“Era una noche oscura y tormentosa”… literalmente. Yo era estudiante universitaria y estaba acampando en el Distrito de los Lagos en el Norte de Inglaterra con una amiga. El sol se estaba poniendo y se aproximaba una tormenta. Habíamos estado caminando en el bosque alrededor de un lago. Cuando comenzó a llover, nos dirigimos de regreso hacia nuestro campamento, pero cuanto más caminábamos y más vueltas dábamos, más desorientadas estábamos al caer la noche.
Fue en una época anterior a los teléfonos celulares o al GPS. Ambas éramos Científicas Cristianas, acostumbradas a recurrir a Dios en oración. Recordé una sencilla oración de la infancia: “Dondequiera que yo esté, está Dios. Como esto es así, no hay lugar más seguro que por donde voy”.
Mi amiga y yo llegamos a una carretera. Pasaron algunos autos y camiones mientras llovía a cántaros. No era seguro vagar en la oscuridad, así que decidimos hacer señas para que alguien nos llevara en lo que pensábamos que era la dirección del campamento, pero terminamos yendo en la dirección opuesta.
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