El verano pasado, mi padre y yo fuimos de excursión a los Alpes. Fue un viaje intenso de dos semanas sobre un terreno difícil.
Un día, mientras bajábamos una montaña empinada, me torcí la rodilla gravemente. Al principio, no sentí gran cosa, pero a medida que avanzaba el día, sentí un dolor agudo. Tuve miedo. Me preocupaba que esto terminara nuestro viaje prematuramente y me impidiera practicar los deportes que disfruto.
Sabía que estos temores no me estaban ayudando, así que recurrí a algo que sí lo haría: la Lección Bíblica semanal que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. La tenía en mi teléfono y me encanta resaltar mis partes favoritas. Me resultó muy útil, ya que estaba buscando inspiración espiritual.
Un pasaje de Efesios en la Biblia me llamó la atención. Dice: “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (6:13-17).
Me imaginé a mí mismo vistiéndome con la coraza de justicia, manteniéndome firme en el evangelio de la paz, sosteniendo el escudo de la fe, usando el yelmo de la salvación y llevando la espada del Espíritu. Al visualizarme a mí mismo en esa armadura espiritual, me sentí muy protegido. Sabía que, debido a que soy el reflejo de Dios, expreso Sus buenas cualidades —tales como fortaleza, armonía y libertad— en todos los aspectos de mi vida. Estas cualidades conforman mi identidad espiritual, que nunca podría ser dañada por una lesión o el dolor.
Esa noche, me fui a dormir con la certeza de que Dios cuidaba de mí. Cuando me desperté a la mañana siguiente, todo el dolor había desaparecido. Todavía estaba cauteloso al usar esa pierna y no estaba seguro de que debiera poner todo mi peso sobre ella. Pero a medida que avanzaba el día y continuábamos caminando, me sentí más seguro de que podía confiar en las ideas espirituales con las que había estado orando y comencé a caminar libremente. Después de eso, mi papá y yo continuamos nuestro recorrido de senderismo sin ningún problema.
Esta experiencia me ayudó a reconocer que Dios siempre está a mi disposición y me protege. Sé que puedo confiar en Él con todo mi corazón.
