“No sé”, respondí.
La mayoría de las veces no sentía que tuviera una respuesta muy inspirada a la pregunta diaria de mi padre: “¿Cómo ayudaste a alguien hoy?”. Durante todo el año pasado, mi eterna rutina de ir a la escuela, jugar al fútbol y regresar a casa, una y otra vez, había empezado a hacerme sentir como que mi día transcurría sin propósito, y esto se reflejaba en mis respuestas. Pero ahora, al pensar en la pregunta de mi papá, me he dado cuenta de que ayudar a alguien no siempre significa recoger basura del suelo o sostener la puerta.
Me acordé de una historia que había contado una Científica Cristiana, que venía a hablar a nuestra escuela, acerca de lo que ella hizo cuando su casa estuvo en medio de uno de los incendios más grandes de California. Nos contó cómo había orado por otros en lugar de por ella misma. Luego contó que, después del fuego, recibió llamadas de Iglesias de Cristo, Científico, de alrededor del mundo, cuyos miembros habían orado por ella y su familia, y nos explicó cómo habían sido protegidos, al igual que su casa. Esta historia se me quedó grabada, porque en lugar de orar por ella o por su hogar, la oradora había orado por los otros afectados por el incendio.
Yo siempre había supuesto que la única forma de ayudar a los demás era haciendo algo tangible, como ayudar a alguien a llevar algo demasiado pesado para llevar solo, o recoger algo que se le había caído a uno de mis compañeros de clase en el pasillo. Pero al reflexionar sobre lo que la oradora nos había contado, me di cuenta de que también podía ayudar a la gente, tanto como antes o incluso más, al incluirlos en mis oraciones.
El primer lugar donde empecé a poner en acción este cambio de pensamiento fue en la Escuela Dominical. En el pasado, cuando orábamos juntos en silencio al principio de la Escuela Dominical, siempre luchaba para decidir por qué debía orar, y a menudo sentía que no podía pensar en nada útil durante esos minutos. Ahora, en lugar de no tener idea de por qué orar, sabía lo que tenía que hacer. Empecé dando gracias a Dios por mi familia y por la gente de mi escuela y de mi iglesia. En lugar de orar por mis propias necesidades, me encontré pensando en mis amigos, mi familia y demás, y permitiendo que Dios me mostrara cómo podía amarlos mejor o verlos más espiritualmente.
La sensación de que estaba atascada en una rutina desapareció, y ahora estoy agradecida cada día por las oportunidades de ayudar a los demás mediante la oración.
También apliqué este nuevo enfoque a mis prácticas de fútbol. Aquella primavera era mi primera temporada de fútbol en el bachillerato, y me resultaba muy difícil. Ya había intentado orar sobre cómo podían mejorar las cosas, cómo podía correr más rápido o estar en mejor forma. Pero entonces empecé a centrarme en todo el equipo. Durante los entrenamientos difíciles o los juegos intensos, oraba expresando gratitud por mis compañeras de equipo y reconociendo que nuestra fortaleza y habilidad eran cualidades de Dios, por lo que tenían que ser suficientes. Esto me sacó del esquema mental de orar partiendo de la escasez. Empecé a dar gracias por todo el bien que viene de Dios y que yo sabía que ya tenía, puesto que la bondad de Dios está siempre presente. Y en lugar de desear ser una jugadora mejor, estaba agradecida por todas las formas en que estaba expresando a Dios.
Orar por otros también tuvo un poderoso efecto en mí. Empecé a notar y a sentir gratitud por el bien que tenía en mi vida, y a percibir mejor un sentido de propósito. La sensación de que estaba atascada en una rutina aburrida y repetitiva desapareció, y ahora agradezco todos los días por las oportunidades de ayudar a otros de la forma más poderosa que sé hacerlo: por medio de la oración.