Siempre es inspirador escuchar o leer un conmovedor testimonio de curación en la Ciencia Cristiana. Y a veces es tentador pensar que podemos copiar los pensamientos inspirados de la persona que da el testimonio y esperar el mismo resultado sanador. Si bien podemos aprender de las experiencias de los demás, la curación se produce como una revelación única y nueva para cada uno de nosotros; como la coincidencia divina que viene a iluminar nuestro pensamiento.
El tratamiento de la Ciencia Cristiana no consiste simplemente en un conjunto de palabras. De hecho, no es fácil poner en palabras qué es la curación espiritual, porque viene a través de la revelación y la inspiración. Pero la sentimos, la conocemos y la buscamos a fin de ver más de la realidad espiritual revelada. La oración propia del Cristo incluye confianza y renuncia al error, que parece tan real, para ver resplandecer a Dios. La curación espiritual es el resultado de la ley universal del amor de Dios, que lo sustenta todo.
¿Cómo funciona? No existe una fórmula para sanar. Y no hay ningún pensamiento de que Dios esté aquí y no allá. Una hermosa frase para sanar no despierta repentinamente a Dios, porque Él está aquí mismo proporcionando la idea y la expresión perfectas de la Vida. Debemos rechazar el temor del pensamiento mortal y escuchar atentamente y recibir lo que Dios provee. Entonces, la curación viene del reconocimiento inspirado de que Dios está con nosotros. Vemos la creación perfecta de Dios intacta y funcionando armoniosamente.
Yo no tenía que luchar contra el error; en cambio, me quedé con el único poder que existe: Dios.
Mary Baker Eddy escribe que las “oraciones humildes [de Cristo Jesús] eran declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad, de la semejanza del hombre con Dios y de la unidad del hombre con la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 12). La declaración es con la Verdad o del mismo lado que ella. Declaramos a favor de la Verdad, no simplemente contra el error. Esto le da la vuelta al habitual sentido de declaración, con la convicción de que la Verdad infinita está aquí, y vivimos con ella.
Cuando enfrentamos un desafío de larga data, puede ser tentador creer que la enfermedad o la falta de armonía dominan. No obstante, tal creencia solo pesa más del lado del error. Enfocarse en Dios, el bien, como la única Mente, mantiene la intercomunicación continua con Él y permite que se manifieste la curación. Y cuanto más nos aferramos a esta consciencia divina, tanto más nuestro pensamiento establece las “ declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad”.
He aquí un ejemplo de cómo vi el efecto práctico de tales declaraciones. En una ocasión, tenía fiebre alta, y lo único que me apetecía era dormir. Pero yo quería algo más que descansar. Sabía que tenía que tomar una posición firme y declarar la Verdad. La Sra. Eddy escribe: “Jesús nos enseñó a caminar por encima de, no dentro de ni con las corrientes de la materia, o sea la mente mortal” (La unidad del bien, pág. 11).
Razoné que una fiebre no podía anular a la Mente divina ni mi capacidad de pensar con claridad, espiritual y científicamente. Afirmé que la presencia del Amor es la única calidez verdadera, y que una fiebre no puede tener ningún poder. La Vida divina, Dios, no es destructiva. La presencia absoluta de la Mente divina —inteligente, pura y poderosa— es más fuerte que cualquier sensación física. Y yo soy fuerte porque Dios es omnipotente y yo Lo reflejo. Mi única identidad e historia real es con Dios y con Su bondad infinita, que se manifiesta constantemente.
Yo tenía el dominio que Dios me había dado de permanecer despierta a la Verdad tan plenamente que los sentimientos de dolor o tristeza se volvieron nada inteligentes, sin importancia y comenzaron a disminuir. El error no tiene base para hacer algo por sí mismo. Las declaraciones de la Verdad ayudaron a disolver toda creencia de malestar. Descubrí que no necesitaba luchar contra el error; en cambio, me quedé con el único poder que existe: Dios.
Recordé estas palabras del Salmo 46 sobre la ciudad de Dios: “Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana” (versículo 5). Dios es la única Vida, que existe allí mismo donde parece haber un desafío. En medio de la fiebre y el dolor, pude sentir la influencia del Amor divino y una calidez proveniente del amor por Dios en desarrollo. Cuando mis pensamientos sobre Dios se expandieron, mi condición comenzó a cambiar. Estaba magnificando lo que comprendía de Él, y no confiaba en lo que escuchaba decir a otra persona, sino que profundizaba en lo que sabía acerca de Dios y de mí misma, justo en ese momento. Comprendí que la Vida y el Amor se manifestaban como la sustancia real misma de mi vida.
No necesité abordar cada síntoma como un error separado. Al aferrarme a la verdad absoluta y universal de Dios y del hombre, vi la total desaparición de todos los síntomas. Lo que quedó fue tan solo una profunda calma, una sensación de bienestar y un torrente de inmensa gratitud.
Al declarar la Verdad, presenciamos y participamos de la sagrada curación de la Mente divina y despertamos mentalmente a una base espiritual más elevada. Frecuentemente se manifiesta una revelación, que muestra la absoluta irrealidad de la enfermedad, el dolor o la discordia.
El poder de sanar no está en las palabras; está en las “ declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad”.
Cuando una curación es completa, un paciente a menudo dice que lo que aprendió es incluso más importante que la curación física. La experiencia llega a algo profundo que anhela un cambio radical en el pensamiento. Como resultado, incluso las rutinas diarias pueden volverse inspiradas y la vida cambia para mejor.
En síntesis, una revelación sanadora no proviene de conceptos trillados. Al orar con la comprensión de Dios que hemos obtenido de nuestro pastor —la Biblia y Ciencia y Salud— experimentamos a Dios a nuestra manera, de una forma que nos resulta práctica. Alineamos nuestro pensamiento con la Mente divina, y poderosas percepciones espirituales nos liberan y vigorizan nuestra comprensión de nuestra propia conexión espiritual con Dios. Estar inmersa en el pensamiento acerca de Dios —con Dios— una nueva y sorprendente perspectiva cambia el ambiente mental, y el sentido material cede. Vemos que Dios realmente está con nosotros.
El poder de sanar no está en las palabras; está en las “declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad”.