Durante mi segundo y tercer año del bachillerato, era bastante cruel con varios de mis compañeros de clase; particularmente con algunas chicas que solían ser mis amigas. Hablaba negativamente de ellas con otras personas, era grosera con ellas frente a los demás e incluso las manipulaba. Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, pero eso no me detenía. Me gustaba cómo me hacía sentir mi comportamiento: genial, poderosa, incluso única; como si ser una chica cruel me diera un sentido de identidad.
Alrededor de esta época, comencé a desarrollar una muy buena relación con mi mamá. Cuando yo era más joven, con frecuencia no nos llevábamos bien. Pero cuando estaba en el bachillerato nuestra relación se volvió más estrecha, y esto fue muy importante para mí.
Desafortunadamente, mi comportamiento desagradable en la escuela comenzó a afectar a mi mamá. Cuando ella hacía trabajo voluntario en las escuelas de mis hermanos o en mis eventos deportivos, algunos de los otros padres no hablaban con ella. Sabían que yo era cruel con sus hijos o con los amigos de sus hijos, así que no querían estar cerca de mi mamá.
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