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“Como en el cielo”

Del número de enero de 1958 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si fuere posible recorrer el reino de Dios, ¿qué observaríamos? ¿Estaría uno consciente de la materialidad, de las variables y mudables pretensiones mortales, con sus afectos y odios? ¿Habrían noche y pesar, pecado, enfermedad y muerte? ¡No! La Christian Science pone en claro que ninguna de estas evidencias de la materialidad y la mortalidad existen en el reino del cielo.

Jesús declaró (Lucas 17:20, 21): “El reino de Dios no viene con manifestación exterior. Ni dirán: ¡Helo aquí! o ¡Helo allí! porque he aquí que el reino de Dios dentro de vosotros está.” De esto se deduce que la habitación celestial no puede ser observada mediante los sentidos físicos, pero es discernida sólo a través de los sentidos espirituales. El cielo no es un lugar, mas sí un estado divino de la Mente. No es una locación distante, mas está dentro de nuestra contemplación espiritual, en nosotros mismos. Mary Baker Eddy escribe en The First Church o f Christ, Scientist, and Miscellany (pág. 267): “El cielo es la armonía,— la gloria infinita e ilimitada.” Y ella añade: “Nuestro gran Maestro ha dicho: ‘He aquí que el reino de Dios dentro de vosotros está’— en el entendimiento espiritual del hombre de todos los modos, los medios, las formas, la expresión y la manifestación divinos de bondad y de felicidad.”

Aquello que mora en la Mente, o la consciencia, no puede ser definido materialmente. Es percibido por los sentidos espirituales, que son los únicos que comprenden la forma inmortal e incorpórea, el color, la cualidad y cantidad de aquello que existe en la consciencia divina. El determinar la naturaleza del cielo es de inestimable valor, pues aquello que en el cielo es verdadero es en realidad verdadero también en la tierra, ya que el cielo no posee límites. La realidad celestial es nuestra para ser ejemplificada y utilizada aquí mismo. En el padrenuestro, Jesús declaró (Mateo 6:10): “Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” ¿Existen en realidad un cielo y una tierra materiales? En verdad sólo existe el cielo, pero la creencia material insiste en la existencia de dos dominios, y falsamente inviste a cada uno con la materialidad.

Al considerar la majestad del cielo, haríamos bien en percibir que estamos hablando acerca de nuestro único y verdadero hogar, nuestra morada eterna, el estado del ser espiritual. En esta atmósfera espiritual de Dios se halla nuestra única identidad, nuestra única ocupación, nuestra iglesia, nuestro amigo o pariente. En este reino del Alma, la materialidad no halla morada. La espiritualidad es el único hecho. La existencia en el cielo es completa, perfecta y eterna.

En el cielo, hay ley, y es divina, infalible, suprema. La ley invariable del cielo declara que la salud, la armonía y la bondad son los únicos hechos. No es posible contemplar al cielo como la morada que alberga la deformidad, la ancianidad, la enfermedad, el pecado o la muerte. Estos errores no son patrocinados o apoyados por la ley de Dios — no tienen parentesco con El — y por lo tanto no pueden entrar en Su hogar, el cielo. Ya que el mal, la enfermedad y la disolución no existen en el cielo y desde que el reino de los cielos está en nosotros, tenemos a la mano la garantía divina o la regla para destruir la creencia mortal en su realidad y en nuestra experiencia humana. La destrucción de estos errores no sigue como resultado de nuestros anhelos de bienestar físico, pero más bien cuando buscamos el cielo, la armonía espiritual — activando en la consciencia humana las cualidades de Dios, que atavían al cielo y sus habitantes con la hermosura y la perfección supremas.

En el cielo hay luz sin sombra. La luz de la Mente, Dios, ilumina el cielo. Es aquella misma luz la que en realidad ilumina la tierra. En la luz de la Mente no existen rincones obscuros o huecos, en los cuales acecha peligro, incertidumbre o temor. La luz, la iluminación y la consciencia espiritual que constituyen el cielo, es presentada a la tierra a través del mensaje de la Mente, el Cristo, la Verdad. Este ideal divino despierta la comprensión humana y expele de ella las creencias inarmoniosas del error, del pecado, de la enfermedad y de la muerte.

La substancia espiritual, no la materia, es la textura del cielo. Para la substancia incorpórea no hay posibilidades de desgaste. La substancia del Espíritu es real, durable, que Dios mantiene siempre nueva. Sólo la abundancia del bien espiritual está a la mano para las ideas de Dios en el cielo. No puede haber ni habrá falta de provisión, ni carestía, ni escasez en la consciencia divina, pues Dios no sólo conoce a todas Sus ideas espirituales, pero constantemente conoce y suple todo aquello que constituye la perfección.

Todo lo bueno que el cielo ofrece es nuestro para que lo gocemos y lo reflejemos. El bien se obtiene inmediatamente después que las cualidades celestiales se activan en la consciencia humana, o en otras palabras después que entramos en el cielo. Mrs. Eddy señala en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 242) lo siguiente: “No hay más que un camino que conduce al cielo, la armonía; y Cristo en la Ciencia divina nos enseña este camino. Es no conocer otra realidad — no tener otra consciencia de la vida — que el bien, Dios y Su reflejo, y elevarse por encima de los supuestos dolores y placeres de los sentidos.”

El Cristo guía al pensamiento humano y abre la puerta de la consciencia para que puedan entrar la dulzura, la armonía, la bienaventuranza, la provisión, la salud y la felicidad del cielo. Tan fácilmente como la luz elimina las sombras, así también el resplandor del cielo traspasa y destruye la obscuridad de la creencia cuando el Cristo, la Verdad, halla la bienvenida en nuestros corazones.

Todos aquellos que lo deseen pueden gustar del cielo; puesto que todos tienen el derecho divino de reflejar el bien, y el bien es una cualidad celestial. Todos los que lo deseen gozarán de la salud y la armonía ya que estas son cualidades esenciales del reino de los cielos, y a las cuales tenemos derecho de reflejar en la tierra. De manera que es posible gozar del reino del cielo aquí mismo, mas no en la materia, sino en el Espíritu. Cuando aceptamos al Cristo, la Verdad, despertamos al hecho que la completa perfección de Dios es nuestra para ser reflejada “en la tierra” así también “como en el cielo.”

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