Cuando era pequeña, nunca nos perdíamos el servicio del Día de Acción de Gracias de la Iglesia de Cristo, Científico, a la que asistía nuestra familia. No era raro que ese servicio religioso fuera un acontecimiento muy conmovedor, y todavía lo es, ya que muchos de los que asisten agradecen en voz alta por sus bendiciones, tales como encontrar un hogar o un trabajo, experimentar una curación física a través de la oración o tener buenos amigos y vecinos. También hay testimonios acerca de los cambios de actitud y de carácter —como superar temores o la ira, o hacer esfuerzos para ser más pacientes, honestos o sabios— los que han significado mucho más aún.
También he escuchado testimonios de algunos que enfrentaron desafíos sumamente difíciles, tales como la repentina pérdida de un ser querido, bancarrota, delitos, defectos morales, enfermedades graves. La gratitud de esas personas pareció ser la más profunda de todas, no por las pérdidas o el sufrimiento, sino porque esas dificultades los obligaron a emprender una intensa búsqueda de respuestas en la oración sincera y al escuchar humildemente a Dios en busca de dirección y esperanza. Se podía ver que esa búsqueda de significado y consuelo era más importante que cualquier otra cosa. Así que su gratitud estaba dirigida directamente a Dios por Dios y por el amor y la bondad que son la naturaleza misma de la Vida y el Espíritu divino omnipresentes.
Vivimos en una época en la que mucha gente está enfrentando las situaciones más difíciles que hayan tenido que enfrentar jamás, cuando el dolor aparentemente está en todas partes y parece irrazonable expresar gratitud. No obstante, este ha sido también un año en el que se ha manifestado la valentía y el altruismo más extraordinarios: increíble generosidad y amor, extraños salvando la vida de extraños, cantantes de ópera dando serenatas a los vecinos en cuarentena, la Torre Eiffel ofreciendo un espectáculo nocturno de luces para agradecer al personal de los servicios de emergencia, y maestros de escuela y padres descubriendo renovada creatividad y perseverancia al ayudar a los niños.
Cuando las cosas han estado mal, muy, muy mal, muchos intuitivamente han elevado su mirada, han subido más alto, han luchado contra opresores como la enfermedad, el miedo, el egocentrismo y el odio al recurrir a la bondad y al valor, la gracia y la bondad, y se han vuelto hacia el cielo. ¿De dónde vienen estos impulsos? Vienen al darnos cuenta en cierta medida de que no somos los mortales terrenales que suponíamos ser. En realidad, somos espirituales, hechos del Amor y hechos por Dios, la Vida inmortal, para amar. Somos más grandiosos y más santos y más parecidos a Dios de lo que hemos imaginado o que el mundo nos ha enseñado. La evidencia de esto, aunque no necesariamente universal, ha sido indudable.
Cuando las circunstancias nos hacen recurrir al Divino, incluso como último recurso, comenzamos a descubrir que la Mente deífica, el Espíritu único, el Amor perfecto, puede hacer todas las cosas por nosotros. Cuanto más nos damos cuenta de que somos capaces —no por nosotros mismos, sino mediante el Amor divino— de resolver nuestros problemas, ver el camino a seguir y satisfacer nuestras necesidades, más sabemos que necesitamos a Dios. Esto es una bendición, porque entonces hallamos que la esperanza es restaurada, así como nuestras respuestas.
Cristo Jesús recorrió este camino antes que nosotros, y ahora sus palabras y obras permanecen para servirnos de guía. Su preeminente enseñanza, el Sermón del Monte, no se trataba de facilitar la vida humana y los beneficios sociales. Se trataba de nuestra relación con nuestro Padre-Madre espiritual, Dios, y de la de unos con otros.
La traducción de la Biblia The Message interpreta la primera de las ocho Bienaventuranzas, o bendiciones, de esta manera: “Eres bendecido cuando llegas al límite. Cuando hay menos de ti hay más de Dios y su gobierno” (Mateo 5:3, Eugene Peterson). Y el apóstol cristiano Pablo escribió: “Es por esto que me deleito en mis debilidades, y en los insultos, en privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo. Pues, cuando soy débil [en fuerza humana], entonces soy fuerte [verdaderamente capaz, verdaderamente poderoso, estoy verdaderamente obteniendo mi fortaleza de la fuerza de Dios]” (2 Corintios 12:10, NTV). Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, lo explicó así: “…Pablo se gozaba en las debilidades, pues le capacitaron para triunfar sobre ellas… porque ponían a prueba y desarrollaban el poder latente” (Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 201).
La Sra. Eddy comienza su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras con esta promesa: “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). Este apoyarse era y es clave, al igual que “el día de hoy” (que en una primera edición del libro era “mañana”). Con el tiempo, y al comprender cada vez más las enseñanzas de Jesús y sanar activamente basándose en estos discernimientos espirituales, la Sra. Eddy demostró que Dios, el Espíritu, es el Todo-en-todo de la existencia, y jamás deja de ser el bien infinito, omnipresente, ahora así como en el futuro.
A medida que el sentido material de nuestra identidad, nuestras perspectivas y nuestra historia da paso a una claridad espiritual más plena con respecto a la naturaleza de Dios como Vida ilimitada, inteligencia omnipotente y sustancia real, abandonamos el sentido mortal y finito de nosotros mismos y de los demás. Los avances comienzan a tomar el lugar de la angustia, y los buscadores encuentran un renovado consuelo e incluso alegría, como hicieron los discípulos después de la ascensión de su Maestro, cuando “regresaron a Jerusalén llenos de gran alegría; y pasaban todo su tiempo en el templo, adorando a Dios” (Lucas 24:52, 53, NTV).
Los alumnos de Jesús estaban felices y agradecidos porque ahora creían con todo su corazón que la vida es espiritual y está en constante desarrollo, y sabían que la manera de seguir experimentando esa bendición era aumentar su conocimiento de Dios y vivir la vida como su Maestro lo hizo.
La vida eterna, el bien omnipresente y el amor perfecto son los dones perpetuos de nuestro Padre-Madre para cada uno de Sus hijos. Este año, aunque solo hayamos comenzado a comprender este hecho, ¿qué bendición podría ser más digna de nuestro agradecimiento?
Ethel A. Baker
Redactora en Jefe