¿Te has fijado en que la mayoría de los niños pequeños juegan juntos armoniosamente en una caja de arena o en un parque infantil, pero a veces hay uno que trata de agarrar todos los juguetes o agredir a los demás? Puede que haya muchas opiniones acerca de dónde proviene esta tendencia, pero la mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que tiene cierta relación con el deseo de ser el primero. El centro del mundo. La descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, observó: “Dos interrogantes personales motivan la acción humana: ¿Quién ha de ser el mayor? y ¿Quién ha de ser el mejor?” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 268).
Este rasgo puede que comience en los juegos de la niñez, pero de una forma u otra, aparece en el pensamiento de la mayoría de nosotros a medida que maduramos. Justamente el otro día un notable e importante jugador de béisbol de las grandes ligas, dijo que él acostumbraba a tomar drogas que aumentan el rendimiento porque quería ser el mejor jugador del mundo.
Por supuesto, el deseo de ser el mejor no es nuevo. Por lo menos una vez, los discípulos de Jesús discutieron sobre quién era el mejor entre ellos (véase Marcos 9:33, 34). Y la madre de dos de ellos le pidió a Jesús en una ocasión que les diera un lugar preferencial con él (véase Mateo 20:20, 21).
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