El Apóstol Pablo no era un hombre de hacer compromisos. Cuando se trataba del mensaje y las normas de Cristo, no daba marcha atrás. No ajustaba su mensaje para conciliarse con quienes lo escuchaban. Sus fuertes palabras —y sus tiernas palabras también— estaban diseñadas para enmendar a sus oyentes a fin de poner sus vidas en armonía con Cristo.
¡Y no es que Pablo no haya enfrentado pruebas! Estuvo a punto de perder la vida en varias ocasiones, y con frecuencia fue acosado y perseguido por aquellos que no aceptaban, o que incluso odiaban, lo que tenía para decir. Pero su fe y, aún más importante en algunos sentidos, su amor, permanecieron firmes. Es posible que haya sido categórico e intransigente, pero su vida resplandecía e irradiaba amor.
Su mensaje llegó a muchos corazones. Y el poder vivificante de Dios que cambió el curso de la vida de Pablo, cambió también el curso de la vida de ellos. Los gentiles a los que convirtió conocieron una cultura espiritual, ética y moral nueva. Puesto que mucho de esto estaba en desacuerdo con la sociedad que los rodeaba, era natural para ellos reunirse para apoyarse unos a otros, ahondar más profundamente sobre el reino y el propósito del Espíritu, y para celebrar su redención del pecado.
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