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UN BLANCO FUERA DEL ALCANCE

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 9 de octubre de 2014

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 15 de octubre de 1955


Un practicista de la Ciencia Cristiana recibió un llamado para que fuera a la casa de alguien que no se sentía bien. La sufriente era Lectora de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Estaba convencida de que debido a eso ella era el blanco del odio que la mente mortal tiene hacia la Verdad. Según parece, al practicista le resultaba imposible persuadir a la paciente de lo contrario. Finalmente el practicista dijo: “Muy bien, si usted tiene que ser un blanco, sea el blanco. Pero, por el amor de Dios, sea un blanco fuera del alcance del tiro”.

¡Un blanco fuera del alcance! ¡Esto plantea tantas perspectivas! Estar fuera del alcance significa que no se puede llegar a él, que está más allá de los dardos del agresor. El ave no tiene más que extender sus alas y remontarse a las alturas celestes para estar más allá del alcance de un tirador certero.

¿Podemos acaso estar tan libres y liberados de cadenas como el ave? Por supuesto que podemos. La amada Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, al indicar la libertad inherente del hombre, escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Tarde o temprano aprenderemos que las cadenas de la capacidad finita del hombre son forjadas por la ilusión de que él vive en el cuerpo, no en el Alma, en la materia, no en el Espíritu” (pág. 223). Las cadenas forjadas por la ilusión, son ilusiones, no realidades.

Cristo Jesús encontraba su seguridad reclamando la espiritualidad de su existencia. En el Evangelio de Lucas se relata que en una ocasión mientras enseñaba en la sinagoga, los que lo escuchaban se llenaron de ira. Se levantaron, lo sacaron fuera, y lo llevaron a la cima de una colina con la intención de arrojarlo de cabeza. Pero él pasó entre ellos y siguió su camino, sin que su ministerio sanador fuese perturbado. Ni siquiera lo vieron. Él profetizó que aquellos que creyeran en él harían las obras que él hizo, y aún mayores, “porque yo voy al Padre” (Juan 14:12). La Sra. Eddy dice: “El ‘yo’ irá al Padre cuando la mansedumbre, la pureza y el amor, instruidos por la Ciencia divina, el Consolador, nos conduzcan al único Dios: entonces encontraremos el ego, no en la materia sino en la Mente, porque hay un solo Dios, una Mente; y entonces el hombre no pretenderá que tiene una mente aparte de Dios” (Escritos Misceláneos, pág. 195-196).

Mientras nos identifiquemos como personas finitas nombradas por otras personas para ocupar ciertos puestos o desarrollar ciertas tareas en nuestro movimiento, de igual manera estaremos expuestos a ser el blanco, supuestas víctimas del odio, la envidia, el engaño y el control hipnótico. La oposición y la crítica, el desaliento y la ineficiencia, con frecuencia siguen la sucesión de estos errores. Pero la mente mortal nunca va más allá de sí misma. Se ve a sí misma, el propio concepto equivocado que tiene de sí misma, se condena a sí misma, se destruye a sí misma. Ni Dios ni el hombre real están jamás dentro del alcance del materialismo.

La sugestión mental agresiva puede que susurre: “Tú eres un mortal. Yo, el mal, puedo hacer que tengas miedo, puedo enfermarte, desgastarte, agotarte. Yo puedo mancillar tu carácter, falsear tu integridad, y hacer que otros crean y hagan circular estas mentiras. A pesar de todos tus esfuerzos, te puedo hacer sentir incompetente, que desconfían de ti, que no te aman, que eres infeliz”. O puede que la sugestión agresiva eleve su voz para justificarse a sí misma y bajo el disfraz de nuestro propio pensamiento argumente: “Yo soy importante. Exijo que se me reconozca. Yo quiero que las cosas se hagan a mi manera y tengo la intención de hacer mi propia voluntad”. No obstante, ni el desprecio propio ni la glorificación propia son reales, y el Científico Cristiano alerta no permite que ninguno de ellos lo use como herramienta. No permite que el error lo use para producir disensión, división o deslealtad en nuestro movimiento. No permite ser manipulado por la falta de sabiduría, el egoísmo del orgullo, o una falsa sensación de martirio. Su seguridad está en Dios, y no hay hombre que pueda quitarle la alegría.

Cuando nos detenemos a pensar en ello, ¿dónde estamos más seguros, más amados, más apreciados, que al servicio de nuestro Hacedor? ¿Dónde podemos sentir más perceptiblemente la auto renovación de la Vida, la fortaleza de la Verdad, el nutrimento del Amor? Permitamos que “la mansedumbre, la pureza y el amor, instruidos por la Ciencia divina” nos limpien de la ególatra creencia de ser un mortal, y elevemos el pensamiento por encima de la materia hacia el Espíritu. Luego en verdadera humildad reconozcamos a la Mente como el Ego, el Yo de nuestra existencia, y comprenderemos más profundamente los dichos del Maestro: “El que de arriba viene, es sobre todos” (Juan 3:31); “el Padre que me envió ha dado testimonio de mí” (Juan 5:37); “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).

En el reino incontaminado del Espíritu y desde el punto de vista de la totalidad de Dios, la obra principal de la vida del hombre se desenvuelve como la experiencia subjetiva de la Mente divina. El Alma revela su propia grandeza y gloria, el Amor su propia paz y serenidad. En la Ciencia, el hombre refleja a Dios y es libre, no hay nada que lo reprima o lo estorbe. No se encuentra localizado y limitado; por lo tanto, no puede influir ni ser influido erróneamente. La Vida expresa su propia marcha libre y plena de Vida resplandeciente, y el hombre es su expresión. Por lo tanto, el hombre se regocija en la ilimitada capacidad de su ser derivado de Dios, exento de accidentes, edad y deterioro.

Dios nunca hizo una ley de castigo ni hizo al hombre capaz de experimentar castigo alguno. La ley de Dios es la ley de la libertad, la ley de la justicia, la ley del Amor. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “La así llamada mente mortal  —al ser inexistente y por consiguiente no estar dentro del alcance de la existencia inmortal— no podría simulando el poder deífico, invertir la creación divina, y después recrear personas o cosas sobre su propio plano, puesto que nada existe más allá del alcance de la infinitud que incluye todo, en la cual y de la cual Dios es el único creador” (pág. 513-514). Y agrega: “La Mente, gozosa en fuerza, mora en el reino de la Mente”.

Cuando llegamos a comprender este hecho, somos realmente un blanco fuera del alcance —no somos un blanco— puesto que nada existe sino la eternidad del Amor infinito que lo incluye todo, y el hombre mora en la consciencia del Amor, como la expresión eterna de la auto compleción e inquebrantable armonía de la Mente.

La oscuridad jamás penetra la luz, mientras que la luz extingue la oscuridad. Para la luz todo es por siempre luz, sin interrupción. Con “la mansedumbre, la pureza y el amor, instruidos por la Ciencia divina”, asegurémonos de que el “yo” realmente vaya al Padre  —que sea por siempre uno con el Padre— entonces conozcámonos a nosotros mismos como el resplandor inexpugnable de Su presencia.

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