P: He estado muy interesada en la astrología, pero mi maestra de la Escuela Dominical se enojó conmigo por eso. ¿Qué tiene de malo identificarte con un signo del zodíaco?
R: Mi signo me dice que soy práctica, confiable y una trabajadora diligente. Pero también me dice que soy perfeccionista, terca y que analizo demasiado las cosas. Eso está bien, ¿verdad? Tengo algunas cualidades buenas y otras malas, como todos los demás.
Mucha gente piensa que la astrología es un método rápido para saber quiénes somos y comprender a los que nos rodean. Además, es divertido. Pero he descubierto que cuando me siento atraída por algo para descubrir quién soy, es útil preguntarme si realmente es algo en lo que quiero confiar.
Cuando estaba en la universidad, en una ocasión me identifiqué profundamente con mi signo zodiacal y el de los demás. Juré no salir con chicos que fueran de un signo determinado, y traté de dar sentido a mis amistades basándome en la compatibilidad de nuestro signo.
Sin embargo, una cosa que realmente me molestó fue la carga emocional que venía con la creencia en la astrología. Odiaba tener que lidiar con los defectos que este signo me asignaba, así como con los defectos asignados a mis amigos, los chicos con los que salía y otros. Aunque parecía confirmarme mis relaciones, también me hacía sentir como si me hubieran puesto en una caja. Y no me gustaba sentirme vulnerable a las estrellas, la luna y los planetas. Me preocupaba que mi futuro, mi salud y mis relaciones estuvieran a merced de algo completamente fuera de mi control.
Llegó un punto en el que decidí que, si iba a dejar que algo determinara mi identidad, tenía que sentirme completamente bien al respecto. La astrología no me daba eso. Así que supe que tenía que haber otra manera de hacerlo.
Crecí asistiendo a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y había practicado la Ciencia Cristiana de vez en cuando, pero nunca la había explorado muy profundamente. En la Escuela Dominical había aprendido que Dios es bueno y que, puesto que somos la creación de Dios, nosotros también somos buenos. Sin embargo, aunque me sentía conectada con esta idea, aún no era suficiente para ayudarme a sentirme bien conmigo misma.
Me di cuenta de que necesitaba profundizar mi comprensión de Dios. Mientras lo hacía, sucedió algo genial. Me di cuenta de que como Dios está siempre presente, es siempre bueno, siempre me ama, yo tenía algo que era confiable, estable y seguro.
También entendí que, puesto que Dios no viene con cargas emocionales ni tiene malas cualidades, mi identidad como Su creación no es una mezcla de bien y de mal. Claro, todos tenemos cosas que resolver, cosas en las que nos gustaría ser mejores. Pero esa es una versión de nosotros que realmente podemos redimir y luego abandonar a medida que abrazamos la identidad que Dios nos ha dado, la cual es totalmente buena. Al comprender que somos la imagen de Dios, reconocemos que somos capaces de ser completamente buenos, amorosos, alegres y mucho más.
Cuanto más aprendía sobre la naturaleza infinitamente buena de Dios, más aprendía sobre mí misma y sobre los que me rodeaban. Empecé a sentirme más segura de mi propia identidad. Sabía que era alegre, jovial, inteligente, fuerte. En lugar de sentir que mi vida y mi identidad estaban fuera de mi control, confiaba en que Dios cuidaría de mí y me diría quién soy. También descubrí que no soy vulnerable a un poder negativo; soy una expresión de Dios, el bien, que es el único poder.
Después de eso, las amistades que sentía que eran poco satisfactorias no continuaron, pero yo estaba conforme con eso. Empecé a ver más cosas buenas en todos, y dejé de encasillar a las personas en función de cómo pensaba que serían. Lejos de lastimar mis relaciones, esto realmente me ha dado una conexión más profunda con los demás, porque los estoy viendo a ellos, y a mí misma, desde una base espiritual.
Hoy me siento mejor con mi identidad y más segura de quién soy. Pero la lección más importante de todo esto es que, si realmente queremos saber quiénes somos, tenemos que entender que no somos mortales. Somos espirituales. Reconocer nuestra identidad espiritual nos brinda un sentimiento de libertad y una comprensión del sentido más completo de nosotros mismos, que es lo que, de una u otra forma, todos estamos buscando.