Dice Mrs. Eddy en el Manual de La Iglesia Madre (Art. VIII, Sección 6): “Es obligación de cada miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva y de no incurrir en el olvido o descuido de su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad.” Recientemente advertí que no estaba yo usando todos los medios que ha puesto Mrs. Eddy a nuestra disposición para hacer bien a la humanidad, especialmente los de las reuniones de testimonios de los miércoles y el espacio que ofrecen nuestros periódicos para los frutos. En otras palabras, yo no estaba dejando que mi luz alumbrara dando testimonio agradecido de la eficacia de la Verdad en la experiencia mía. Comprendí que me estaba dejando dominar por la sugestión mental agresiva que me impedía cumplir con mi deber.
Deseo mencionar una curación que ha sido sobresaliente para mí. Hace pocos años alegaban los sentidos materiales que yo había estado pasando por una prueba dura, tanto física como mentalmente, al atender a un miembro de la familia mayor que yo. Al mismo tiempo me hallaba yo luchando con un lobanillo que me salió debajo de un brazo ya abultado y con dolencia. No obstante estar yo temerosa, sabía que la Christian Science me curaría.
La advertencia que se me había revelado en esas circunstancias me hizo reconocer lo que yo necesitaba; tomé mis diccionarios de Concordancias bíblicas y las de los escritos de Mrs. Eddy y me puse a estudiar para entender mejor el Amor. Y agradezco en verdad la vislumbre que adquirí de lo que es realmente el amor genuino y la comprensión de que sin amor verdadero la letra de la Christian Science sirve de poco. No que me esforzara por obtener un sentido humano del amor, o de ser bueno, sino que procuraba adquirir el amor compasivo que expresaba Jesús y que es el que cura. Yo trataba de ver al hombre en su ser verdadero como reflejo de Dios, de escuchar y atender a lo que el Alma conoce respecto al hombre en vez de lo que los sentidos mortales testifican del hombre mortal, y hacer a los otros lo que yo quiero que los otros hagan conmigo, o a mí. Empecé a darme cuenta más claramente que nunca que el único crecimiento que hay es el de crecer en la gracia que una amiga Científica Cristiana me definió una vez como un deseo irresistible de bendecir. Adquirida esa comprensión, se me quitó la dolencia, y no tardó en desaparecer toda evidencia del lobanillo.
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