Cuando estaba en décimo grado del bachillerato, sentía que me estaba ahogando. No tenía suficiente tiempo para hacer todo. Me sentía tan abrumada que casi no sabía por dónde empezar. De alguna forma, logré aprobar, pero sabía que algo tenía que cambiar antes de que comenzara el siguiente año escolar.
Aquel verano, tuve la oportunidad de viajar a Ecuador para un viaje de servicios con un grupo de jóvenes Científicos Cristianos. Estando allá, oré mucho con el tercer versículo del Salmo 23, el cual dice que Dios, por ser mi Pastor, “me [guía] por sendas de justicia por amor de su nombre”. Ese pasaje me ayudó a recordar que no estaba haciendo ese trabajo sola; Dios me estaba guiando, y podía contar con Él y apoyarme en Él cuando me resultara difícil o me sintiera abrumada por algo.
Esta idea me ayudó a delinear lo que debía hacer cuando comenzara mi onceavo grado. En lugar de simplemente luchar para aprobar otro año más, yo quería lidiar de inmediato con el estrés y la presión del tiempo. Si bien sabía que tendría clases más difíciles, así como más responsabilidades por ser una estudiante más avanzada, de inmediato recurrí a la idea que había sido tan poderosa durante el verano: yo no estaba haciendo todo sola; Dios me estaba guiando y apoyando. En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana había aprendido que Dios es infinito, así que sabía que estaba a salvo y tenía todo el respaldo necesario porque me apoyaba en una fuente infinita. Esto cambió por completo mi idea de que estaba muy ocupada. Puesto que Dios era mi fuente, ya no tenía temor de no tener suficiente tiempo o capacidad, o de sentirme fatigada por estar tan atareada. En cambio, confié en que ante la presencia del infinito no podía estar sujeta a limitaciones.
También pensé mucho en la definición espiritual de tiempo de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. La primera parte dice: “Medidas mortales; límites, en los cuales están comprendidos todos los actos, pensamientos, creencias, opiniones y conocimientos humanos” (pág. 595). Comprendí que por ser espiritual —el reflejo de Dios— una medida o límite mortal, no podía tocarme. Por ser un reflejo del Dios infinito, soy totalmente capaz de cumplir con lo que sea que tenga que hacer.
Este año todo es diferente. No solo me siento mucho más tranquila y más en control de las cosas, sino que también estoy participando en otras actividades en la escuela, sin que se me agote el tiempo o tenga que luchar para terminar todo. Además, descubrí que puedo leer la Lección Bíblica (que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana) cada semana, algo que no había hecho con tanta frecuencia durante mi décimo grado. Tener la oportunidad de leer pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud más sistemáticamente no solo es bueno, sino también genial porque la inspiración espiritual que obtengo de la Lección cada semana me ayuda a mantener mi pensamiento centrado en Dios. Y esto definitivamente me ha apoyado muchísimo en todos los aspectos de mi vida.
Si bien todavía tengo mucho más que comprender acerca de Dios como mi fuente, estoy muy agradecida por todo lo que he aprendido este año, y cómo he podido aplicar todo ese discernimiento espiritual. Cuando terminé mi décimo grado, mi enfoque respecto a la escuela y las actividades extracurriculares definitivamente tenía que cambiar, y con la ayuda de Dios, logré hacerlo.