Hace muchos años, tuve una experiencia que me enseñó muchísimo acerca del racismo. Me mostró que mejorar la armonía racial en la sociedad comienza con nosotros mismos.
Desde que era niña me ha encantado la idea de amar a mi prójimo como a mí misma y he tratado de vivirla. Me habían enseñado a tomar en serio este mandato bíblico que aparece en muchas tradiciones religiosas de diversas formas. Sin embargo, cuando era una joven adulta, tuve una experiencia en la que cometí un error muy grave y tuve una reacción prejuiciosa y carente de amor que realmente hirió a alguien, y me perturbó muchísimo.
Una mañana al salir para ir al trabajo, descubrí que alguien había abierto mi auto (que estaba en la entrada de coches) y había desmantelado y robado una costosa radio integrada. Llamé a la policía de inmediato. Cuando el oficial me preguntó si había visto a alguien en el auto, le dije que no, pero de inmediato recordé que dos jóvenes de color habían estado en mi jardín el día anterior, visitando la venta de garaje que yo había organizado, así que los mencioné.
Ellos no viven muy lejos de mi apartamento, así que el oficial fue a verlos. Su madre estaba visiblemente enojada cuando vino después a enfrentarme. Yo no lograba reunir el valor para hablar con ella porque me sentía muy avergonzada de haberme apresurado a juzgar sin ninguna base para hacerlo.
Comencé a hacer un riguroso examen de conciencia. ¿Por qué había llegado a la conclusión de que esos jóvenes eran responsables del robo? ¿Me había basado simplemente en la raza? Tuve que admitir que los había acusado de inmediato debido a su raza, y era totalmente injusto. Pude ver que no tenía ninguna razón válida para suponer que ellos habían robado la radio, y todas las razones posibles para suponer que no lo habían hecho.
La caracterización racial o el hacer perfiles sobre cualquier base similar, es siempre erróneo, pero me di cuenta de que al hacerlo yo también había ido en contra de la perspectiva espiritual que tanto valoro. Mi estudio de la Ciencia Cristiana me ha ayudado a ver que el punto de partida para juzgar correctamente a los demás es comprender que todo individuo es en realidad hijo de Dios, hecho a Su imagen, espiritual y bueno.
Un aspecto de esto que siempre me ha gustado es la idea de que la apariencia física no forma parte de nuestra identidad. Todo lo contrario. La creación de Dios es totalmente espiritual, y expresa todas las cualidades de bondad, belleza, gracia y amor que nuestro creador divino incluye. Por ser el Amor divino mismo (véase 1 Juan 4:8), Dios es infinitamente bueno. Así que la creación divina también debe serlo.
No obstante, tenemos que entender y vivir este gran hecho espiritual, no solo profesarlo. Me di cuenta de que había cometido el error de pensar que mis vecinos eran meramente físicos y estaban definidos por el color de su piel, y había permitido que una sospecha distorsionada y nada caritativa se asociara con la apariencia externa en mi pensamiento.
En un ensayo titulado “Amad a vuestros enemigos”, la descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, indica claramente que aun cuando alguien haya hecho algo malo, tenemos que elegir cuidadosamente nuestros pensamientos, basados en la comprensión espiritual más elevada de la creación de Dios. Ella escribe: “¿Quién es tu enemigo a quien debes amar? ¿Es un ser viviente o una cosa fuera de tu propia creación?
“¿Puedes ver a un enemigo, a menos que primero le hayas dado forma y luego contemples el objeto de tu propia concepción?” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 8).
Pensé detenidamente en que en este caso yo le había dado forma a un enemigo en el pensamiento sin causa alguna, mientras que Cristo Jesús nos dio el ejemplo contrario. Él amaba a todos, cualesquiera fueran sus antecedentes. De hecho, por ser el Hijo de Dios, él vino al mundo para corregir los puntos de vista materiales y distorsionados acerca de la masculinidad y la femineidad. Veía a cada individuo por lo que realmente era: el reflejo espiritual y perfecto de Dios.
Esta opinión compasiva fluía del Padre celestial, y lo capacitó para sanar al enfermo y redimir al pecador, así como para interactuar con amor con gente de los grupos marginados como los samaritanos; él dio prueba clara de que veía a todos en su naturaleza espiritual y verdadera: genuinamente santos y puros.
Inspirada por estas ideas, me di cuenta de que debía reconocer que todos somos absolutamente iguales ante los ojos del Amor divino, nuestro Padre-Madre, y oré para realmente estar consciente de esto. Esta perspectiva propia del Cristo disipa la sombra engañosa del orgullo, la ignorancia, la desconfianza y sospecha de los demás basados en la raza, los antecedentes culturales y otros estereotipos. Al orar, percibí con más claridad la imagen espiritualmente correcta de mí misma y de aquellos jóvenes. Éramos hermanos.
Muy pronto, surgió la oportunidad de visitar a esta familia y ofrecerles mis más sinceras disculpas y también un regalo. Ellos parecieron apreciar esto.
Sin embargo, yo no podía detenerme allí. Tomé la decisión de prestar más atención a mis pensamientos a diario, y estar más alerta a los estereotipos culturales y raciales, y asumir una posición firme contra los mismos en mis oraciones y acciones. Esto también me ha llevado a tener relaciones más valiosas con los demás, tal como el maravilloso grupo compuesto por una diversidad de personas que he llegado a conocer a través del trabajo que hago como voluntaria todos los meses. Verdaderamente siento que estoy en familia cuando nos reunimos.
Cada uno de nosotros puede permitir que Dios, el Amor, dé forma a nuestra perspectiva y nos eleve para tener un punto de vista más amoroso de nosotros mismos y de todos aquellos con quienes nos encontramos, por ser la creación bendita de Dios: espiritual, hermosa y pura. Esto disuelve las nubes del temor, el racismo y la sospecha injustificada que bloquea la armonía y el progreso.
