En 2008, mi esposa y yo viajamos desde Argentina a Brasil para disfrutar de unas vacaciones muy esperadas. Al amanecer, unos kilómetros antes de llegar a la frontera, comencé a indisponerme, a sentir una presión en el pecho y una angustia y congoja. Afirmé mentalmente que Dios me había creado y que, por lo tanto, solo podía ser feliz y estar sano.
Le pedí a mi esposa que manejara mientras yo escuchaba un CD que incluía diferentes programas de radio de El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Un programa hablaba de la gratitud, y los invitados comentaron que la gratitud es el reconocimiento del bien infinito siempre presente, y que este bien es abundante, ya que Dios mismo es omnipresente y nos acompaña siempre.
Esto me ayudó a entender que no tenía ningún motivo para sentirme mal o ansioso, ni siquiera durante estas vacaciones que mi esposa y yo habíamos estado esperando durante tanto tiempo. Seguí orando y pensando en el bien infinito que llena todo el espacio, y confié en que podía experimentar la bondad de Dios en cada momento de nuestro viaje.