Era el día del concurso de talentos. Estaba en el recreo cuando me golpeé la cabeza contra un poste en el patio. Un niño que me vio me preguntó si estaba bien. Yo no sabía que estaba sangrando hasta que vi algo de sangre en mi mano después de tocarme la cabeza.
Cuando fui a ver a la maestra, ella me dijo que me sentara en un banco y esperara a la enfermera de la escuela. Mientras estaba sentado, pensé en lo que había estado aprendiendo en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Me di cuenta de que los pensamientos que decían que estaba herido no eran ciertos, porque Dios es bueno y solo nos da buenos pensamientos acerca de nosotros mismos. Sabía que Dios no dejaría que nada malo me sucediera.
Cuando llegó la enfermera, me sorprendió que trajera una silla de ruedas. Le dije que no la necesitaba, pero ella insistió en que me sentara allí. Cuando llegamos a su oficina, comenzó a examinarme. Mi mamá vino poco después, y la enfermera dijo que yo tenía que ir a la sala de emergencias para que me dieran puntos de sutura. La escuela dijo que no podría regresar sin una nota del médico diciendo que podía hacerlo.
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