Muchos mandatos e instrucciones útiles son advertencias de lo que no debemos hacer: No avances con la luz roja; no pongas la mano sobre una hornalla caliente; “no tomes drogas”, y así sucesivamente. En el Manual de La Iglesia Madre, Mary Baker Eddy da “Una Regla para móviles y actos”, y en la última frase hay una advertencia contra el hecho de hacer muchas cosas equivocadas. Dice así: "Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (Manual, Art. VIII, Sec. 1).
Hace mucho tiempo que conozco estas palabras. Las sabía de memoria. Deseaba ser obediente, así que las leía con frecuencia, si no a diario. Sin embargo, un día, me di cuenta de que mi práctica distaba mucho de ser realmente obediente. No solo revisaba esta regla menos que a diario, sino que no llegaba a obedecerla de forma concreta. Después de todo, uno podía estar leyendo una receta todo el día, saberla de memoria, repetirla una y otra vez, pero nunca preparar u hornear el pastel. Deben seguirse las instrucciones, de otro modo no habrá un producto final.
Entonces, ¿cómo podía hacer yo un mejor trabajo al vigilar y orar para ser liberado de hacer todas esas cosas erróneamente? Al escuchar atentamente para oír la respuesta de la Mente divina, muy pronto se me ocurrió que cuando era niño y estaba aprendiendo aritmética, quería dejar de cometer errores al sumar y restar, multiplicar y dividir. Y ¿cómo logré eso? Practicando constantemente el método correcto. Y cuanto más experto me volví al sumar y multiplicar de la forma correcta, tanto más cabalmente me liberé de realizar esas funciones erróneamente.
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