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Afortunadamente, me di cuenta de esta inútil negatividad y rápidamente cambié la dirección mental. Lo que se necesitaba era un pensamiento iluminado a la espera del bien, no cavilar con pesimismo.

Finalmente, esta diligente oración me ayudó a comprender profundamente que su verdadera identidad estaba completamente libre de cualquier registro de lo ocurrido.  

Dios, el Espíritu, me creó para ser totalmente espiritual y muy bueno.

Oré, afirmando que Dios estaba allí con nosotros, y que Él creó todo —tanto a nosotros como a todas las criaturas— como ideas espirituales que viven eternamente juntas en armonía.

Oré para comprender que, si como nos dice la Biblia, Dios, el Amor divino, llena todo el espacio, entonces, ¿dónde hay espacio para la tristeza y la soledad? La respuesta: en ninguna parte. 

La admisión de que somos la semejanza de Dios restaura la salud, purifica nuestros corazones y saca a la luz el valor que el Amor nos ha otorgado.

Hoy en día, muchas personas hablan más abiertamente acerca de las preguntas más difíciles de la existencia humana. Una de esas preguntas puede ser qué podemos pensar cuando una persona verdaderamente buena y espiritualmente iluminada fallece inesperadamente.

Al emerger gracias al estudio y la comprensión de la Ciencia Cristiana (véase “ The gift of Christmas healing ,”  Journal,  December 2005), tuve curaciones importantes mediante la ayuda en diferentes momentos de varios practicistas de la Ciencia Cristiana excelentes e inspirados. Uno era maestro de la Ciencia Cristiana e hizo mucho para ayudarme; pasábamos horas hablando de la Biblia y la espiritualidad.

Un testigo fiel debe calmar el pensamiento humano y tomar conciencia del mensaje del Espíritu divino de lo que es verdadero.

El amor espiritual nos hace tomar conciencia de nuestra unidad con Dios y de la salud, santidad y vida que brinda.