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¡Hay esperanza!

Del número de enero de 1958 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los que no han encontrado todavía la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. y su seguridad reconfortante en estos días de creciente turbulencia y aciago presentir puede que se hagan eco, no sin razón, del angustiado y lastimero grito que registra el libro de Jeremías (8:20, 22): “¡Pasó ya la siega, y acabóse el verano, y nosotros no somos salvos! ... ¿No hay acaso bálsamo en Galaad? ¿no hay allí médico?”

Los Científicos Cristianos responden hoy a las preguntas quejumbrosas de la humanidad, afirmativa y amorosamente: “¡Sí, hay bálsamo, hay esperanza, hay curación o salvación!” En esta hora crítica de la historia humana, de toda la gente son los Científicos Cristianos los que están agradecidamente “siempre prontos,” en las palabras de Pedro, “a dar respuesta a todo aquel que os pidiere razón de la esperanza que hay en vosotros” (I Pedro 3:15). Ni podrían hacer menos los Científicos Cristianos, puesto que han hallado una religión de seguridad basada en prueba tangible y convincente de las bendiciones que esperan a todos los que humilde y sinceramente procuran día tras día adoptarla y vivir realmente lo que enseña.

El don inestimable de la comprensión espiritual habilitaba a Job para exclamar, en medio de las dificultades que exigían urgentemente su solución (Job 19:25): “Yo sé que mi Redentor vive,” — de ahí que luego lograra su propia libertad, dominio y paz. Con esta certeza del conocible e íntimo Redentor de la humanidad, la Christian Science suele a menudo otorgar su primer consuelo benigno al que se allega por primera vez a esta religión y sus enseñanzas. Multitudes de hombres y mujeres, incluso el que esto escribe, abandonaron su actitud cínica y de un supuesto “realismo” negativo para asir con firmeza por primera vez la Christian Science cuando descubrieron que no es simple optimismo ni ningún sistema o treta humanamente mental para imponerse autosugestivamente al bienestar que uno desea ni lucubraciones sobre las dificultades del mundo con sentimientos trillados o perogrulladas emotivas.

La esperanza de la Christian Science es real y tangible, sin ofrecer ninguna panacea etérea que se desvanezca al alcanzarla por fin el vehemente buscador de cómo librarse de sus penas. La benefaciente Descubridora y Fundadora de la Christian Science, Mary Baker Eddy, que probó su misión santa requiriendo se manifestara en curaciones y frutos específicos, así lo aclara inequívocamente cuando dice en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 367): “La palabra cariñosa y el aliento cristiano dado al enfermo, la paciencia compasiva con sus temores y la eliminación de ellos, son mejores que hecatombes de teorías extremosas, la repetición de discursos trillados ajenos, y la mera declaración de argumentos, que son otras tantas parodias de la Christian Science legítima, rebosante de Amor divino.”

No, la práctica de la Christian Science no tiene paralelo en la filosofía de la ficción bien intencionada de estilo Pollyanna que insta a todos a que estén “alegres” sin explicar cómo lograrlo y manifestarlo a despecho de los enigmas y frustraciones humanos. Ni se basa la práctica de la Christian Science en humanas sugestiones mentales, encantamientos ni en autohipnotismo, como medios para obtener salud o tranquilidad. Al desconcertado y aburrido del mundo, la Christian Science no le ofrece las cáscaras del suave parloteo ni lemas vacíos ni suave homilía que no nutren ni reafirman nada. Ni deriva el Científico Cristiano su expectativa de esperanza o su convicción simplemente volviendo espaldas al mal. El no imita a los dos cazadores descritos en una ilustración cómica de cierta revista popular. Perdidos en una jungla intrincadamente espesa, sin armas, topan con una enorme bestia feroz. Clamó uno de los cazadores al otro: “Cerremos nuestros ojos y esperemos. Tal vez se aleje.” Antes al contrarío, “la razón de la esperanza que hay” en el Científico Cristiano estriba en la comprensión espiritual, que es, en las palabras de Santiago (5:16), “la súplica ferviente del hombre justo” y que “puede mucho.”

Sobre esa base de pensamiento y acción en espíritu de oración la esperanza implícita en la Christian Science no vacila ni falla al someterla a prueba de su profundidad y afianzamiento. Un amigo imbuido en su educación médica y el temor de su propaganda preguntó una vez a un Científico Cristiano: “¿Qué harías si se te enfrentara una grave enfermedad?” Sin tomar aun ni por un momento semejante pregunta como una provocación personal, el estudiante de la Ciencia respondió humildemente: “Pues simplemente me volvería confiada y comprensivamente y con gratitud de los limitados recursos humanos a los infinitos recursos espirituales de Dios, dando gracias de que esa misma oportunidad está siempre a la disposición de todos los que quieran aceptarla, especialmente a los que sus médicos que los atienden les hayan dicho que el estado de su enfermedad es sin esperanza o incurable.”

A esto el que careciendo de información respecto a la Christian Science se da a indagarla juntamente con sus enseñanzas, puede preguntar: “Pero ¿cómo puedo yo tener esperanza o sentirme expectante de que me libre Dios cuando para mí la Deidad es sólo un nombre o símbolo y cuando es tan obvio que la futilidad, falta de esperanza, frustración, incurabilidad y desalentadora resignación al mal me han encadenado a mí y a tantos otros? ¿Qué hay que pueda indicar que el Dios que yo realmente no he conocido nunca puede siquiera saber lo que yo necesito o lo que necesita la humanidad? ¿Qué hay que esperar?”

A eso la Christian Science se apresta a presentar y explicar la asequibilidad de una esperanza duradera en términos que pueden satisfacer realmente por ser inmediatamente aplicables y racionales. Declara nuestra Guía en Ciencia y Salud (pág. 223): “El racionalismo espiritual y el libre pensamiento acompañan a la Ciencia que se va acercando, y no se pueden descartar.” Hoy el que busca encuentra que el alba de la comprensión espiritual en su consciencia despierta la esperanza de su libertad mediante la percepción de la realidad divina en contradicción de los falsos conceptos materiales de cualquier nombre o naturaleza. Por tanto, la esperanza en la Christian Science se vuelve tan racional como la ilustración inteligente, tan realística como la convicción positiva, tan substancial como el fruto que sigue de seguro para los que se vuelven sin reservas a Dios para que los liberte — a Dios cuya naturaleza santa y perfecta la Christian Science se las revela a los que lo aman.

Hasta los médicos materiales de estos tiempos alientan al enfermo a que tenga esperanza y se alegre. El enfermo puede preguntar en tales circunstancias: “¿Tener esperanza y alegrarme de qué?” La respuesta es: “De nada, mientras el materialismo y la mortalidad aprieten atentamente los confines de nuestra esperanza del bien.” Pero la esperanza es seguridad espiritual, y viene cuando la consciencia se vuelve con candorosa confianza al reino del Espíritu, la Mente, o sea la realidad divina.

El Científico Cristiano consagrado sería el primero en reconocer que hay poca esperanza mientras se funde en los sentidos materiales y en el concepto de una existencia errática, total y únicamente medida por el nacimiento mortal, el crecimiento, edad madura, la muerte y la disolución. Pero el Científico Cristiano afirma al propio tiempo que hay en verdad abundante esperanza, libramiento asegurado y redención — en salud, hogar, medio ambiente, provisión, carácter, ocupación y todas las relaciones humanas — para los que han aprendido a conocer a Dios como Espíritu y a contemplar al hombre y el universo como Su reflejo espiritual perfecto.

¿Por qué no se han realizado en manifestaciones más halagadoras las sinceras esperanzas de hombres de estado y humanistas formales y bien intencionados tendientes a unificar las naciones progresivamente, así como las comunidades, agrupaciones u organizaciones de los humanos? ¿No ha sido porque esas esperanzas, aunque sinceras, se han basado en el sueño mortal y temporal de la existencia material y en la creencia perniciosa de que hay múltiples mentes en lugar de la infinita Mente que es Dios, y Sus ideas infinitas incluso el hombre y el universo? Quien entiende esto en la Christian Science entiende también que hay plena justificación no únicamente por lo que atañe a la esperanza sino también a una fe absoluta que lleva a ese estado de consciencia espiritual que se da cuenta del destino verdadero e indestructible que les espera a los hombres y a las naciones — la hermosura de la santidad, la bondad perceptible de Dios.

Luego la necesidad perentoria de uno, y en verdad su posición o punto de apoyo inevitable, para su esperanza, es comenzar a ver la bondad de Dios que Mrs. Eddy ha revelado a la humanidad en los siete sinónimos de Dios que expresan Su naturaleza y el hecho de que El es Todo, a saber: Mente, Alma, Espíritu, Principio, Amor, Verdad y Vida. Si tomamos la verdadera naturaleza de Dios como una y única — el YO SOY EL QUE SOY según se le reveló a Moisés — no hay sino la bondad y perfección de nuestro Padre-Madre Dios y Sus recursos infinitos en que basar nuestra confiada esperanza. ¿Cómo puede esto dejar jamás a nadie sin esperanza o sin remedio o recurso, si uno empieza ahora a orar diariamente por lograr comprensión espiritual, la consciencia de la realidad eterna?

¿Siente el lector alguna vez algo menos que orgullo, satisfacción y confianza cuando recomienda a los demás algún amigo influyente de gran carácter moral y éxito? ¡Con más razón entonces, y con qué profunda sensación de privilegio puede uno impartir esperanza al enfermo y al afligido y al menesteroso, al recomendarles a Dios mismo, sin sentir responsabilidad ni reservas personales respecto al resultado de esa acción suya!

El obrero sincero en la viña de la Christian Science se percata vivamente de la oportunidad y de la cita a combatir que implica su esfuerzo que es también su oración diaria a fin de que la luz del Cristo, la Verdad, que alumbra ante los hombres en los pensamientos y en los hechos suyos, se traduzca en esperanza para todos aquellos cuya vida tenga contacto con la de él en los asuntos o tareas de la experiencia cotidiana. La única medida de la eficacia de nuestro propósito sincero por supuesto que está en la fidelidad con que procuremos vivir una vida que bendiga a los otros con nuestra actitud de oración espiritualmente mental más bien que con meras palabras. El que esto escribe ha observado más de una vez la necesidad de estar alerta de continuo para aventar o realentar la chispa mortesina de la esperanza de algún amigo quizá ajeno a la Christian Science quien, aunque aparentemente alegre, en realidad trataba de esconder su temor de lo que él creía irremediable. El resultado de ese estar alerta ha sido la oportunidad de presentar la Christian Science a no pocas personas que consideraban su situación sin esperanza, y de presenciar los frutos correspondientes.

En una de esas ocasiones un colega que trabajaba para un periódico diario solía referirse despreciativamente a la Christian Science al conversar con el que lo cuenta. Nunca se le replicó argumentativamente. Luego, repentinamente, este colega confió al que esto escribe, en actitud muy cabizbaja y desalentada, que su médico acababa de anunciarle que adolecía de una enfermedad incurable e indicó que ya no podría seguir ganándose su subsistencia en la profesión del periodismo. El que lo relata le preguntó tranquilamente: “¿Me dice eso ahora para que pueda yo mostrarle que hay esperanza para usted en la Christian Science?”

“Sí,” contestó el amigo desganadamente, “no me queda otro recurso.”

Pocas horas después ya seguía las indicaciones que se le dieron: visitó una Sala de Lectura, obtuvo los servicios de un practicista de la Christian Science y sanó. Hoy, vientiséis años después, es un periodista con buena salud y éxito.

Cuán confiadamente puede el Científico Cristiano que labora cantar el Salmo (42:11) que nos reafirma en la esperanza: “¿Por qué te abates, oh alma mía? ¿y por qué te conturbas dentro de mí? ¡Espera en Dios; porque aun le tengo de alabar, salud de mi rostro y mi Dios!”

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