María amaba mucho las verdades que estaba aprendiendo en la Ciencia Cristiana. Una de sus historias favoritas de la Biblia era la parábola del buen samaritano. Cuando un hombre le preguntó a Jesús qué debía hacer para heredar la vida eterna, Jesús le respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27). Luego Jesús relató la parábola como ejemplo de buena vecindad.
Cuando ayudamos a otros, estamos obedeciendo las enseñanzas de Jesús. No hace mucho, María tuvo la oportunidad de demostrar su amor hacia su prójimo ayudando a Pedro, un niño que se sentaba cerca de ella en la escuela. Pedro había quedado muy triste un día en que la maestra le dijo que no había entregado su prueba escrita. El sabía que esto significaba que secaría una mala nota. María sintió compasión hacia Pedro pues éste estudiaba mucho y siempre sacaba buenas calificaciones. Y ahora él iba a fracasar, y todo porque había perdido su examen escrito.
Todo esto le pareció muy injusto a María hasta que se acordó que ella era Científica Cristiana. Por cierto que admitir que Pedro había perdido su examen era darle poder al error. Ella sabía que todo lo que Dios ha hecho es bueno y que El lo ha hecho todo y que cualquier cosa que no es buena no ha sido creada por Dios y por lo tanto no es verdadera.
María vió también que no debía aceptar el error ni para sí misma ni para los demás. Se dio cuenta que esta regla se basaba sobre el primer capítulo del Génesis que nos dice lo siguiente (versículos 27 y 31): “Creó Dios al hombre a su imagen, a la imagen de Dios le creó; varón y hembra los creó... Y vió Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno.”
El extraviar un examen escrito no era bueno, de manera que María decidió afirmar la verdad acerca de este asunto. En silencio declaró que Dios es Amor, que todos somos hijos de Dios, y que El nos cuida. Ella sabía que todo lo que Dios hace está en su propio lugar de manera que no puede perderse ni estar fuera de su sitio. Muchas veces había oído en las reuniones vespertinas de testimonios de los miércoles, a las cuales asistía con su abuelita, cómo la gente relataba que habían encontrado cosas que se les habían perdido, de modo que sabía que la verdad podía ayudar a Pedro también.
Casi instantáneamente le vino el pensamiento de preguntarle a Pedro si había mirado dentro de su carpeta. Pedro respondió que había mirado muchas veces, pero que su examen no estaba allí. No obstante, María se dispuso a examinar la carpeta ella misma. Allí, entre otras cosas, había una hoja en blanco; la tomó, y al darla vuelta ¡Ahí estaba la prueba perdida!
Pedro quedó tan contento de que su examen había sido hallado intacto que dió a María el nombre de maga, pero ella sabía que de ninguna manera se trataba de magia, sino que era un mensaje alado de Dios. En la Escuela Dominical ella había aprendido la definición que Mrs. Eddy da respecto a la palabra “ángeles” en el Glosario de Ciencia y Salud y que dice así (pág. 581): “Pensamientos de Dios comunicándose al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas; la inspiración de la bondad, pureza e inmortalidad, contrarrestando todo mal, sensualidad y mortalidad.”
María estaba ansiosa de contarle a su abuelita después de la clase las buenas nuevas. Ella había podido probar muchas veces por sí misma la verdad acerca de Dios y del hombre hecho a Su imagen y semejanza, y ahora la verdad que ella había afirmado había ayudado a otro.
La abuelita se regocijó con María y recordó uno de los hermosos himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana y que dice en parte (No. 105):
Ayúdanos, Señor, para ayudar a otros
A llevar la cruz;
Amigos todos al ayudar
y de su hermano el tierno cuidado sentir.