Todos los días, tomamos decisiones sobre todo tipo de cosas. Y hay ocasiones en las que quizá elijamos direcciones que más tarde vemos que se basan en una visión limitada de la vida como material y mortal, contraria a la visión ilimitada que obtenemos desde un punto de vista espiritual.
Por ejemplo, estaba considerando dar pasos en nuevas direcciones en mi vida, pero me disuadieron pensamientos relacionados con la edad y la correspondiente pertinencia de esos pasos. Me hacía preguntas como: “¿Tengo la edad adecuada para asumir estas responsabilidades?” y “¿Es que mi edad va a limitar mi capacidad para tener éxito en este esfuerzo?”. Esta forma de pensar sin duda estaba teniendo un impacto en mi toma de decisiones.
La televisión, el Internet, la radio, los libros, los diarios, las revistas, los amigos, los extraños —y la lista continúa— pueden influenciar nuestras percepciones y puntos de vista. Y a menudo presentan una imagen que transmite los límites asociados con el envejecimiento como algo natural y normal, algo que es de esperar. Lo que a menudo representan es la creencia en que la edad, que corresponde a la creencia en el paso del tiempo, dicta nuestra capacidad, o falta de ella, para vivir nuestra vida al máximo.
La Biblia muestra que Jesús tenía un dominio completo sobre las creencias de la edad y el paso del tiempo. No solo no esperó hasta llegar a cierta edad para expresar cualidades que uno podría identificar como “maduras”, como comprender a Dios y estar ansioso por aprender más de Él (véase Lucas 2:40-47), sino que esperaba que nosotros —a cualquier edad— fuéramos tan humildes como niños pequeños (véase Mateo 18:1-5). De hecho, esperaba que superáramos todas las creencias limitantes, incluidas las asociadas con la edad. No limitó las buenas cualidades que se creía que estaban relacionadas con las diversas etapas de la vida a esos grupos de edad, sino que las vio a todas como parte inherente de cada uno de nosotros como linaje espiritual de Dios.
Por encima de todo, Jesús habló de su propio ser como eterno, más allá de cualquier barrera de edad. En cierta ocasión estaba hablando con un grupo de personas que le dijeron: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?”. Él respondió: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:57, 58). Sabiendo que era el Hijo de Dios, Jesús comprendió que él existía más allá de cualquier percepción relacionada con el tiempo.
Entonces, volvamos a cómo enfrenté esas preguntas limitantes que me estaba haciendo. Sin pensarlo mucho (aunque debería haberlo hecho), había aceptado las falsas creencias limitantes relacionadas con el envejecimiento. Había decidido prácticamente no dar ningún paso en las direcciones que estaba considerando, sino dejarlo caer en el camino.
Entonces, un día, estaba estudiando la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy y me encontré con esta declaración en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Los adornos de la persona son pobres sustitutos de los encantos del ser, que brillan resplandecientes y eternos sobre la vejez y la decadencia. …
“La Mente inmortal alimenta el cuerpo con frescura y belleza celestiales, suministrándole bellas imágenes de pensamiento y destruyendo las aflicciones del sentido, las cuales cada día llevan a una tumba más cercana” (págs. 247-248).
Podía ver que necesitaba tener una visión más ilimitada de mí mismo: Lo que parecía ser una identidad mortal, material, sujeta al envejecimiento o a una historia material, no era mi verdadera identidad en Dios, la Mente inmortal única. Yo soy la idea completa de la Mente, reflejo sólo los ilimitados “encantos del ser” y las cualidades del pensamiento que componen la belleza divina, como la esperanza, el amor, la generosidad, la paciencia, la alegría, la paz, la pureza, la sabiduría y la santidad.
Y fue entonces cuando surgieron preguntas que estaban en marcado contraste con las anteriores: “¿Cómo podrían las ‘aflicciones del sentido’ —los límites percibidos basados en la edad— tener alguna relación con 'los encantos del ser, … resplandecientes y eternos', como las cualidades espirituales que acabamos de mencionar?”. No podían. “Entonces, ¿qué razones tengo para no seguir adelante y hacer los compromisos que estaba considerando?”. La respuesta fue: “¡Ninguna!”. Por lo tanto, me sentí divinamente guiado con gran libertad para avanzar en nuevas direcciones, no influenciado por las limitaciones relacionadas con las creencias con respecto a la edad, sino impulsado por la verdad de que solo puedo poseer y expresar cualidades eternas y divinas: la verdadera identidad que Dios me había dado. Estaba listo para asumir las obligaciones que sabía que podía cumplir sin miedo porque ninguna creencia de la edad podía limitar mi capacidad para hacerlo.
Pero eso no es todo. La inspiración de Dios me seguía llegando. Mientras oraba para saber aún más acerca de mi identidad eterna, me vinieron a la mente estas palabras de la Biblia: “Tu edad te será más clara que el mediodía; seguirás brillando, serás como la mañana” (Job 11:17, KJV).
Consideré el contexto de este versículo. Aparece en un momento en el que Job ha estado lidiando con varias calamidades y enfermedades que se cree que Dios le ha traído. Su amigo Zofar trataba de darle a Job la esperanza de que Dios le daría nuevas bendiciones, y Job sabía que tenía que seguir resistiendo el desaliento y demostrar el dominio que Dios le había dado, lo que naturalmente incluiría la capacidad de superar circunstancias difíciles.
Sabía que las palabras de Zofar podrían fortalecer aún más mi convicción. Mi verdadera identidad espiritual podía volverse más clara para mí, es decir, más despejada, sin distorsiones y sin atenuaciones, por así decirlo, que un día a plena luz del sol, sin niebla ni una sola nube. De hecho, la identidad de cada uno de los descendientes de Dios siempre está en “su eterno mediodía, no atenuado por un sol declinante” (Ciencia y Salud, pág. 246). Nuestra identidad inmortal en Dios nunca cambia, sino que siempre está en el punto de la perfección, por lo que no está condicionada por ningún factor del tiempo.
Y la promesa “seguirás brillando, serás como la mañana”, me dio aún más certeza. Indica que nada puede cambiar el hecho de que el hombre (la verdadera identidad tuya, mía y de toda la humanidad) brilla naturalmente; expresa y refleja a Dios y Su luz de maneras gloriosas a través de decisiones, palabras, acciones y pensamientos divinamente guiados.
Es más, todo lo que realmente tenemos está ahora manifestando el resplandor de la bondad siempre presente e ilimitada de Dios. Por lo tanto, el hombre es la expresión natural de la fuerza, la energía, la vivacidad, la prosperidad, la eficacia, la motivación, la agudeza, el movimiento y el bienestar; todas manifestaciones de las leyes de Dios de progreso, armonía, salud y curación, que están eternamente en funcionamiento.
En última instancia, todos podemos expresar el dominio de nuestra identidad eterna y atemporal en Dios. Podemos esperar que este dominio se evidencie cuando reprendamos y refutemos mediante la oración la creencia de la mente humana de que estamos sujetos a limitaciones. Al orar podemos afirmar con vehemencia que Dios nos mantiene inmutablemente completos, espirituales, armoniosos y buenos, y, por lo tanto, expresar todo “su vigor, su lozanía y su promesa” (Ciencia y Salud, pág. 246) necesarios para satisfacer cualquier demanda que se nos presente.
Sí, podemos avanzar cada día con la seguridad y la autoridad de nuestra identidad eterna en Dios.