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Para evitar hacerlo mal, hazlo correctamente

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 4 de junio de 2018


 Muchos mandatos e instrucciones útiles son advertencias de lo que no debemos hacer: No avances con la luz roja; no pongas la mano sobre una hornalla caliente; “no tomes drogas”, y así sucesivamente. En el Manual de La Iglesia Madre, Mary Baker Eddy da “Una Regla para móviles y actos”, y en la última frase hay una advertencia contra el hecho de hacer muchas cosas equivocadas. Dice así: "Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (Manual, Art. VIII, Sec. 1). 

Hace mucho tiempo que conozco estas palabras. Las sabía de memoria. Deseaba ser obediente, así que las leía con frecuencia, si no a diario. Sin embargo, un día, me di cuenta de que mi práctica distaba mucho de ser realmente obediente. No solo revisaba esta regla menos que a diario, sino que no llegaba a obedecerla de forma concreta. Después de todo, uno podía estar leyendo una receta todo el día, saberla de memoria, repetirla una y otra vez, pero nunca preparar u hornear el pastel. Deben seguirse las instrucciones, de otro modo no habrá un producto final.

Entonces, ¿cómo podía hacer yo un mejor trabajo al vigilar y orar para ser liberado de hacer todas esas cosas erróneamente? Al escuchar atentamente para oír la respuesta de la Mente divina, muy pronto se me ocurrió que cuando era niño y estaba aprendiendo aritmética, quería dejar de cometer errores al sumar y restar, multiplicar y dividir. Y ¿cómo logré eso? Practicando constantemente el método correcto. Y cuanto más experto me volví al sumar y multiplicar de la forma correcta, tanto más cabalmente me liberé de realizar esas funciones erróneamente.

Esto me pareció lógico. Entonces, tal vez habría una forma correcta de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir y ser influido. De modo que investigué las Concordancias de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy, y descubrí que realmente hay formas correctas de hacer todas estas cosas, así como advertencias contra hacerlas equivocadamente.

Recibí especial discernimiento espiritual, con resultados prácticos, a través de mi estudio del término profetizar, y en breve ampliaré el tema. Pero primero, consideremos el término juzgar. Cristo Jesús da una instrucción vital en una sola frase: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7:24). Él nos advierte que no debemos juzgar según las apariencias externas. Esto, ciertamente, sería juzgar erróneamente. ¡Pero con cuánta frecuencia tendemos a hacerlo sin darnos cuenta de cuán engañosas son las apariencias! Los sentidos físicos, que no tienen ninguna inteligencia y conocimiento de la creación perfecta de Dios, no pueden decirnos lo que es realmente verdad acerca de alguna persona o cosa. De manera que juzgar sobre esta base es juzgar falsamente.

Para "juzgar con justo juicio" necesitamos sumergirnos por debajo de la superficie de las apariencias. Esto exige la evaluación espiritual que pregunta: "¿Qué es espiritualmente cierto de esta situación? ¿Qué sabe Dios de esto? ¿Cómo lo juzga?” Al ser vigilantes desde este punto de vista, manteniendo nuestro pensamiento en la realidad espiritual absoluta del Dios perfecto y Su creación espiritual e impecable, somos liberados de la constante tentación de juzgar erróneamente.

Condenar fue un término interesante. Parecía tan negativo que yo solo esperaba encontrar advertencias en contra de él. Pero no fue así. Mi investigación reveló que Jesús condenaba con firmeza la hipocresía, el materialismo y el pecado de todo tipo. Y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por la Sra. Eddy, advertía que si no condenamos el mal en realidad lo estamos fomentando (véase pág. 448:5-7). Entonces, para evitar fomentar el mal, debemos condenarlo, no como un hecho sino como una falsedad. En esto consiste condenar correctamente.

Necesitamos liberarnos de la forma errada de condenar que es condenar a las personas. El ejemplo de Jesús es claro. Él no condenaba a una persona enferma, demente o pecaminosa. Él condenaba la enfermedad, la demencia, el pecado, reprendiendo al diablo, o mal, mientras sanaba y restauraba al individuo. Cuando estamos alertas para condenar el mal de la forma más cabal posible —afirmando con convicción su falta de poder, su irrealidad, que es absolutamente nada y está separado de la verdadera naturaleza de cualquier persona o cosa— somos liberados de condenar a las personas y de ese modo de condenar erróneamente.

Aconsejar. La sociedad de hoy está llena de consejeros, ya sea, psicológicos, académicos, matrimoniales, financieros, de carreras profesionales, legales, y así sucesivamente. La gente está acostumbrada a recibir muchísimos consejos humanos. Algunos de ellos pueden ser útiles, otros no. ¿Cómo diferenciarlos? Y si alguien nos pide consejo a nosotros, ¿cómo sabemos si estamos aconsejando correcta o erróneamente?

Una forma es comprobar si estamos dando una opinión meramente humana. Ciencia y Salud tiene mucho que decir acerca de las opiniones personales ¡y los comentarios no son muy favorables! Quizás dichas opiniones estarían de acuerdo con lo que el Salmista llama "los designios de los pueblos”. "El Señor hace nulo el consejo de las naciones;
frustra los designios de los pueblos. El consejo del Señor permanece para siempre,
los designios de su corazón de generación en generación” (Salmos 33:10, 11, La Biblia de las Américas).

"El consejo del Señor” es el único consejo absolutamente confiable. Y podemos estar seguros de que estamos aconsejando correctamente cuando hacemos que alguien recurra a Dios y señalamos Sus leyes y las recompensas que recibimos al obedecerlas; cuando le aseguramos con certeza que la única Mente suprema está siempre guiando infaliblemente a sus propias ideas, y que esa persona misma tiene la habilidad que Dios le dio de escuchar y responder a esta guía. Cuando aconsejamos de esta manera, somos liberados de la tentación de imponer nuestras opiniones personales y, de ese modo, aconsejar erróneamente.

Influir. Si el mundo está lleno de consejeros, está aún más lleno de influencias. Y estas son más sutiles. Son con frecuencia mentales y desapercibidas. Tal vez no siempre nos demos cuenta de que estamos influenciando a otros. Aun cuando sea totalmente involuntario, sigue siendo una influencia. Y si es equivocada —basada en la materia, lo que informan los sentidos, obstinada o pertinaz— debe evitarse. El remedio es tener la seguridad de que estamos influyendo correctamente haciendo el bien, incorporando en realidad el bien al vivir más constantemente como la evidencia misma de Dios. Como señala Ciencia y Salud: “Tu influencia a favor del bien depende del peso que eches en el platillo correcto de la balanza. El bien que haces e incorporas te da el único poder obtenible” (pág. 192).

Y ¿qué decir del hecho de ser influidos? Ignorar o ser apático respecto a las sugestiones sutiles o agresivas que impregnan la atmósfera del pensamiento humano, es permitir que nos influencien erróneamente. El Manual de la Iglesia incluye el deber diario de defendernos contra toda “sugestión mental agresiva” (véase Manual, Art. VIII, Sec. 6). Una forma de hacer esto es no reconocer ninguna otra mente que no sea la única Mente infinita, Dios; comprender que como hay una sola Mente única, no existe en realidad ninguna mente mortal agresiva que sugestione o haga mala práctica, como tampoco hay ninguna mente mortal susceptible de ser influenciada por dicha sugestión o malapráctica.

A medida que reconocemos que la única influencia bajo la cual podemos realmente estar es el Cristo, la influencia divina siempre presente en toda consciencia humana en todas partes; a medida que aceptamos que el Cristo es el mensaje divino de Dios que siempre nos dice lo que es verdad acerca de nosotros mismos y de todos los demás, somos liberados de ser influidos erróneamente.

Ahora volvamos a profetizar. Tener miedo del futuro, esperar que suceda algún peligro, preocuparse por lo que pudiera ocurrir, predecir cualquier manifestación del mal, sería profetizar erróneamente.

¿Cuál es el remedio? Ser un verdadero profeta. El Glosario de Ciencia y Salud ofrece un par de iluminadoras definiciones espirituales sobre este particular: "Elías. Profecía; evidencia espiritual opuesta al sentido material; la Ciencia Cristiana, con la cual puede ser discernida la realidad espiritual de todo lo que los sentidos materiales perciben…”; y “Profeta. Un vidente espiritual; la desaparición del sentido material ante la consciencia de las realidades de la Verdad espiritual” (págs. 585, 593).

Un profeta ve espiritualmente. Con la lente de la Ciencia Cristiana, ve más allá de las apariencias materiales y contempla los hechos espirituales. Al hacerlo, es testigo de la progresiva desaparición del sentido material de las cosas porque se vuelve cada vez más consciente de lo que es divinamente verdadero. De este modo, es liberado de profetizar falsamente y de sus consecuencias.

Me sentí elevado e iluminado por esta investigación, y el discernimiento que me impulsó a hacerla. Me brindó una forma de obedecer más plenamente la admonición de “Una Regla para móviles y actos”. Y esta regla ha resplandecido con una nueva luz para mí desde entonces.

Una o dos semanas después de mi estudio, de pronto me vi acosado por todos los síntomas de una gripe muy fuerte. “¡Oh, no, no otra vez!”, reaccioné, cuando la perspectiva de padecer de una condición que conocía muy bien inundó mi pensamiento. Pero de inmediato me di cuenta de que esto era profetizar erróneamente, era predecir el desarrollo del mal. ¿Y cuál era el remedio? Ser un verdadero profeta. Ser un verdadero vidente espiritual. Aferrarme conscientemente a los “hechos de la Verdad espiritual” hasta que presenciara la desaparición de este sentido material, disociador y doloroso de mi existencia.

De inmediato empecé a afirmar los hechos espirituales, tal como la eterna relación que tengo con mi Padre-Madre Dios por ser Su semejanza, que es, por ende, espiritual, no material. Como tal, yo no estaba al alcance de ninguna influencia de las creencias populares en el contagio o en la susceptibilidad a las condiciones del tiempo, de los conceptos médicos acerca de los patrones de desarrollo y duración de las enfermedades, y cosas por el estilo. La única influencia a la cual yo podía realmente estar sujeto era al Cristo, la presencia divina que siempre habla a mi consciencia, contándome de mi inexpugnable perfección como imagen de Dios, de mi armonía, mi salud, mi integridad, aquí mismo, ahora mismo; diciéndome que estos hechos son la verdad para todos, en todas partes.

No recuerdo exactamente el razonamiento que me vino en aquel momento, pero fue en estos términos, y fue expresado en afirmaciones vigorosas de la verdad y negaciones del error. Yo no iba a tolerar la imposición del error. Persistí en esta oración durante unos minutos. Me estaba convirtiendo más en un verdadero profeta, más en un vidente espiritual.

En no mucho más de lo que te ha tomado leer estas líneas, noté que los síntomas disminuían hasta que me sentí totalmente libre, y así permanecí. Ese sentido material falso acerca de mí había desaparecido “ante los hechos conscientes de la Verdad espiritual”. Por ser algo así como un verdadero profeta, había sido liberado de profetizar el desarrollo de un patrón de sufrimiento y de las consecuencias de dicha profecía falsa. Es una curación que recuerdo siempre con mucha gratitud por las Reglas que la Sra. Eddy ha dado en el Manual.

Cada uno de nosotros tiene el derecho y el privilegio de ser un verdadero profeta, un juez justo, alguien que está alerta para reprobar el mal, un consejero espiritual, una influencia purificadora. Y entonces no se encontrará bajo ninguna influencia menor que el Cristo. Y obedecerá “Una Regla para móviles y actos” de una forma práctica y significativa, de una manera que sana.


Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón;
el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos.
El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre;
los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos;

Salmos 19:8, 9 (La Biblia de las Américas)

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