Una tarde, mientras oraba, me embargó la idea de que el hombre espiritual y verdadero ama y que esa es la naturaleza total de su ser. Esta idea también incluyó el reconocimiento de que cada uno de nosotros tiene esta naturaleza amorosa, aún cuando no siempre nos damos cuenta. El Amor divino, que es Dios, y que el hombre refleja, fue tan real para mí que me sentí inspirada por la presencia del Amor el resto del día. Cada cosa y cada persona a mi alrededor parecía muy pleno de luz y belleza, expresando a Dios, el Amor.
Más tarde, fui a un evento en el que inesperadamente me encontré con un individuo que previamente había estado muy enojado conmigo e incluso parecía odiarme. Cuando vi a esta persona, el amor que me había embargado todo el día fue tan real para mí, que no sentí miedo ni incomodidad hacia ella. Estaba segura de que el hombre ama, y rechacé cualquier creencia de que el hombre pudiera odiar. El encuentro fue genuinamente cálido y afable.
A medida que los hechos se resolvían, este individuo y yo estábamos participando en una actividad en la que nos cruzábamos con frecuencia, y los sentimientos entre nosotros continuaron siendo agradables y afectuosos. Pude ver que el odio se había basado en nada más que una visión equivocada de Dios y el hombre, del Amor y la creación del Amor.
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