Uno de los debates políticos más acalorados en Washington en estos momentos, envuelve el gasto de dinero federal en la investigación y ejecución de las regulaciones sobre el cambio climático. Cuando nos enfrentamos con una encrucijada política, ¿cómo podemos encontrar la forma de avanzar juntos y hacer lo que es mejor para todos?
Este fue un desafío que enfrenté en mi trabajo como asesora política en la legislatura federal. Lo que me permitió trabajar con colegas de diferentes puntos de vista respecto a las políticas sobre el cambio climático, fue alcanzar una comprensión más profunda de lo que es verdaderamente el gobierno, qué constituye nuestro clima y la aplicación de la regla de oro.
Mis colegas y yo teníamos la tarea de encontrar la forma de escribir un proyecto de ley, el cual incluía la política sobre el cambio climático, que presentara puntos de coincidencia e interés mutuo entre los dos lados del debate. Pero había tanta disconformidad y hostilidad en cada partido, que parecía difícil saber por dónde empezar.
Yo opté por comenzar con la oración, era obvio que un grupo con diversidad de opiniones no lograría llegar a una solución eficaz. De modo que recurrí a Dios, a la Mente divina única, en busca de respuestas. Un pasaje del libro de Isaías en el Antiguo Testamento que profetiza la venida del Cristo, me vino al pensamiento: “Un niño no es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” (Isaías 9:6, 7). Muestra que Dios gobierna mediante Su Cristo, la verdad espiritual que Jesús representó como Príncipe de Paz. Entonces, el verdadero gobierno es la expresión de una sola Verdad infinita y universal que incluye y gobierna toda la creación de Dios.
De esta inspirada definición del gobierno de Dios, razoné que puesto que Dios es Espíritu (véase Juan 4:24), Su reino es espiritual. Sus ideas espirituales y perfectas moran y expresan su propósito en perfecta armonía. Esto me recordó la definición de Reino de los Cielos en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “El reino de la armonía en la Ciencia divina; el reino de la Mente infalible, eterna y omnipotente; la atmósfera del Espíritu, donde el Alma es suprema” (pág. 590).
“La atmósfera del Espíritu” pareció referirse a todo el tema del cambio climático. Donde Dios reina armoniosamente sobre toda Su creación, nunca puede haber extremos, desequilibrio, contaminación, odio, ira, desacuerdos, falta de amor u opiniones engañosas.
Al continuar orando, declaré que, por ser hijos de Dios, el reino de los cielos está dentro de nosotros (véase Lucas 17:21). Esto significa que expresamos a la Mente única, al Principio único que gobierna toda la creación. Por lo tanto, podemos saber qué hacer, cómo hacerlo, cuándo hacerlo y cómo comunicarlo. También afirmé que todos podían sentir que el Cristo les hablaba a ellos de manera práctica y fácil de entender. La armonía es ley en el reino de los cielos –en la “atmósfera del Espíritu” – de modo que se podía llegar a soluciones prácticas que bendecirían a todos.
Oré de esta manera durante los siguientes pocos meses, mientras todos trabajábamos juntos para escribir el proyecto de ley. El trabajo fue armonioso. Cada vez que surgía algún desafío, lográbamos resolver el problema con amabilidad. Fue entonces que, justo antes que se cumpliera el plazo, mis contrapartes presentaron un nuevo texto legislativo que no habíamos tratado cuando trabajamos juntos. Esto fue tan inesperado, que resultaba difícil no sentirse traicionado. Yo también sentía la tremenda presión de tomar la decisión correcta rápido, y me sentía indecisa entre las sugerencias que expresaban mis colegas, las cuales iban desde la represalia hasta arrojar la toalla y abandonar todo intento de trabajar a nivel bipartidista.
En lugar de ceder a estas sugestiones, calladamente expresé mi gratitud a Dios por todo el buen trabajo que se había logrado en los últimos meses. Repasé todas las verdades espirituales con las que había orado, y declaré que esas eran leyes de Dios que jamás podían ser anuladas. También me negué a tomar la situación como algo personal, y en cambio aplicar la regla de oro, por lo que, en vez de responder con cinismo, actué con bondad. Una vez que lo hice, se presentó la respuesta, cumplimos con el plazo establecido, y el proyecto de ley fue aprobado con el total apoyo de ambos partidos.
Estoy agradecida por estar aprendiendo cada día más sobre el poder y la eficacia del gobierno de Dios. Cuando me entero de que los partidos no logran ponerse de acuerdo, me pongo a orar nuevamente con las verdades espirituales que enseña la Ciencia Cristiana acerca de Dios y Su amor por Su creación.
