La Ciencia Cristiana nos enseña que toda idea correcta proviene de Dios. Humanamente, dar a luz a un hijo es un acontecimiento feliz, pero de acuerdo con ciertas creencias populares en África, un embarazo armonioso parece ser un privilegio, no algo normal.
En la página 582 del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, hay una definición de la palabra niños que está dividida en dos partes. La primera parte dice: “Los pensamientos y representantes espirituales de la Vida, la Verdad y el Amor”.
Y luego la segunda parte dice: “Creencias sensuales y mortales; falsificaciones de la creación, cuyos originales mejores son los pensamientos de Dios, no en embrión, sino en madurez; suposiciones materiales de vida, sustancia e inteligencia, opuestas a la Ciencia del ser”.
Los niños son una manifestación de la Mente, la inteligencia divina.
La primera parte de esta definición muestra claramente que los niños son una manifestación de la Mente, la inteligencia divina, que son ideas espirituales concebidas en la Mente, Dios. Son los representantes de Dios, completos, puros, perfectos, y están gobernados y dependen de Su ley del bien.
La segunda parte de la definición se refiere a un concepto mortal. Los niños son vistos como el resultado de las creencias sensuales y mortales acerca de la procreación. Este concepto fraudulento de la creación tiene un principio y, por supuesto, un fin, y considera que el hombre es un creador material, en lugar de la idea espiritual de la Mente. Pero la Ciencia divina nos dice que sólo hay un creador, Dios.
El nacimiento de un niño puede ser sin complicaciones cuando estamos conscientes de que el ser del bebé se desarrolla en la Mente, y por lo tanto, ya es completo y perfecto. Podemos orar para ver que, debido a que se trata de un acontecimiento humano normal e importante, las leyes armoniosas de Dios están gobernando el nacimiento. Podemos afirmar estos hechos, sabiendo que Dios nos ha dado dominio sobre todas las creencias carnales que pudieran interferir con un parto armonioso.
Tengo una amiga, que no es Científica Cristiana y que había tratado de tener un hijo, durante mucho tiempo. Probó en vano todos los diversos métodos médicos tradicionales que conocía. Entonces, desalentada, decidió no buscar la solución en otro medio material, sino orar y apoyarse en Dios, como sus amigos de la Ciencia Cristiana le dijeron que hiciera, para comprender mejor su relación con Él.
Ella ya no se preocupó más por su deseo de tener un hijo, sino que se esforzó por comprender mejor su relación con su Padre-Madre Dios. Al tiempo, para su gran alegría, quedó embarazada. El embarazo marchó bien. Nunca había visto a una mujer tan feliz de estar embarazada. Ella floreció espiritualmente mientras esperaba que se produjera el gran acontecimiento.
Podemos confiar el desenvolvimiento armonioso de cualquier parto a Dios.
Sin embargo, una noche, mientras yo estaba estudiando y orando acerca de las leyes de Dios, recibí una llamada de mi amiga pidiéndome ayuda por medio de la oración. Los doctores habían decidido inducir el parto porque los plazos habían pasado y el bebé no mostraba signos de estar dispuesto a salir. Mientras la joven mujer me explicaba la situación, la tranquilicé y le prometí que oraría por ella de inmediato. Ella se había negado a que los médicos indujeran el parto.
Al término de la llamada, estas palabras me vinieron a la mente: “Así dice el Señor, el Santo de Israel, y su Formador: Preguntadme de las cosas por venir; mandadme acerca de mis hijos, y acerca de la obra de mis manos. Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé” (véase Isaías 45:11, 12). Además, recordé también la primera estrofa del Himno 10, del Himnario de la Ciencia Cristiana:
Todo el poder es del Señor,
en Él confiar podemos;
verdad sagrada es Su voz,
al mal desafiaremos.
Vencer el mal podrás,
con Dios no temerás;
escudo es el Señor,
muy grande es Su poder:
Su reino es eterno.
(Frederic W. Root, letra basada en el himno de Martin Lutero, Christian Sciene Hymnal, traducción © CSBD)
Comprendí que el único poder en acción era Dios y que podíamos confiarle a Él el desenvolvimiento armonioso del parto. Las llamadas obstrucciones o dificultades no tenían realidad alguna, porque Dios, el bien infinito, era el único creador y la única Mente gobernante, el poder omnipotente. Por lo tanto, nada podía oponerse a la acción y desenvolvimiento correctos. Este embarazo sólo podía ser evidencia de la acción divina, y la ley divina de la armonía estaba en vigor en ese momento, demostrando el orden del Principio divino y eterno.
Al día siguiente, por la tarde, mi amiga me llamó para decirme que estaba con dolores de parto. Me pidió que continuara orando, pero esta vez, para que el nacimiento fuera armonioso. Ella había entrado en trabajo de parto de manera natural, sin ayuda médica. Una hora y media más tarde, recibí otra llamada para informarme del nacimiento de una bella bebita, llamada Samuelle.
Esto me mostró una vez más que la ley de Dios es universal, que las bendiciones de Dios no son un favor, sino una alegría al alcance de todos Sus hijos. La salida a la luz de una nueva idea amada, en la experiencia de uno, no tiene por qué ser una prueba dolorosa, sino que demuestra el cumplimiento infalible de la naturaleza de Dios como Padre-Madre, ahora mismo.