Durante mi segundo y tercer año del bachillerato, era bastante cruel con varios de mis compañeros de clase; particularmente con algunas chicas que solían ser mis amigas. Hablaba negativamente de ellas con otras personas, era grosera con ellas frente a los demás e incluso las manipulaba. Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero eso no me detenía. Me gustaba cómo me hacía sentir mi comportamiento: genial, poderosa, incluso única; como si ser una chica cruel me diera un sentido de identidad.
Alrededor de esta época, comencé a desarrollar una muy buena relación con mi mamá. Cuando yo era más joven, con frecuencia no nos llevábamos bien. Pero cuando estaba en el bachillerato nuestra relación se volvió más estrecha, y esto fue muy importante para mí.
Desafortunadamente, mi comportamiento desagradable en la escuela comenzó a afectar a mi mamá. Cuando ella hacía trabajo voluntario en las escuelas de mis hermanos o en mis eventos deportivos, algunos de los otros padres no hablaban con ella. Sabían que yo era cruel con sus hijos o con los amigos de sus hijos, así que no querían estar cerca de mi mamá.
Para mi sorpresa, una vez que me enteré de que mis acciones ponían a mi mamá en esa posición tan difícil, dejé de acosar casi de inmediato. La decisión en realidad pareció natural. Verdaderamente no quería que mi madre tuviera estas malas experiencias, especialmente porque eran mi culpa. Este deseo de cambiar mi comportamiento por su bien me llevó a interactuar con mis compañeros de clase de una manera más amable.
Sin embargo, poner fin al impulso de comportarme con crueldad aún era difícil. En cierto modo, sentía que estaba admitiendo la derrota, como si las otras chicas hubieran ganado porque ya no las acosaba. También me costó abandonar mi identidad de “la chica mala del bachillerato”. Comencé a sentir que había perdido algo valioso, aunque sabía que eso no era así, ya que la intimidación nunca está bien y jamás me había traído verdadera felicidad o paz.
Al buscar orientación, recurrí a la oración, como hago a menudo como Científica Cristiana. Para mí, el aspecto más importante de la oración es escuchar a Dios en busca de inspiración práctica y espiritual. Una idea que se me ocurrió mientras oraba fue de uno de mis himnos favoritos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Una de las estrofas comienza de este modo: “Dios no pudo hacer al hombre imperfecto” (Mary Alice Dayton, N° 51, según versión en inglés).
Fue reconfortante darme cuenta de que Dios ya me había hecho perfecta. No tenía que cambiar mi identidad o inventar una nueva. ¡Eso sería imposible! En cambio, necesitaba pensar en mí misma más como Dios piensa en mí: amable, considerada y contenta.
Yo incluso era única. Esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, me tranquilizó: “Este sentido científico del ser, que abandona la materia por el Espíritu, de ningún modo sugiere la absorción del hombre en la Deidad y la pérdida de su identidad, sino que confiere al hombre una individualidad ampliada, una esfera de pensamiento y acción más extensa, un amor más expansivo, una paz más elevada y más permanente” (pág. 265).
Había adoptado este papel de notoria “chica mala del bachillerato” que me hacía sentir como un individuo. Pero comencé a darme cuenta de que verme a mí misma como hija de Dios era realmente la forma de experimentar la verdadera singularidad. La razón de esto es que Dios es la fuente de todas las buenas cualidades, la fuente de la individualidad. Encontré más maneras de expresar esas cualidades a medida que comprendía mi naturaleza buena y dejaba que Dios dirigiera mi actividad.
Cuando comencé mi último año, me identifiqué cada vez más con estas ideas. Descubrí que podía hacer buenos amigos, e incluso renové una vieja amistad de mi segundo año. También más tarde encontré amistades significativas en la universidad y fuera de ella. Y mi mamá y yo seguimos teniendo una relación estrecha.
No puedo decir que jamás haya querido volver a ser cruel. Pero esta experiencia me ayudó a entender que el odio y la venganza realmente no son parte de mí y no me ayudan a expresar mi individualidad que se origina en Dios. Estoy agradecida de que la Ciencia Cristiana me haya ayudado a continuar aprendiendo más sobre mi naturaleza real y espiritual y cómo expresarla.
