“La necesidad de alimentos en Cape Flats es terrible”, declaró la cadena de noticias. Era el primer mes del vigoroso confinamiento de Sudáfrica en respuesta a la pandemia. Los manifestantes estaban en las calles del municipio, en las afueras de mi ciudad natal, exigiendo desenfrenadamente que se les permitiera arriesgarse a morir de exponerse al virus en lugar de morir de hambre.
Yo conocía de primera mano esta zona residencial como parte de un proyecto gubernamental que ayudaba a los jóvenes “en riesgo”. La mayoría de los residentes tienen una vida precaria, dependen de los ingresos que ganan a diario para obtener una comida al día. Les habían prometido paquetes de alimentos, pero estos no lograban pasar por los sistemas de bienestar social corruptos y dominados por las pandillas. Era comprensible que para ellos la orden de quedarse en casa significara morirse de hambre.
Yo sabía que no era la única que estaba orando. Muchos en mi ciudad no son nada tímidos de compartir en las redes sociales sus oraciones, sus súplicas, su inspiración. Sin embargo, a veces hay dudas en cuanto a la practicidad de la oración. La gente se pregunta: “¿Es eficaz la oración?”. La experiencia me ha demostrado que lo es, siempre que me he sentido verdaderamente inspirada por Dios, he visto resultados.
Así que me volví a Dios. Me vino al pensamiento el relato bíblico de Cristo Jesús alimentando a “cinco mil” personas con tan solo un puñado de panes y dos peces, provistos por un “muchachito” sin nombre (véase Juan 6:5–14, NTV). En ese momento, un aspecto clave de la respuesta de Jesús a la necesidad de ese día me pareció significativo. Multitudes lo habían seguido a un área silvestre árida deseosas de escuchar las enseñanzas que acompañaban sus notables obras de curación. Hacia el final del día, sus discípulos lo instaron a despedir a las multitudes para que pudieran adquirir comida en una ciudad o pueblo cercano.
Pero en lugar de dejarlos valerse por sí mismos, Jesús dijo: “Eso no es necesario; denles ustedes de comer” (Mateo 14:16, NTV). De acuerdo con su enseñanza de que el reino de los cielos está cerca, su respuesta puso de manifiesto que su provisión de bien no estaba “allá fuera” en el tiempo o en el lugar, sino en Dios, por lo tanto, al alcance de la mano.
Para mí, esto quería decir: Linda, no se trata del drama humano que está sucediendo allá fuera, sino de lo que está sucediendo dentro de tu pensamiento. Si realmente quieres ayudar, no puedes permitir que la imagen de insuficiencia te abrume. ¿Qué te ha enseñado la Ciencia Cristiana que beneficiaría tus oraciones por tu prójimo, y cómo sirve de ejemplo la respuesta de Jesús a la necesidad de su propia gente?
Cuando Jesús vio a la multitud hambrienta, no fue arrastrado por la sugestión de insuficiencia. No obstante, sus discípulos, tal vez abrumados por las circunstancias, no estaban convencidos de que pudieran ser alimentados. En la Nueva Traducción Viviente de la Biblia, el libro de Juan dice que cuando Jesús preguntó dónde se podía comprar pan para las masas, Felipe respondió que, aunque trabajaran durante meses no podrían ganar suficiente dinero para alimentar a todas esas personas (véase 6:7). Otros también se mostraron escépticos. Andrés dijo: “Aquí hay un muchachito que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. ¿Pero de qué sirven ante esta enorme multitud?” Sin inmutarse, “Jesús tomó los panes, dio gracias a Dios y los distribuyó entre la gente. Después hizo lo mismo con los pescados. Y todos comieron cuanto quisieron” (Juan 6:9, 11, NTV). Y el relato continúa diciendo que la superabundancia de esa comida dejó a los discípulos con doce canastas llenas de sobras.
Comprendí que esto significaba que Jesús había mirado más allá de lo que parecía ser una cantidad limitada de alimentos, y de acuerdo con su enseñanza de que el Amor, Dios, satisface todas nuestras necesidades, había reconocido que el Amor divino es la verdadera fuente de nuestra provisión.
Mientras pensaba en esto, el muchachito sin nombre con el puñado de panes y peces se transformó en el centro de atención. ¿Se presentó con esa confiada y espontánea generosidad que tan a menudo impulsa a un niño a compartir? ¿Qué podemos decir de su comida? ¿Qué manos cariñosas podían haber amasado la masa y horneado el pan? ¿Quizás las de su madre? ¿Fue la habilidad de un padre la que enhebró el anzuelo o lanzó la red lo que aseguró que este joven tuviera peces ese día? Así como los padres amorosos darían a su hijo todo lo que tienen, ¿no haría lo mismo nuestro Padre divino, que tiene abundantes recursos?
¡Aquí estaba mi respuesta! Esta fue la idea inspirada que respondió a mi necesidad. Mi oración no consistía en enfocarme en la provisión y distribución adecuada de los paquetes de alimentos en esta comunidad, sino en obtener la convicción del Cristo de que Dios es nuestro común y único Padre divino, y no deja a nadie fuera. Y dar gracias, como lo hizo Jesús, en reconocimiento de la capacidad y disposición de nuestro Padre celestial de responder a toda necesidad de cada uno de Sus hijos.
El mensaje esencial de las enseñanzas de Jesús se centra en esta tierna relación y sus consiguientes bendiciones para la humanidad, probando la ley divina del Amor implícita en sus obras aparentemente milagrosas: que para cada demanda legítima hay una oferta infinita de bien. La oración en la Ciencia Cristiana afirma que esta ley está operando con la misma eficacia y poder hoy en día. Sólo tenemos que hacer uso de su actividad.
Mis visitas anteriores al municipio habían dejado la impresión, no sólo de pobreza física sino de pobreza de espíritu, de mucha gente desesperada en busca de cuidado, de la certeza de que no estaban abandonados y eran dignos de atención y amor. ¿No estaban hambrientos, como las multitudes que siguieron a Jesús al desierto, del alimento espiritual; de obtener una mejor comprensión de su identidad espiritual y su verdadero propósito como hijos de Dios? ¿No podía yo confiar en que Dios —su divino Padre-Madre— les da “[su] pan… de cada día”, como dice el Padre Nuestro, es decir, “[les da] gracia para hoy; alimenta los afectos hambrientos”, como dice Mary Baker Eddy en el sentido espiritual de la oración de Jesús que ofrece en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 17)?
El descubrimiento de la Sra. Eddy de la Ciencia Cristiana reveló que los “milagros” de Jesús no eran sucesos inexplicables o sobrenaturales, sino el resultado natural de su comprensión pura de la identidad espiritual del hombre y la relación inseparable con Dios, el Amor divino, y de la ley espiritual que sustenta esta relación. Ella escribió: “El milagro de la gracia no es milagro para el Amor” (Ciencia y Salud, pág. 494).
Me di cuenta de que la demanda que se me hacía no era simplemente albergar una actitud u opinión positiva de mis semejantes hombres y mujeres del municipio, sino seguir el ejemplo de Jesús como explica la Ciencia Cristiana; para obtener un concepto más elevado y espiritual de mi prójimo, o la “idea correcta acerca del hombre”, como enseña la Ciencia Cristiana (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 62). Aceptar la imagen prevaleciente de que un pueblo está esencialmente acorralado por el crimen, amenazado por el desempleo y sin esperanza de recibir ayuda, sería mantener la idea equivocada, una que no tenía relación alguna con el hombre espiritual descrito en Génesis 1; el hombre que todos somos verdaderamente, creado a imagen y semejanza del Espíritu, Dios.
Este relato espiritual de la creación nos dice que los hijos de Dios están dotados de dominio sobre la tierra, no agobiados por el sometimiento y el sufrimiento, y que tienen la capacidad de salir adelante y multiplicar la bondad de Dios. Mi oración reconoció que la manera irrevocable con que Dios declara cada detalle de Su creación como bueno en este relato, excluye la posibilidad de un concepto mortal y escaso de masculinidad o femineidad.
Unos días después de compartir algunas de estas ideas durante una reunión de testimonios en línea de los miércoles de mi iglesia filial, una noticia de última hora apareció en mi pantalla. Después de décadas de luchar entre sí, las violentas pandillas rivales alrededor de Ciudad del Cabo habían acordado una tregua sin precedentes, y ahora estaban trabajando juntas para llevar alimentos a los hogares en dificultades de sus comunidades. “Lo que está sucediendo aquí es literalmente un milagro”, dijo un pastor callejero entrevistado en un artículo (“Literally a miracle,” cbsnews.com, April 18, 2020). Uno de los objetivos de su trabajo con las pandillas, dijo el pastor, era “dar a estos chicos y chicas jóvenes... la comprensión de la buena voluntad del Padre hacia ellos”. Busca darles “dignidad y esperanza”, así como “la comprensión del valor que pueden crear y contribuir en la sociedad que conduce a un sentido diferente de autoestima” (Leah Wilson, “Andie Steele-Smith on working with gang members in Cape Town during lockdown,” witsvuvuzela.com, April 20, 2020).
¿No era esta esencialmente la misión de los setenta discípulos a quienes Jesús envió al mundo: Elevar el pensamiento y llegar a los pobres, al pensamiento receptivo, con las nuevas del estado espiritual del hombre como el hijo amado de Dios?
Cada uno de nosotros hoy tiene una parte que cumplir en esta misión al ser una transparencia para la Mente de Cristo, es decir, Dios. A través de la vigilancia diaria para que esté en nosotros esa gracia que también estaba en Cristo Jesús, podemos hacer que nuestras oraciones alimenten productivamente a las multitudes, obedeciendo así el mandato de Cristo: “Denles ustedes de comer”.