Un día, cuando estaba en el bachillerato, estuve protegido de quedar atrapado en un disturbio escolar. Mi madre era Científica Cristiana y oraba por mis hermanas y por mí todos los días. Esa mañana ella había tenido la fuerte intuición de orar especialmente por mí. Nunca me dijo específicamente cómo oró, pero estoy seguro de que lo hizo hasta que tuvo la certeza y la paz de que yo estaba siempre bajo el cuidado de Dios.
Conforme a la rutina normal de mi día escolar, fácilmente podría haber estado atrapado en medio de los disturbios, pero mis acciones ese día me hicieron perderlos. Al enterarme más tarde de la intuición que le había llegado a mi madre esa mañana, me sentí agradecido por la protección que había experimentado.
Al sentir la necesidad, mi madre había recurrido en oración a las verdades espirituales que enseña la Ciencia Cristiana y fueron tomadas de la Santa Biblia. Esas verdades han brindado protección a las personas de varias maneras desde hace mucho tiempo, como se evidencia en los numerosos testimonios publicados en esta y otras publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana que hablan acerca de la seguridad que las personas han experimentado.
En la Biblia encontramos garantías de que nuestra seguridad y bienestar están en Dios. También encontramos orientación sobre cómo experimentar Su poder protector. Por ejemplo, un salmo muy querido comienza: “El que habita en el lugar secreto del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente” (91:1, KJV). Todo el salmo es maravillosamente reconfortante, muy práctico en sus promesas de la protección y guía que Dios provee, incluso cuando el mal parece estar a nuestro alrededor. Pero ese versículo inicial contiene la nota clave de dónde se encuentra la seguridad: “el lugar secreto del Altísimo”.
Este “lugar secreto” no es un lugar físico. La Biblia revela que Dios es Espíritu infinito, el Amor siempre presente. Debido a que Él está en todas partes, Dios está presente para cuidar completamente de nosotros y mantenernos seguros dondequiera que estemos.
Esta realidad espiritual, en la que todos vivimos, parece un secreto porque es desconocida para la forma de pensar que se basa grandemente en la materia y el materialismo. Los sentidos materiales no son conscientes de la presencia amorosa del Espíritu o del hecho de que todos los hombres y mujeres en su verdadero ser son espirituales y moran seguros en el Amor.
No obstante, a lo largo de los siglos, la presencia y el poder de Dios han estado trabajando silenciosamente en la consciencia humana, dando a conocer la realidad espiritual a la humanidad. La Biblia es evidencia de esto. Registra tanto el propósito como la capacidad de Dios para revelar Su naturaleza y poder a la humanidad, proporcionando una visión cada vez más completa de Dios, ya que el pensamiento humano estaba listo para comprender más profundamente al Espíritu y su infinita bondad.
Este propósito amoroso y santo continúa hoy en día. Puesto que el Amor divino está siempre presente, el Amor continúa impartiendo a la consciencia humana la comprensión espiritual de Dios y la verdadera naturaleza del hombre, universalmente, como la expresión de Dios.
Dios no es parcial al hacer esto. Él no hace que esta comprensión esté disponible para algunos y no para otros. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “En la Ciencia divina, donde las oraciones son mentales, todos pueden valerse de Dios como ‘pronto auxilio en las tribulaciones’. El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus concesiones. Es la fuente abierta que exclama: ‘A todos los sedientos: Venid a las aguas’” (págs. 12-13).
Para que la presencia de Dios se vea y se sienta aquí y ahora, el pensamiento materialista necesita dar paso a la forma de pensar espiritual y cristiana. Es por eso que cada uno de nosotros necesita la “adaptación y las concesiones” del Amor divino; la regeneración espiritual del pensamiento y el carácter, y el discernimiento espiritual que imparte el Amor y nos transforma.
Cristo Jesús sabía que tal transformación es necesaria, si las personas han de experimentar la insuperable seguridad de la unidad del hombre con Dios. En cierta ocasión, le contaron a Jesús acerca de unos galileos que Pilato, el gobernador romano de Judea, había asesinado mientras ofrecían sacrificios religiosos en el templo. Al comentar sobre ese absurdo acto de violencia, así como sobre otro suceso trágico que la gente conocía, Jesús dijo que las personas que murieron no eran más pecadoras que las demás, y que todos debemos arrepentirnos si queremos estar a salvo (véase Lucas 13:1-5).
La palabra griega para arrepentimiento usada en este relato significa “pensar de manera diferente”, “reconsiderar” (véase The New Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible). Según el evangelio de Mateo, arrepentirse fue la primera palabra que Jesús pronunció como predicador: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (4:17).
A lo largo de su ministerio, de esto se trataba el mensaje de Jesús: pensar de manera diferente y reconsiderar profundamente nuestra verdadera relación con Dios, para percibir por nosotros mismos el reino de los cielos que está a la mano. Las enseñanzas de Jesús nos instan a cada uno de nosotros a alcanzar una regeneración espiritual del pensamiento, a descubrir continuamente que incluso ahora vivimos en Dios, en el Espíritu, el Amor divino, que es el creador de todo, y que, por lo tanto, el Espíritu, no la materia, es la fuente de nuestra salud, de nuestra integridad, de nuestra provisión y de nuestra seguridad.
Nuestra seguridad es inherente a lo que realmente somos. Al ser creados por Dios, expresamos Su naturaleza. Por ejemplo, la imagen del Espíritu es espiritual, armoniosa y completa. El reflejo del Alma es puro, gozoso y libre. Como expresión del Amor divino, manifestamos eternamente la bondad del Amor y moramos seguros en la totalidad del Amor.
Nuestra verdadera individualidad espiritual podría compararse con un rayo de luz solar, que emana del sol y es sostenido por el sol. Nada puede destruir ese rayo de sol. Nada puede amenazarlo, herirlo, encarcelarlo o dañarlo de ninguna manera. Nada puede robarle su existencia. Las nubes pueden ocultarlo, pero aun así emana continuamente del sol.
De manera similar, nuestra individualidad creada por Dios es un rayo de Vida divina que irradia la plenitud del ser perfecto, ileso, sin amenazas, sin miedo. Cada uno de nosotros es una idea de Dios, lo que significa que representamos, o expresamos, el ser y la naturaleza de Dios. Por lo tanto, somos íntegros y armoniosos, e, inherente y fundamentalmente, existimos para siempre en la totalidad del bien divino. Esto es lo que ya somos. Incluso ahora ya somos uno con el Amor divino.
Ciertamente, Jesús era consciente de la realidad de Dios y del hombre. Siempre estuvo a salvo, y lo sabía, incluso frente a los continuos antagonismos y amenazas. Él fue capaz de vencer todo ataque del mal, ya fuera la violencia humana o el clima violento, con suprema confianza en la omnipresencia y omnipotencia de Dios, el bien divino.
A veces, Jesús estaba alerta para evitar el peligro, para mantenerse fuera de la vista de aquellos que trataban de acabar con él (véase, por ejemplo, Juan 11:53, 54). El mismo Amor divino que guio y protegió a Jesús es también nuestro Dios y protector. Jesús demostró la presencia constante del cuidado rector de Dios. Lo hizo no solo para sí mismo, sino como un ejemplo para nosotros. El Salmo noventa y uno promete que Dios “a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (versículo 11). Y en otra parte de la Biblia dice: “No temerás el pavor repentino, … porque el Señor será tu confianza, y guardará tu pie de ser apresado” (Proverbios 3:25, 26, LBLA).
La oración nos ayuda a ceder a la verdad de la presencia y el poder eternos de Dios. A través de la oración, dejamos a un lado el orgullo y la voluntad propia y nos apoyamos humildemente en Dios de manera más habitual. Permitir que nuestros pensamientos estén más plenamente imbuidos del amor por Dios, que es la verdadera Mente del hombre, conduce naturalmente a pensamientos, decisiones y acciones constructivas y sabias que nos benefician a nosotros mismos y a los demás. Esta es la acción del Cristo —la Verdad que Jesús encarnó y demostró— y el Espíritu Santo, la Ciencia divina del ser, que son el fundamento de sus enseñanzas y curaciones. El Cristo y el Espíritu Santo regeneran nuestros pensamientos, para que reflejen más inteligencia y bondad.
Puesto que Dios gobernaba cada uno de sus pensamientos, los pensamientos de Jesús siempre fueron puros. Él dijo una vez: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). Ninguna brizna de pensamiento mundano atraía a Jesús, y esta consciencia espiritual y pura era su protección, una absoluta “armadura de luz” (Romanos 13:12, KJV) que no sólo excluía, sino que desterraba todos los intentos del mal de entrometerse. Ni siquiera la crucifixión destruyó a Jesús ni detuvo su misión. Jesús permitió que lo llevaran y lo crucificaran, porque sabía que terminaría en su resurrección triunfal y su posterior ascensión, lo cual demostró que su vida, así como la vida de todos los hijos de Dios, no estaba en manos de la materia, sino que era la expresión del Espíritu eterno, Dios.
Su ejemplo de estar siempre a salvo debería alentarnos. Jesús sabía que todos podíamos seguir sus enseñanzas y su ejemplo, no de un salto gigantesco, sino al seguir pacientemente a Cristo cada día, paso a paso, obtener victorias sobre el sentido material y alcanzar persistentemente un sentido espiritual cada vez más elevado de la vida tal como Dios la creó. En cualquier grado que sea necesario, este tipo de arrepentimiento nos eleva hacia móviles más elevados y pensamientos más puros. Nos permite comprender y sentir más plenamente la naturalidad, o realidad, del bien y la antinaturalidad, o irrealidad, del mal.
El temor a que nos lastimen se desvanece a medida que percibimos nuestra herencia como linaje del Amor divino; que nosotros y todos los hijos de Dios —como una familia armoniosa y amorosa— moramos en el Amor y somos conocidos por el Amor divino, la Mente divina, que es la única Mente y, por lo tanto, la única Mente que conoce a Sus hijos. Esta comprensión trae una expectativa más consecuente de que, a través del cuidado y la guía de Dios, solo podemos encontrar la evidencia de la bondad del Amor dondequiera que estemos.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Dios no es el creador de una mente malvada. Por cierto, el mal no es la Mente. Tenemos que aprender que el mal es el horrible engaño e irrealidad de la existencia. El mal no es supremo; el bien no está desamparado; ni son primarias las supuestas leyes de la materia y secundaria la ley del Espíritu. Sin esta lección, perdemos de vista al Padre perfecto o Principio divino del hombre” (pág. 207).
Incluso un niño puede sentir intuitivamente su seguridad en el Amor divino, y esta confianza pura, propia de un niño, en el bien es lo que Jesús dijo que tú y yo deberíamos cultivar en nosotros mismos (véase Mateo 18:2-4). Nuestro perfecto Padre-Madre Dios nos sostiene eternamente a todos en el abrazo del bien siempre presente. Como descendencia de Dios, Sus ideas espirituales, no somos mortales vulnerables, sino la expresión misma del ser de Dios. Por lo tanto, nunca estamos separados del amor del Amor divino o de la dirección perfecta de la Mente infinita.
Al permanecer cada día en la comprensión de esta verdad reconfortante y protectora, podemos orar con eficacia por nosotros mismos y por los demás, incluso por los niños en las escuelas, las personas en el trabajo o en la tienda, aquellos que están bajo la amenaza de un clima destructivo, y así sucesivamente. La humanidad necesita este cuidado del Cristo, la Verdad sanadora que Jesús expresó y demostró. Hacemos nuestra parte por la humanidad al orar para comprender la verdadera naturaleza de todos como hijos de Dios, morando para siempre bajo el cuidado del Amor siempre presente.