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El Manual de la Iglesia: gobierno por ley

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 5 de agosto de 2021


Debido a la sensibilidad espiritual y el compromiso de una mujer, Mary Baker Eddy, las enseñanzas de la Ciencia Cristiana siguen estando disponibles hoy en día para la curación y regeneración de la humanidad. La receptividad y la oración consagrada trajeron la revelación que le permitió discernir no sólo la profundidad espiritual y la aplicación práctica de las enseñanzas de Cristo Jesús, sino también el procedimiento por el cual su pureza podía ser preservada.

Varios sucesos durante los primeros años del movimiento convencieron a la Sra. Eddy de la necesidad de salvaguardar la revelación de los intentos de identificarla con la personalidad humana. En esto la Sra. Eddy estaba siguiendo el ejemplo de Cristo Jesús. La provocadora respuesta del Maestro cuando un hombre lo llamó “bueno” —así como su absoluta confianza en el Padre que hacía las obras (véanse Mateo 19:16, 17 y Juan 5:30; 14:10)— apunta a la sabiduría de desviar la atención de la personalidad humana hacia la Verdad divina. La permanencia de las enseñanzas de Jesús a través de los siglos confirma la precisión de esta postura radical.

Orando en busca de una base espiritual más elevada que una persona para el gobierno de la Iglesia, la Sra. Eddy discernió la necesidad de tener reglas o leyes, y actuó en consecuencia. Durante una entrevista concedida a un corresponsal del New York Herald, ella describió brevemente la organización de la Iglesia en desarrollo y luego declaró: “‘Se necesitaron reglas, y yo hice un código de estatutos, pero cada uno de ellos fue el fruto de la experiencia y el resultado de la oración’” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico y Miscelánea, pág. 343).  

A través del discernimiento espiritual, Moisés había discernido el código moral que salvó a su pueblo de las influencias de la inmoralidad pagana. A través de años de preparación divina y creciente discernimiento espiritual, la Sra. Eddy había descubierto las leyes de la Ciencia divina, el Consolador que Cristo Jesús había prometido. Y ahora, por medio de la experiencia, la necesidad, la oración y la percepción espiritual, ella también, como Fundadora, había elaborado formas prácticas extraídas de estas leyes divinas para el gobierno de su joven Iglesia: los Estatutos que constituyen el Manual de La Iglesia Madre.

La Sra. Eddy escribe lo siguiente sobre las Reglas y Estatutos del Manual: “No fueron ni opiniones arbitrarias ni exigencias dictatoriales como las que una persona pudiera imponer a otra. Fueron impulsados por un poder impersonal; fueron escritos en distintas épocas y según lo exigían las circunstancias. Surgieron de la necesidad, la lógica de los acontecimientos, —de la urgencia apremiante que de ellos había, como una ayuda necesaria para mantener la dignidad y defensa de nuestra Causa; de ahí su base sencilla y científica, y los detalles tan necesarios para demostrar la Ciencia Cristiana genuina, que harán por la raza lo que las doctrinas absolutas destinadas a las generaciones futuras quizás no logren” (Escritos Misceláneos, pág. 148). De esta forma, el Manual de la Iglesia fue impulsado y motivado espiritualmente. Su base, como la del Decálogo hebreo inscrito por Moisés, era divina.

La comprensión de la Sra. Eddy de la manera en que su descubrimiento sería perpetuamente preservado retrata claramente sus cualidades de liderazgo espiritual. La autoridad basada en la personalidad humana con su impacto emocional carecería de la integridad requerida por una organización continua. Las reglas reveladas por Dios fueron la respuesta.

Durante siglos se ha recordado a la humanidad la distinción entre el gobierno por ley y el gobierno por los hombres. La humanidad ha progresado y la civilización ha prosperado cuando las personas han sido gobernadas por leyes que descansan sobre la base moral y espiritual de la tradición judeocristiana. ¿Por qué? Porque esta base deriva de Dios e invoca Su poder y control benéficos. Los códigos fundados sobre esta base ayudan a sacar a la luz al hombre a quien Dios crea a Su semejanza y gobierna armoniosamente mediante la ley divina.

La Biblia es nuestra autoridad para la ley hecha por Dios. “El Señor es nuestro legislador” (Isaías 33:22, LBLA), declara. Y el profeta Jeremías ha registrado la promesa de Dios a la humanidad: “este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días —declara el Señor—. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jeremías 31:33, LBLA).

Cristo Jesús enfatizó las leyes divinas de amar a Dios supremamente y al prójimo como a uno mismo. Ampliando el concepto de ese amor, llamó a sus seguidores a amarse unos a otros como él había amado. Nuestro Manual de la Iglesia sigue esta directiva muy claramente; por ejemplo, en “Una Regla para móviles y actos” (Art. VIII, Sec. 1).

Jesús requería más que un estado de impecabilidad. Su ley de amor es una ley de servicio, de dar, de desafiar la autocomplacencia y la  justificación propia. El lugar, la personalidad y el poder materiales, no formaban parte de su enseñanza. De acuerdo con la instrucción del Maestro, el Manual de la Iglesia deja en claro que nada puede sustituir la curación espiritual, la devoción al ministerio de servir a las necesidades de los demás (Véase Art. XXX, Sec. 7).

Por lo tanto, el Manual —la ley de la Iglesia de Cristo, Científico— concuerda con las palabras y el ejemplo de Cristo Jesús. Su autoridad es bíblica. Sus raíces son divinas. Su integridad surge de su origen en la ley de Dios.

Toda ley basada en Dios es una herramienta para ayudar a las personas a progresar espiritualmente. Este es el propósito del Manual de la Iglesia. Cuando se obedece, dicha ley elimina la inquietud tan prevalente en la sociedad moderna: la resistencia incómoda, inquieta, insegura, temerosa e inmanejable contra el control o la guía.

La práctica de la ley moral y espiritual restaura la confianza, la seguridad, la fe. Proporciona un fundamento sólido en el que confiar cuando se demuestra que es inútil depender de la personalidad humana. La Sra. Eddy nos recuerda: “No es la comunión entre las personas, sino la ley divina la que comunica la verdad, la salud y la armonía a la tierra y a la humanidad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 72). Debemos tomar buena nota de la función primordial del Manual de la Iglesia en el cumplimiento de este objetivo vital.

La ley moral y espiritual de Dios, comprendida y obedecida, mantiene en nosotros la certeza de nuestra existencia y propósito. La ausencia de dicha ley, incluida la ignorancia de la misma, así como la apatía y la desobediencia, producen incertidumbre en los individuos y en la sociedad. La incertidumbre fomenta la duda, la sospecha, incluso las preguntas imprudentes acerca de la eficacia de la ley. Un fuerte sentido de certeza es el apuntalamiento que la ley de Dios provee a la humanidad, brindándole protección y sostén.

Al eliminar las incertidumbres de la sociedad y establecer orden y control, las leyes civiles motivadas por el código moral brindan libertad. Sin esa ley, la vida en comunidad y las relaciones internacionales se vuelven caóticas. De manera que el Manual, lejos de ser restrictivo, inspira la demostración individual de la verdadera libertad; el desinhibido reflejo de Dios, el bien. La licencia, aunque pretenda ser el máximo sentido de libertad, conduce a la esclavitud, el sufrimiento, la frustración.

Como ley revelada de Dios, nuestro Manual de la Iglesia elimina toda incertidumbre respecto a la continuidad de la organización de la Iglesia. El liderazgo de la Sra. Eddy continúa en sus escritos, en su Manual de la Iglesia, en su confianza en el modelo estructural que ella fue divinamente guiada a adoptar para su Iglesia: el gobierno por la ley, no por el gobierno personal.

La Iglesia de Cristo, Científico, descansa sobre el Principio divino, la única fuerza auténtica de gobierno y estabilización que existe, el originador de toda ley espiritual. El Manual de la Iglesia es una expresión de ese Principio y ley. Los Estatutos permanecen porque el Manual permanece. El Manual permanece porque el Principio divino permanece. Esto da fe de la continuidad vital de nuestra Iglesia.

La perpetuidad del Manual asegura la invulnerabilidad de la Iglesia a las circunstancias humanas cambiantes. La Iglesia de Cristo, Científico, no está a merced de opiniones opuestas. No está sujeta a la negligencia o los fracasos de la personalidad humana. Está protegida, sostenida y preservada por la ley divina. Su futuro está garantizado por la ley de Dios. Su certeza es incuestionable. Esto está de acuerdo con el concepto de Iglesia que Cristo Jesús expresó. Hablando de la roca, el Cristo, la Verdad, que la ley de Dios manifiesta, Jesús declaró: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18).

La ley revelada de nuestro Manual de la Iglesia hace que la oración diaria por uno mismo sea un deber de los miembros de la Iglesia. Llama a superar constantemente la sugestión mental agresiva, la cual incluye malapráctica, odio, animosidad, envidia, así como los destructivos elementos de la opinión humana mayoritaria, tales como el miedo, la enfermedad, el contagio, el envejecimiento. La obediencia resulta en el flujo constante de bendiciones y asegura el progreso espiritual individual.

Como cristianos seguidores de Cristo Jesús, estamos de acuerdo en amar a Dios, en amarlo supremamente. Para hacer esto, amamos Su ley; Su ley de pureza, armonía, orden. Tal amor no deja espacio para la anarquía del sentido personal. No deja espacio para la anarquía del pecado, por más atractivo que pueda parecer, sino que sana todo deseo pecaminoso.

La impecabilidad es el llamado de las enseñanzas de Cristo Jesús, un llamado que resuena una y otra vez en los escritos de nuestra Guía. Obedecemos este llamado al adherirnos estrictamente a su Manual de la Iglesia. Las bendiciones que siguen son los frutos del Espíritu, la salvación de la discordia, la enfermedad y la muerte prometida por Dios en las Sagradas Escrituras.

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