¡Cuán a menudo escuchamos estas desesperadas palabras: “De qué vale?” implicando con ellas que cierta situación no tiene esperanzas de solución. Sin embargo los Científicos Cristianos están demostrando a diario el triunfo sobre el mal por medio de la negación persistente de que algo que se oponga a Dios pueda ser real. Así prueban que la negación constante del mal, acompañada de un reconocimiento comprensivo y persistente de la eterna presencia del bien, restaura la armonía en cualquier aspecto de la existencia humana.
Cuando recién comencé el estudio de la Ciencia Cristiana, hacía varias semanas que me encontraba atormentada por una condición física. Como la condición no cedía mediante mi propio trabajo de oración, solicité la ayuda de un practicista. Meses más tarde, al ver que la condición no mejoraba, decidí prescindir de la ayuda del practicista y terminé nuestra conversación con estas palabras: “¿De qué vale?”
Comprendiendo el practicista que el desaliento se estaba apoderando de mi pensamiento y que me estaba resignando a la astucia del error, me dijo: “Ud. puede pensar lo que quiera, pero lo que es yo me aferraré a la salud y a la armonía.” El impacto de esta declaración espiritual y científica fue tan grande que la curación se llevó a cabo instantáneamente.
La inspiración que obtuve de esta curación ha sido para mí un báculo en el cual me he apoyado a través de los años. Cuando la mente mortal ha gritado: “¡Ríndete!”, el Amor suavemente ha murmurado: “¡Persiste!” Mrs. Eddy escribe en Ciencia y Salud (página 462): “Quienquiera que desee demostrar la curación por la Ciencia Cristiana, tiene que atenerse estrictamente a sus reglas, tener en cuenta cada una de sus proposiciones, y avanzar desde los rudimentos fijados. No hay nada que sea difícil ni penoso en esta tarea, cuando el camino es señalado; pero sólo la abnegación, la sinceridad, el cristianismo y la persistencia alcanzan el premio, como suele pasar en todas las actividades de la vida.”
¡Cuán a menudo al encontrarnos en el umbral mismo del éxito, no alcanzamos la meta porque el error nos dice que no debemos seguir persistiendo! ¡Cuán fácil parece ser a veces para aquel que sufre de una condición física, el aceptar la muerte como si fuera una bendición, en lugar de persistir en el reconocimiento de su nada y levantarse gozoso a una renovación de vida! La firme resolución de eliminar todo lo que se oponga a la supremacía y al poder de Dios, se encuentra ilustrada en todos los Salmos. En el Salmo 118 leemos: “¡No moriré, sino viviré, y contaré las obras de Jehová!”
Durante el transcurso de su breve ministerio, Cristo Jesús probó que la perseverancia en reconocer la realidad del bien destruye el mal. Cuando el Maestro fué tentado por el diablo, se aferró firmemente a la verdad del ser y, rehusando ceder a las tentaciones satánicas, respondió sin temor a cada sugestión. Las siguientes palabras muestran el resultado de su persistencia (Mateo 4:11): “Entonces le dejó el diablo; y he aquí, ángeles vinieron y le servían.”
La voluntad humana, las ideas preconcebidas de cómo un problema debe ser resuelto o en qué forma debe restablecerse el enfermo, los meros planes y designios humanos, no tienen cabida en nuestras persistentes declaraciones de la inviolable unidad del hombre con el bien. En nuestro trabajo de oración, el pecado debe verse como una creencia falsa, carente de poder, incapaz de causar sufrimiento o placer. La tristeza se desvanece ante nuestra continua aceptación de la alegría como una cualidad de la Mente. La inarmonía cede a la paz ante nuestro persistente reconocimiento de que la envidia, los celos, la falta de consideración y el odio son visitantes intrusos que deben ser excluídos del pensamiento.
La carencia desaparecerá a medida que reclamemos la infinitud de las ideas de Dios y expulsemos de la consciencia las limitaciones como impostoras. La enfermedad perderá su aparente realidad cuando reemplacemos pensamientos enfermizos y aterrorizados por pensamientos sanos y libres. La muerte huirá ante nuestro constante reconocimiento de que la vida es eterna.
Debemos persistir en el trabajo vital de reconocer la nada de la materia, la nada de todas las creencias materiales y reconocer la totalidad y bondad del Amor siempre presente. No debemos permitir que la apatía, la satisfactión en la materia, el temor, la superstición y la creencia tenaz en la realidad de la materia, nos desvíen de nuestra senda hacia el Espíritu.
“Elevando el pensamiento por encima del error, o la enfermedad, y luchando persistentemente por la verdad, destruís el error” (Ciencia y Salud, página 400). ¡Qué maravillosos resultados nos esperan cuando nos asimos a esta dinámica declaración de nuestra Guía y cuando diligentemente trabajamos para probarla! ¿No es por cierto motivo de regocijo el saber que la humanidad puede ser liberada ahora del pecado, de la enfermedad, la inarmonía, la muerte y la carencia? ¡ Persistamos entonces!
