De todas las preguntas que me han venido al orar, esa pregunta del título es la que se presenta con más frecuencia. Probablemente se deba a que llega a la esencia de lo que ocurre cuando oramos.
Aunque hay muchas formas de orar, para mí, la oración hace que mi corazón se abra tan ampliamente a Dios, que no solo puedo oír, sino también aceptar, lo que Dios me está diciendo de Su suprema bondad y poder. En ese lugar de quietud y humildad, percibo pequeñas vislumbres de las maravillas del universo de Dios, el universo del Espíritu, donde la libertad y la salud son naturales. Y empiezo a entender que es aquí donde vivo, donde todos nosotros vivimos.
¿No es esto de lo que se trata la época de Navidad? Podríamos decir que el nacimiento de Cristo Jesús abrió la puerta a un mundo totalmente nuevo de belleza y posibilidades, porque su vida y su ministerio demostraron lo que Dios realmente es, y lo que somos nosotros al ser Sus hijos. El poder sanador del Cristo, la Verdad, no fue simplemente para la gente de aquella época, sino un obsequio para todos nosotros, porque las curaciones que realizó Jesús demostraron que “el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). En otras palabras, que, en lugar de vivir en un mundo lleno de problemas y desilusiones, vivimos en realidad en el reino de Dios ahora mismo. El Cristo sanador, la idea verdadera de Dios que fue tan evidente en las obras de Jesús, sigue estando con nosotros hoy, haciéndonos tomar consciencia de esta realidad pura, y dándonos la habilidad de probar que todo aquello que no expresa a Dios, el bien, es irreal y no tiene poder alguno.
De modo que, la simple respuesta a la pregunta: “¿Dónde vives?”, es que vivimos en un mundo diseñado, ordenado y constituido por el Amor divino. Pero ¿por qué es esto importante? Y ¿qué significa para nuestra vida?
Para mí, hacerme esas preguntas ha puesto de manifiesto una amplia variedad de respuestas. Por ejemplo, saber que en Dios “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28, La Biblia de las Américas), significa sentirse más protegidos y seguros. Me ha ayudado a encontrar consuelo. Me ha traído curación cuando he estado enferma. Y también me ha vuelto mucho más alerta a los pensamientos que guardo, y me ha capacitado para cuestionar los pensamientos que sutilmente insinúan que vivo en algún lugar fuera del reino de Dios.
Puede ser muy fácil permitir que todo tipo de pensamiento nos entre en la cabeza, y luego creer que son nuestros propios pensamientos, aun cuando sean totalmente ajenos a nuestra forma natural de pensar. Eso fue lo que me ocurrió a mí en una ocasión durante las fiestas, cuando comencé a sentirme impaciente y parecía que me molestaba… bueno, casi todo, algo totalmente anormal. Pero, al orar por estos pensamientos, de nuevo comencé a pensar en esa conocida pregunta: ¿Dónde vives?
Pensé que había estado creyendo que vivía en una atmósfera navideña donde todos estaban apurados, impacientes e irritables. Pero esos no eran realmente mis pensamientos, y tampoco lo eran de ninguna otra persona, porque todos somos hijos de Dios, vivimos en Su universo y reflejamos a la Mente única, que es también el Amor. Comprender que estaba segura en Dios, de manera que no podía ser influenciada por ningún pensamiento negativo que pareciera estar “en el aire”, rápidamente disipó esos sentimientos de impaciencia, y sentí con firmeza la paz de Dios, la cual permaneció conmigo hasta la Navidad.
Finalmente, es por esa razón que esa sencilla pregunta ha sido tan poderosa: ¿Dónde vives? Porque una vez que comprendemos que no podemos vivir en ningún otro lugar, sino en la radiante presencia del amor de Dios, esto cambia nuestro pensamiento y nuestra experiencia. Y eso, a su vez, nos trae percepciones más claras del impresionante universo del Espíritu, y nos hace sanadores para el mundo.