa!”. Pero no me sentía feliz como debería haber estado. Estaba triste. Como estadounidenses que habían vivido en el extranjero durante varios años, mi esposo y yo habíamos hecho una gran amistad con aquellos con los que habíamos entrado en contacto, y habíamos llegado a pensar que Sudáfrica era nuestro hogar.
Pero ya era hora, así que aparté la tristeza y terminé de empacar las maletas. Fuimos a la casa de una amiga a despedirnos, y su perro estaba tan emocionado de vernos que me derribó. Un gran corte se abrió justo debajo de mi ceja y había sangre por todas partes. Nuestra amiga inicialmente se alarmó, pero sabía que somos Científicos Cristianos y estamos acostumbrados a orar para sanar. Limpié y vendé la herida, y le aseguré que todo estaba bien. Nos despedimos con un abrazo y nos fuimos.
De pie en la acera, me sentí abrumada y no podía dejar de llorar. Lo único que podía hacer era aferrarme mentalmente a lo que sabía que era cierto por mi estudio y práctica de la Ciencia Cristiana: que Dios es bueno, y solo bueno; que Dios es Amor; y que el Amor tierno y omnipresente me cuidaba a cada momento.
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